Carrió protesta desde atrás del arco
Justo en el momento en que Francisco Quintana, diputado porteño de Pro e integrante de la comisión de Boca, intentaba convencer por WhatsApp a Paula Oliveto, de la Coalición Cívica, de modificar el proyecto sobre las barras bravas para que los dirigentes de fútbol pudieran ocupar cargos públicos, apareció un tuit furibundo de Elisa Carrió . Era la noche del martes. "No queremos que las mafias del fútbol gobiernen nuestro país -decía el mensaje-. Por eso la ley de barras es una oportunidad para separar política, justicia y fútbol. Pediremos que sea incompatible con el ejercicio de la función pública ser directivo de clubes, AFA, FIFA y Conmebol". Imposible conciliar. Lo que pasó al día siguiente en la Cámara baja fue en parte una consecuencia de esas diferencias: la iniciativa, que acababa de ser aprobada por amplia mayoría en general (201 votos y tres abstenciones), terminó rechazada porque los legisladores no se pusieron de acuerdo en la letra chica. El diablo está en los detalles.
El proyecto, una vieja iniciativa de Patricia Bullrich que prevé considerar a las barras bravas como asociación criminal en sí misma y venía de perder estado parlamentario luego de dos años de indiferencia en la Casa Rosada, se había reactivado este mes con los incidentes de la segunda final de la Copa Libertadores. Pero la Argentina es un país de urgencias cambiantes: lo que hace tres semanas, con las imágenes frescas de los piedrazos en el boulevard Quinteros, parecía una prioridad nacional, quedó eclipsado por cuestionamientos internos de la bancada oficialista, en la que le achacaron al texto errores técnicos.
En la Casa Rosada quedaron muy molestos con Emilio Monzó . Es cierto que la del miércoles no fue una sesión sencilla. Porque los desacuerdos no habían quedado resueltos y porque desde el Senado, cámara que supuestamente terminaría de sancionar la ley al día siguiente, no llegaban señales alentadoras. Al contrario: Miguel Pichetto , jefe del bloque del PJ, anticipó esa misma noche que no estaba en condiciones de reunir los votos para aprobarla con dos tercios de los presentes, como corresponde a los proyectos que no pasaron por comisión. ¿Por qué nos apuran, si mañana se traba?, empezaron a protestar en el peronismo. A la disidencia elemental sobre la incompatibilidad entre dirigencia deportiva y función, que requería una ampliación en las restricciones de la ley de ética pública, se le sumaron objeciones sobre la reventa de entradas: ¿cómo seguir la trazabilidad si no siempre están nominadas?
Fue Martín Lousteau , miembro de Cambiemos, quien acabó por sepultar el proyecto cuando propuso enviarlo a comisión para que esos artículos se volvieran a discutir. La oposición aceptó de inmediato. En el Gobierno todavía se lo reprochan al socio radical. "¿Qué me dicen a mí, si el que me lo pidió fue Emilio?", se defendió él esa noche. Los reproches se oyen particularmente en el gobierno porteño, viejos adversarios políticos de Lousteau, que querían aprovechar la ley para revertir un karma que creen será difícil de borrar: el que indica que es imposible organizar un Boca-River en la ciudad de Buenos Aires.
Horacio Rodríguez Larreta tiene desde entonces la idea de lanzar un programa para que ir a los estadios sea, dicen en su entorno, "una experiencia completamente distinta" de la actual. Su propuesta es combatir el problema desde su base, los tres negocios de las barras bravas: los trapitos, las parrillas y la reventa de entradas. Esta idea se sustenta en un antiguo convencimiento de la dirigencia futbolística: como lo que está corrupto es el sistema, una eventual prisión de los violentos no solucionaría el problema de fondo, sino que les daría protagonismo a otras facciones de la misma hinchada. Es lo que pasó, dicen, cuando Sergio Berni, secretario de Seguridad kirchnerista, embistió contra el grupo oeste de fanáticos de River y no hizo más que despejarle el camino a Los Borrachos del Tablón. "Nosotros no queremos correrlos tanto con el Código Penal, sino con el negocio", explican en el gobierno porteño, donde prometen usufructuar las prerrogativas de la ley antitrapitos, recién aprobada en la Legislatura, para controlar espacios callejeros que, a diferencia de lo que ocurre con los manteros, son por propia naturaleza incapaces de provocar incidentes masivos.
Esas buenas intenciones quedaron desdibujadas cuando se frustró el proyecto. En el PJ tomaron nota de la fragilidad oficialista. Y recordaron el día de marzo de 2015 en que Diana Conti, una de las principales espadas legislativas de Cristina Kirchner , destrozó una iniciativa análoga de Martín Insaurralde , entonces diputado. "El Frente para la Victoria no está de acuerdo con este proyecto de Insaurralde, que lo presentó sabiendo que no lo íbamos a avalar", dijo aquella vez Conti, que definió la tipificación de delito de barrabrava contemplada en el proyecto como "una estigmatización brutal".
La historia argentina es cíclica. La condición transversal de aquel debate lo iguala al de esta semana. Separar fútbol y política no es una tarea sencilla por los intereses cruzados, los nombres que se repiten, las rivalidades y la presencia recurrente de conexiones a veces impensadas. ¿Estaba Lousteau convencido de respaldar un proyecto que no solo le servía a Rodríguez Larreta, sino que ya Carrió exhibía como bandera propia? La diputada está convencida de que Lousteau participará de la interna contra Macri porque, repite entre confidentes de Cambiemos, será el propio Enrique Nosiglia el que impulsará esa candidatura para intentar oxigenar al radicalismo. "Yo voy a estar con Macri, me voy a pelear con él un tiempo, pero voy a acompañar", les dice a sus aliados de Pro. Es imposible que una mente aguda y audaz como la suya, siempre propensa a descreer de las casualidades, no considere además que Nosiglia tiene en Darío Richarte, vicepresidente tercero de Boca, un aliado relevante, y que Francisco Quintana, el diputado que intentaba negociar la ley con Paula Oliveto, preside la Asamblea de Representantes del club. Son demasiados caminos los que conducen a otra de sus obsesiones, Daniel Angelici . Cuando todo hubo terminado, Oliveto escribió en su cuenta de Facebook: "La ley de barras fracasó porque ganó la rosca. Justo cuando se iba a prohibir ser directivo de club siendo funcionario público. [...] Muchas veces, la corporación es muy fuerte y articulada. Nosotros no podemos ser ingenuos ni timoratos".
Serán siempre cosmovisiones inconciliables: ¿daña la falta o la abundancia de lo que Monzó denomina "rosca"? Cambiemos no dirimió todavía esa discusión. Tampoco la convivencia entre política y fútbol, que parecen eternamente condenados al mismo lodo.