Chile se afirma en el camino hacia la innovación
WASHINGTON. - Chile acaba de dar un paso audaz para promover la innovación que debería ser imitado por todos los países latinoamericanos: ha puesto en vigor una nueva ley de quiebra para que los emprendedores no se queden paralizados por miedo al fracaso y se animen a crear nuevas empresas sin temor a que una bancarrota los inhabilite por muchos años.
Parece una noticia poco importante, pero en América latina -donde las leyes de quiebra son tan draconianas que muchas veces convierten a las personas que se declaran en bancarrota en parias económicos y sociales- la reforma de las leyes de quiebra es un paso clave para alentar la innovación y acelerar el desarrollo económico.
A juzgar por lo que aprendí durante los últimos cuatro años, mientras realizaba la investigación para mi nuevo libro, ¡Crear o morir!, sobre la necesidad de incentivar la innovación en América latina, muchos potenciales emprendedores e inversores dejan de crear nuevas empresas porque los castigos para quienes fracasan son demasiado altos. No sólo hay una cultura de falta de tolerancia social ante el fracaso individual, sino que las leyes castigan despiadadamente a quienes se declaran en quiebra, prohibiéndoles iniciar nuevos emprendimientos durante muchos años.
Un nuevo estudio del Banco Mundial (BM) y de la Corporación Financiera Internacional, titulado "Haciendo negocios 2015", contiene datos escalofriantes sobre el tiempo que dura un proceso de bancarrota en América latina. Mientras en algunos de los países más innovadores del mundo -como Estados Unidos, Japón, Alemania, Corea del Sur y Singapur- el promedio que dura una bancarrota es de entre 6 meses y un año y medio, en casi todos los países latinoamericanos lleva entre 3 años y 5,3 años, revela el estudio.
En la Argentina, un proceso de bancarrota dura un promedio de 2,8 años; en Costa Rica, 3 años; en Perú, 3,1 años; en Chile, 3,2 años; en Brasil y Venezuela, 4 años, y en Ecuador, 5,3 años, según el estudio del BM. En cambio, en Colombia el promedio es de 1,7 años, y en México y Uruguay, 1,8.
Además, en la región los costos legales de un proceso de insolvencia son mucho más altos que en casi todas partes del mundo, dice el informe. Rita Ramalho, la principal autora de "Haciendo negocios 2015", me dijo que los años de procesos judiciales y los altos costos legales no sólo inhiben a los emprendedores para iniciar nuevos negocios, sino también impiden que potenciales inversores financien nuevas empresas.
"Es bueno tener un sistema que permita la prueba y el error, porque el proceso de prueba y error es fundamental para la innovación", dijo. De hecho, casi todas las grandes invenciones son el producto de una cadena de fracasos previos. Tal como me dijo el año pasado sir Richard Branson, el multimillonario fundador de Virgin Records y Virgin Galactic, cuyo prototipo de cohete para turismo espacial se acaba de estrellar en el desierto de Mojave el 31 de octubre, "si uno no falla, no puede lograr nada".
Esto no es nada nuevo. Los biógrafos de Thomas Alva Edison dicen que le llevó más de 1000 intentos fallidos antes de inventar la lamparita eléctrica. Orville y Wilbur Wright, los pioneros de la industria de la aviación, se estrellaron 163 veces a poco de despegar antes de concretar exitosamente su primer vuelo tripulado en 1903.
Prácticamente todos los gurúes de la innovación con los que he hablado coinciden en que si estos y otros grandes innovadores hubieran vivido en países donde se castiga duramente el fracaso, probablemente jamás hubieran persistido en sus intentos.
El ministro de economía de Chile, Luis Felipe Céspedes, me dijo que el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet planea implementar de inmediato la nueva ley de quiebra, que fue aprobada durante el gobierno del presidente Sebastián Piñera. "La idea es no estigmatizar a los emprendedores y permitirles volver a levantarse rápidamente", señaló.
Mi opinión: el miedo al fracaso -y a sus consecuencias legales- es uno de los mayores obstáculos para la innovación en América latina, junto con la ausencia de una cultura de admiración popular a los emprendedores y a los innovadores.
Hay que crear una cultura de tolerancia social con el fracaso individual. Cuando un bebe se cae al intentar dar sus primeros pasos, nadie lo acusa de haber fracasado. Al contrario, todos sonreímos y aplaudimos. De manera semejante, los países deberían ser más tolerantes con quienes fracasan en su intento de poner en marcha un negocio, cuando no hay fraude de por medio. Chile acaba de dar un buen paso en esa dirección.