Cristina Kirchner, contra los enemigos del relato
La declaración de Cristina Kirchner ante el tribunal que la juzga por asociación ilícita fue un adelanto de lo que puede esperar el país a partir de la semana próxima. En contra de lo que presumió con inocencia buena parte de la opinión pública, y consumado el engaño electoral, todo indica que tendremos de vuelta a una expresidenta recargada. Es difícil que un temperamento cambie. Lo que podría cambiar, a raíz de la experiencia previa, es el modo en que se describen y analizan sus desbordes, en especial aquellos dirigidos a socavar la verdad de los hechos y las bases de la república. Para eso habría que apelar tanto a la ciencia política como a la psicología, que juega un papel importante en las reacciones y estrategias de la vicepresidenta electa. También, al análisis del discurso, pues en la malversación de las palabras reside buena parte de su éxito en desbaratar los presupuestos más elementales de la lógica.
La diatriba del lunes se articuló alrededor de un convencimiento sin fisuras, sintetizado en tres palabras. El "¡no me interesa!", que repitió como un mantra, confirma que su voluntad estará siempre por encima de los hechos. La realidad nunca le interesó. Supone límites y responsabilidades que no parece dispuesta a asumir. Con el empecinamiento de un chico, ella crea la realidad a su alrededor. Su propia realidad. Y vive en el relato. Desde allí despliega una sugestión tal que muchos creyentes, de buena fe, encuentran en esa construcción verbal un ámbito en el que reconocerse. Y viven también dentro de ese cuento. Otros, entre ellos buena parte de los políticos que ahora se le han arrimado, buscan allí un espacio favorable para desplegar sus intereses, aun a riesgo de acabar fagocitados por una fuerza inmanejable.
Esa misma fuerza permite que el relato se articule en una estrategia. En ella trabajan quienes la acompañan, por convicción o cinismo, en esta nueva aventura en la que se propone pasar de la silla del acusado al púlpito del que acusa. La palabra clave de esa estrategia es "lawfare": traducida, la supuesta conspiración entre el gobierno de Mauricio Macri, los medios "hegemónicos" y los jueces para acabar con ella, en tanto líder que estaría del lado del pueblo y en contra de los poderosos. Todo el kirchnerismo viene edificando a conciencia esta idea. Hasta hay un libro sobre el tema escrito por un intelectual honorable. El presidente electo habla del lawfare cada vez que puede. Incluso el Papa dio una manito en esto. Una teoría no hace daño a nadie, a menos que sea instalada para justificar luego, desde el gobierno, actos que lesionen la división de poderes y consagren la impunidad. Ese parecería ser el caso.
En el discurso de la vicepresidenta electa operaron mecanismos conocidos. Entre ellos, la proyección. Cristina Kirchner vuelve a adjudicar a los otros aquello por lo que es juzgada. No le falta talento en el arte de dar vuelta las cosas y acusar a los demás, en forma redoblada, de sus propias faltas. Este recurso alcanzó su expresión más acabada cuando, en respuesta a los jueces, los amenazó sin vueltas: "¡Preguntas tienen que contestar ustedes, no yo!". Por supuesto, ella no respondió ninguna. Practica el monólogo hegemónico, con el que puede apropiarse del discurso ajeno para tergiversarlo, a piacere y sin interrupciones, en beneficio del suyo. También de eso se alimenta el relato.
Apeló además al recurso de igualarlo todo aprovechándose de la precariedad de las instituciones. Si yo soy corrupta, los demás también lo son. Comodoro Py es un desastre, ergo, lo mío es una persecución. El silogismo, de consistencia engañosa, se cae solo ante la prueba reunida en los expedientes. También Alberto Fernández aplicó esa táctica, en dichos que podrían ser leídos como una advertencia: "Esta Justicia que ahora persigue a Cristina después perseguirá de igual manera a Macri".
El relato resulta más efectivo en un escenario abonado por la grieta, que es un negocio del kirchnerismo de costos sociales altísimos (si Macri buscó después sacar rédito de ella, le salió mal); y más efectivo todavía si es acompañado del componente emocional de la ira. La expresidenta sabe capitalizar el miedo de propios y ajenos. Según se vio, lo seguirá haciendo.
En suma, el nuevo gobierno buscará neutralizar a los enemigos del relato, es decir, a quienes trabajan con los hechos: el periodismo y la Justicia. Cristina Kirchner fue contra estas dos instituciones durante su segunda presidencia. No pudo doblegarlas, pero las dañó gravemente. Hoy cuenta con periodistas militantes que miran con un solo ojo y jueces propios que, cosa insólita, han renunciado de forma explícita a la imparcialidad. Del otro lado hay una Justicia que avanzó demasiado y un sector muy importante de la sociedad que rechaza la impunidad y no quiere volver atrás. Esa será la pelea de fondo. Y no está todo dicho.