Al rescate de un tesoro invisible
Cuando nos toca describir el país, a muchos nos gusta destacar la magnificencia de sus paisajes. Los hay para todos los gustos: extensas playas que dan a un océano indomable, esa plácida pampa que se extiende hasta el horizonte, altas montañas coronadas de nieve, glaciares, puna inabarcable, rugientes cataratas, mesetas agrestes, lagos de película que atraen a turistas de todo el globo.
También nos jactamos de que (aunque muchas veces no sepamos administrarlas) este pedacito del planeta tiene riquezas increíbles: campos fértiles en los que se cultivan alimentos para medio mundo y se crían millones de cabezas de ganado; vientos que generan energía eólica; ríos; reservas petrolíferas y minerales. Pero pocas veces tenemos en cuenta otro capital, que es invisible.
Esta semana tuvimos que despedir precozmente a uno de los que hacen la diferencia: Héctor "Cacho" Otheguy, que, siguiendo a Conrado Varotto y con un reducido equipo de jóvenes idealistas, hace más de cuarenta años se lanzó a la aventura de fundar en los confines del mundo una compañía que se atrevería a desarrollar tecnología de punta, Invap. Cacho no solo fue honesto, generoso y brillante. No se "achicaba" frente a ningún desafío: con cientos de investigadores e ingenieros, acometió grandes proyectos, como el desarrollo de reactores de investigación, radares y satélites, y como "capitán" de Invap, atravesó violentas tormentas y compitió de igual a igual con compañías de países ricos y poderosos.
En las últimas semanas tuvimos una señal del tesoro que tantas veces se deja de lado. Ante una convocatoria del Ministerio de Ciencia y Tecnología, del Conicet y de la Agencia de Promoción Científica, centenares de investigadores ofrecieron sus capacidades y se pusieron a disposición de los esfuerzos para el control de la epidemia. En ese grupo hay virólogos, biotecnólogos, biólogos moleculares, matemáticos, científicos de datos, especialistas en ciencias de la computación, sociólogos, nanotecnólogos... Con la coordinación de dos de los nombres más destacados de la escena científica local, se articuló una red de institutos de todo el país para colaborar con la ampliación del testeo de pacientes sospechosos. En ese grupo figuran uno de la Facultad de Medicina de la UBA, cuatro del INTA, otros de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y otros de las provincias.
En muchos casos trabajando de lunes a lunes, ya hay varios proyectos de investigación en marcha. Las universidades de Quilmes y de San Martín, junto con grupos empresarios, están desarrollando tests de diagnóstico rápido basados en la detección del genoma viral, pero que pueden dar respuesta certera sobre la infección en una hora.
En el Instituto Leloir se avanza en el desarrollo de otro test, también rápido, para evaluar la respuesta de anticuerpos en los pacientes infectados. Podrán utilizarse en estudios poblacionales y también en la terapia basada en el "suero de convalecientes".
Otra línea de investigación se propuso producir lo que se conoce como nanobodies; es decir, pequeños anticuerpos obtenidos en llama y capaces de neutralizar al SARS-CoV-2. También se trabaja en el diseño de modelos estadísticos que permitan estimar el curso futuro de la pandemia en nuestro país y se analizan métodos alternativos de testeo poblacional que permitan una mejor aproximación al número real de infectados.
Un equipo del Instituto de Biología y Medicina Experimental analiza el modo en que ciertas proteínas (las galectinas) modulan la infectividad del SARS-CoV-1, lo que podría llevar al diseño de inhibidores sintéticos del proceso infeccioso.
Ojalá cuando todo esto pase nos hayamos convencido de que no se trata de apoyar "a" la ciencia, sino de apoyarnos "en" la ciencia, como no se cansa de repetir Pirincho Cereijido.