Y en el inicio fue la pandemia
Cuando comenzó la pandemia la imagen de ventanas iluminadas por doquier, balcones inmensos con familias jugando a la pelota, parejas caminando por las terrazas, rostros buscando rayos de sol hasta la última hora, era un montaje diario. Cielos sin aviones y cientos de pájaros envalentonados apropiándose del paisaje y desafiando nuestras miradas clausuradas.
Estábamos en el limbo, suspendidos en el tiempo.
No había nada adelante, nada detrás. De a poco tuvimos que hacernos cargo de unas dimensiones que se transformaron en nuestro marco. Nuestras casas, grandes o pequeñas, con jardines o barandas o sin ellos, eran la frontera y dentro de esos límites, estábamos nosotros y nuestra libertad. Había que explorar, había que encontrar otros paisajes, otros climas, redescubrir habitaciones con viejas grietas tapadas por el polvo, muebles crujientes con el brillo disimulado por los años, cajones repletos de papeles, heladeras mudas, alacenas como túneles infinitos.
Aparecieron terrores sobrevolando las horas. Terrores únicos que ennegrecieron hasta el arcoiris y que no se irán jamás.
Un reino desconocido. Explorar. Explorarnos delicadamente, sin lastimarnos. Nos habíamos convertido en el destino único de un viaje por tiempo indeterminado. Un tour por cuerpos temerosos, un cerebro inquieto que quería reprogramarse, la detención indefinida de la esperanza.
Y así, asustados e incómodos, arremetimos de cualquier manera.
Y descubrimos senderos y formas de llegar a destinos absolutamente novedosos, que nos interpelaron, nos hicieron movernos como nunca antes.
Y ahí estábamos, otra vez anhelando el horizonte, con una mirada renovada. Sabiendo que la lluvia puede ser dulce y envolvente, y dolorosa.
Sabiendo que el virus acechaba. Igual.
Pero habíamos encontrado un arsenal de herramientas ocultas que nos estaban modificando de a poco.
El limbo comenzaba a desdibujarse.
El presente se movía despacio pero cambiante.
Y fuimos despejando las malezas, hallando sorpresas en cajas, en manojos de hojas verdes, en flores perfumadas de mañanas, en un café desde ventanas lejanas, en luces encadenadas por las antenas de una ciudad que se desperezaba haciendo ruido con sus huesos cansados. Hubo despedidas eternas y sangrantes. Aparecieron pobrezas como ramas punzantes.
Y a pesar de todo, una ilusión tenue iba llenando los espacios, que ahora podíamos compartir con las aves, para ir recuperando de a poco, la esperanza y el futuro.
Más leídas
Dos bancos los ofrecen. Quiénes pueden acceder a los créditos hipotecarios de hasta $250 millones para comprar casa
"Quédese sentadito". Un diputado de UP cuestionó el “equilibrio emocional” de Milei y Espert le apagó el micrófono
Inversión de US$270 millones. Stellantis fabricará un nuevo SUV en la Argentina desde este año: todos los detalles