Cigüeñas en libertad
Budapest. La lucha por la libertad del hombre ha resultado siempre onerosa para aquellos pueblos que tuvieron el coraje de protagonizarla. Uno de ellos fue Hungría, que ofrendó una importante cuota de víctimas a esa gesta. Se acaban de cumplir 60 años de una de las más emblemáticas luchas por la libertad en el siglo XX: la revolución húngara de 1956, en la que alrededor de 2500 húngaros perecieron y 200.000 debieron partir al exilio por enfrentar al opresivo régimen soviético. Una historia todavía familiar en la conversación con cualquier húngaro.
El mundo, incluidas diversas voces de la Argentina, siguió con ansiedad las noticias de aquella epopeya. Los sucesos suscitaron numerosas manifestaciones y disturbios en Buenos Aires, y hasta un presidente militar como Aramburu afirmó: "En cada corazón debe haber una pequeña Hungría". ¡Cuántos argentinos habrán releído entonces, en la clave de esa tragedia ajena pero lacerante, el cuento "Lejana" (1951), en el que Cortázar figuraba la conmiseración entre desconocidos, en este caso una joven porteña y una anciana de Budapest! Incluso en estos días, durante los actos oficiales en la plaza frente al Parlamento húngaro, escenario central de aquella revuelta, fue palpable la unción con que el país conmemora aquel doloroso recuerdo.
Los húngaros no olvidan tampoco que fueron protagonistas de otra hazaña histórica por la libertad, pues, como ellos suelen explicar, la caída del Muro comenzó en Hungría, varios meses antes que en Berlín, cuando ellos comenzaron a cortar las alambradas en la frontera con Austria. Pude entonces constatarlo desde Bonn (adonde estaba destinado entonces siendo joven diplomático) e informar a la cancillería argentina cómo día tras día ciudadanos de varios países sojuzgados por los soviéticos pasaban a Occidente a través del agujero hecho al Muro por los húngaros. También pude observar luego, desde el consulado argentino en Düsseldorf, cómo muchos de aquellos húngaros que habían iniciado esa revolución incruenta acudían a nuestro consulado en busca de un país que los acogiera.
Hungría ha sufrido mucho, como exclama en su plegaria a Dios su poético Himnusz, compuesto por Ferenc Kölcsey. Su apasionante historia está colmada de vicisitudes: guerras, invasiones, derrotas, persecuciones y exterminios, incluso entre sí mismos, que dejaron imborrables recuerdos pendiendo como dramas nacionales y que los han constreñido al tamaño de una provincia mediana argentina y a menos población que la metrópolis de Buenos Aires.
Pero esa "infinita Hungría", como la llamó bellamente Borges en su magnífico poema "Al primer poeta de Hungría", aquella que sobrevivió desde que el príncipe Arpad los condujo de los Urales a los Cárpatos hasta hoy, este pueblo está forjando uno de los Estados con mejor ritmo de crecimiento de la Unión Europea, guiado por la luz de ese faro de belleza y vitalidad que emana de Budapest, probablemente la capital europea más animada para la juventud actual.
Hoy, entre esa pujante Hungría que ofrece a nuestro país su atractiva política de "apertura al Sur" y la nueva Argentina que está retornando al mundo vuelven a volar las cigüeñas de Mihály Tompa, que son felices porque tienen dos patrias, como hacen regularmente por turismo, trabajo o sólo placer los argentinos-húngaros, anunciando el regreso de una nueva primavera en las relaciones entre ambos países.
Embajador argentino en Hungría