Con la pluma y la palabra
Era ponerse el guardapolvo y mi abuela hacerme las trenzas con un moño especial. Tomar la leche con un caramelo al estilo eslavo, la única manera de no rechazarla a la mañana. La escarapela redonda y brillosa como los reflejos del sol en un lago manso.
Era sentirse importante, porque ese día había abanderados y escoltas, y chicos disfrazados recreando escenas patrias, y se usaba micrófono y el salón estaba lleno. El trabajo había sido arduo.
Era lindo porque a veces las fechas patrias tocaban un fin de semana y era fiesta.
La calle se llenaba de chicos con guardapolvos blancos y de grandes que iban a festejar y homenajear a un país que había conquistado la independencia y soñábamos con un futuro mejor. Había héroes confiables. Teníamos la certeza de sus luchas, de sus miedos, de su falta de mezquindad, de sus sacrificios, de sus soledades. Pero a la vez daban confianza y eran un ejemplo.
Era un orgullo y nadie pensaba en irse de vacaciones esos días. El patio de la escuela cubierto de dibujos y collages de escarapelas hechas con bollitos de papel o del Cabildo con las vendedoras de pastelitos calientes mezclándose entre señoras con peinetas y miriñaques y hombres con frac y galera lustrosa. Los chicos firmes en las gradas y el himno nacional sonando desde un ángulo con un piano domado a duras penas por la maestra de música. Y al final, hinchados de patriotismo, venía una golosina para cerrar la celebración.
Y de pronto, el carretel se detuvo.
De pronto las calles dejaron de ser para salir a tomar aire las calurosas noches de verano en la puerta de tu casa. Los chicos ya no pudieron salir más a correr y jugar al elástico con amigos y vecinos.
De pronto algo detuvo la proyección y nos quedamos varados ante unas veredas que se transformaron en estanques oscuros y espesos. Manoteando en el aire. Buscando una orilla de arena seca y segura.
De pronto los valores eran otros y hablábamos lenguajes con significado diferente.
Me quedé triste mirando la foto con mis trenzas y un pizarrón negro y gastado y el escritorio enorme de la señorita.
Quise rescatar a esa niña.
Pero mi mano cayó pesada y vacía a un costado.
Y no tenía un conjuro para revertirlo.
Y pensé en mis hijos.
A lo mejor ellos lo encuentran.
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