Justicia
El pasado 17 de mayo, escuché que el presidente Alberto Fernández y su “querida” Fabiola ofrecían dinero como compensación por no respetar el decreto que él mismo impusiera en el contexto de pandemia.
Sentí que se burlaban de todos y de cada uno de nosotros. El 17 de mayo, pero de 2020, en plena pandemia, con todos encerrados (menos ellos y sus amigotes), fallecía mi sobrina de 29 años. No pudimos velarla ni pude acompanar a sus padres en tan duro momento. Y no es que falleció de covid, tenía cáncer, es decir que tampoco pudimos acompanarla ni brindarle carino en sus últimos meses de vida.
Por otra parte, ocurrió algo tan grave como las fiestas de Olivos -y que quedó en segundo plano-: los viajes que realizaba Fabiola en avión (seguramente pagados por nosotros) a visitar a su madre. En ese tiempo, yo no podía ver a mi mamá porque “blindaron” los geriátricos. Y cuando nos permitieron hacerlo, la experiencia fue a través de unas cabinas de vidrio. No puedo decir lo triste que es tocar sus manos con el vidrio en el medio. Y qué decir cuando me pedía que entrara para darle un beso y un abrazo. Ella falleció el 4 de febrero de 2021, con 98 años del corazón, pero sin poder despedirnos ni velarla.
Todo esto y lo que vivió cada argentino de todas las edades, con plata no se arregla, ni siquiera con un perdón. Sólo espero que el Presidente y el juez que tan rápido aceptó esa suma de dinero puedan dormir tranquilos. Porque nunca podrán mirar a los ojos a tantos habitantes víctimas de tanto dolor y pérdida.
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