Soñar despierto
Hace tiempo, conversando con amigos, nos propusimos reflexionar, individualmente, acerca de los sueños (en tanto proyectos personales), sus concreciones y sus efectos anímicos.
Lo positivo: es hermoso imaginar y proyectar objetivos de todo tipo, sean espirituales o materiales, avizorar que es posible alcanzarlos, iniciar su desarrollo real y, después de un tiempo (más o menos largo), concretarlos como deseábamos. En definitiva, el progreso de la humanidad, como el avance de las ciencias, se basa en sueños, en iniciativas de quienes imaginan, en el impulso y el talento de los verdaderos creadores. Place convivir con la ansiedad y el entusiasmo, progresar y al final alcanzar la meta autopropuesta, palpitando el ir llegando a ella, siempre con mayor esfuerzo que el previsto.
Lo negativo:
- A veces, por errores de estimación, se fracasa en el intento (muchísimas veces).
- Otras veces, las metas son demasiado ambiciosas, y se tornan imposibles de concretar.
- Aun si se concreta el proyecto, el éxito y la felicidad son efímeros, y generan nuevos sueños más exigentes, quizás, que ocupan el lugar del anterior.
Pero hay una buena noticia en el bolsillo: al darnos cuenta de que un objetivo no se puede alcanzar, hay una forma de evitar el desconsuelo: abrazarse a los sentimientos. Esos que nos respaldan, nos alimentan, comparten nuestras alegrías, pero, sobre todo, están con nosotros para darnos consuelo y apoyo, precisamente cuando descubrimos que no vamos a cumplir uno, dos o ninguno de los sueños.
Es bello soñar con un objetivo, y poder obtenerlo realmente. Pero no nos engañemos: soñar no cuesta nada, mientras que transformar la realidad para nuestros propósitos tiene costos variables, proporcionales al tamaño del sueño. Por otra parte, la mayoría de las veces, hacer efectivos los sueños significa asumir el riesgo de resignar sentimientos.
Esos sentimientos, que son respaldos espirituales de enorme valor; el esfuerzo por conservarlos, alimentarlos y hacerlos crecer, siempre suele ser recompensado. El amor por nuestra pareja, nuestros padres, nuestros hijos, aunque nos provoque angustias o pasajeros sinsabores, siempre retribuye. Aún en una pérdida física, o en el fracaso de una relación sentimental, uno siente que no se ha guardado nada, y que no tiene nada que reclamarse a sí mismo; y eso también gratifica.
Es lindo soñar, y también lo es abrir los ojos, frecuentemente, para no llevarnos las paredes de la realidad por delante.
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