La extraordinaria ruta del espejo retrovisor
Aprendí a conducir cerca de los 40 años y, desde entonces, no volví nunca a andar por las calles que conocía de la misma manera. Fue un antes y un después. Un quiebre a la ingenuidad de peatón, un darse cuenta de que dominar un vehículo no siempre podía ser sencillo y que el mínimo descontrol de la situación podía lastimar a otra persona -o a uno mismo-.
Hubo también otros hechos aislados que me llenaron de incertidumbre, como por ejemplo descubrir que muchas de las imágenes que me devolvía el recorte del espejo retrovisor no pertenecían a las imágenes que yo recordaba de las miles de veces que había pasado por esos lugares. Que por supuesto se hallaban los mismos edificios, los mismos árboles, hasta los mismos vecinos, pero que el cambio de perspectiva me mostraba ahora detalles que las transformaban en parte de otros paisajes, más extraordinarios que los que yo acostumbraba a mirar. Sin embargo, a todos ellos no podía dedicar ahora más que unas décimas de segundo, ya que con el auto en movimiento lo más importante era atender al frente.
Comencé a reflexionar entonces sobre la forma que suele traicionarnos la interpretación que hacemos del mundo que nos rodea y lo equivocados que solemos estar cuando pensamos que tenemos la mejor perspectiva. Y confieso que esa cuota de realismo fantástico que me llegaba desde los paisajes redescubiertos, me producía la misma extrañeza que cuando observaba una foto de la infancia y no recordaba el instante ni la emoción del momento que debió de haber sido intenso porque sonreía con complicidad o parecía feliz.
Por esas coincidencias de la vida mi madre murió en esa época y entonces los recuerdos comenzaron a gotear sus inevitables memorias hasta que se desbordaron. Y fue como si esas circunstancias se amalgamaran en otra filosofía, porque ya no había situación que no considerara desde el espejo retrovisor y no había paisaje vivido que no fuese redescubierto con un marco más panorámico.
Nadie quiere ser el máximo representante de la crisis de la mediana edad ni convertirse en estatua de sal quedándose en el pasado. Yo tampoco lo quiero. Pero admito que dedicarle un vistazo rápido a lo que dejamos a nuestras espaldas, por más desconcertante que parezca, suele ofrecernos una ruta más extraordinaria.