Cero drama
Hay un síntoma que, con los años, uno aprende a reconocer y a aislar sobre el fondo difuso de la naturaleza de las personas, las familias, las organizaciones y las sociedades. Ese síntoma es el drama. La cantidad total de drama.
Los que han leído los relatos horrendos de las grandes guerras, de las hambrunas, de las epidemias y de los desastres naturales en países de por sí muy empobrecidos sabe que hay algo bastante disfuncional en hacer un drama de todo, de tonterías colosales; de cualquier pavada, como decimos aquí.
El drama constante es disfuncional no solo porque no resuelve nada, sino porque esmerila, socava, desgasta y carcome. Así que no solo no resuelve, sino que, por lo tanto, tiende a perpetuar el problema que lo ha originado.
Y una cosa más. Hacer un drama por todo, todo el tiempo, contribuye a enmascarar las verdaderas tragedias, que abundan. Siempre me pareció notable la templanza con que las personas que han sufrido mucho enfrentan los nuevos contratiempos. Aprietan los dientes, capean el temporal sin quejarse y buscan la salida sin pérdida de tiempo y sin malgastar energía en la teatralización y en la indignación en falsete. Cero drama.