El virus se alimenta de la división
El mundo se ha detenido. El paso del tiempo, también. El pasado ya no sostiene como lo hacía hasta hace poco y el futuro es una incógnita. Hoy vivimos en el puro presente de la incertidumbre, asistiendo al avance de un virus que siembra muerte sobre el planeta mientras obliga a abrir un gran paréntesis. En medio de este vacío, la caída de las certezas suscita interrogantes. ¿Cómo pondremos en marcha de nuevo el mundo? ¿Con qué lo llenaremos el día después? Expertos de todo el globo, y la gente en general, se repiten de distinta forma estas dos preguntas que días pasados se hacía un editorialista del diario The New York Times. Hay pesimistas y optimistas. Pero todos coinciden en que estamos ante la posibilidad de barajar y dar de nuevo o de enderezar graves problemas de fondo que la pandemia dejó al descubierto, como por ejemplo un modelo de desarrollo que es un suicidio a plazo fijo y el tipo de globalización que ha impulsado. Estamos, aun en medio de una durísima crisis, ante una oportunidad invalorable.
Estas preguntas marcaron el primer encuentro de la iniciativa "Para que el día después seamos mejores. Construyendo consensos para la acción", organizado por la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA, el Instituto de Bioeconomía de la UBA y Millennium Project, en el que tuve la suerte de participar. Durante una cita virtual, unos cincuenta invitados, académicos, empresarios y periodistas empezaron a desgranar el martes pasado las primeras inquietudes. Algunas apuntaban a lo urgente: cómo contener la propagación del virus sin que la pobreza escale a niveles insostenibles. Otras, con la mira en el largo plazo, proponían un diagnóstico de los males que han hecho encallar al mundo en esta encrucijada. Tanto la mirada global de perspectiva más amplia como la que se detiene en los dilemas que plantea la realidad argentina son absolutamente necesarias. El coronavirus vino a desafiarnos, y a despertarnos, en todos los órdenes de la vida.
Hay una evidencia, sin embargo, que se aplica a los distintos abordajes y ofrece lecturas relevantes para todos ellos: la pandemia no reconoce fronteras. Para el virus, todos los habitantes del planeta conformamos un solo cuerpo a colonizar. Somos uno. De aquí deriva una idea que la mayoría asumió: cuidándome yo, cuido al mismo tiempo al otro; cuidando al otro, me cuido yo. Nadie se salva solo. Esto fue entendido a nivel personal, pero no se puede decir lo mismo de la política. Muchos de los principales líderes del mundo venían apostando al antagonismo y a la demonización del otro solo para obtener rédito político. Esa estrategia perversa, replicada en muchos puntos del globo, dinamitó el multilateralismo, favoreció la propagación del virus y ahora proyecta su sombra sobre los intentos de vencerlo. Puede entenderse el cierre temporario de fronteras (con la excepción de los vuelos de repatriación): el virus viaja con la gente. Sin embargo, el empecinamiento de algunos gobiernos por acumular material sanitario imprescindible a costa de la escasez de otros países no hace más que aumentar el riesgo para todos.
Lo dicen los científicos más respetados: para salir de esto necesitamos altas dosis de cooperación y articulación entre las naciones. Eso solo será posible si se comprende la lección del virus: somos todos uno. Por supuesto, los líderes que han fomentado la división para acumular poder jamás lo entenderán. La pandemia puede provocar destrozos inimaginables, pero ciertas psicologías son resistentes. Tenemos algún ejemplo cercano. Más allá de eso, el principio es claro: hoy, todo lo que tienda al antagonismo y a la división juega en favor del coronavirus. Y todo lo que tienda a buscar consensos en la diversidad para coordinar acciones efectivas de cuidado y prevención trabaja en favor de la gente y de la superación de la pandemia. A estas alturas de la crisis, esto vale para la relación entre vecinos, entre municipios, entre estados provinciales y entre países. También, y ya en la Argentina, para la dinámica interna de un gobierno y su relación con la oposición.
Al margen de su positiva reacción temprana, el Presidente oscila entre ambos polos. Por eso está amenazado –y con él, todos nosotros– por dos peligros. El primero es endulzarse con las encuestas y creérsela; suponer que un apoyo circunstancial a sus decisiones implica una adhesión a su persona. Si confunde cuál es la verdadera batalla, que no admite distracciones, aumenta el riesgo de todos. El segundo, más grave, es alejarse de aquel ánimo original de trabajar con la oposición y otros actores sociales para ceder a las tendencias agonales y destructivas de la vicepresidenta. Para ella, el ejercicio del poder es inseparable de la pulsión por antagonizar. Como los líderes populistas en sus respectivos países, ha promovido el odio y la división entre los argentinos. Un virus que, de imponerse en el Gobierno, le allanaría el camino al otro con efectos imprevisibles.