Las libretas de Leonardo
PARÍS.- A pesar del frío y el viento, y de un cielo gris que derrama de tanto en tanto una llovizna insistente, la Ciudad Luz es siempre una fiesta. Con sus museos atiborrados de visitantes y pródigos en notables obras de la historia del arte y sus callejuelas centenarias salpicadas de bistrots, perderse en ella es sencillamente irresistible.
Invitada a asistir a la semana de debates, presentaciones y encuentros con los que el Premio L'Oréal-Unesco por las Mujeres en la Ciencia honra una vez más a investigadoras brillantes de los cinco continentes, me propuse una pequeña misión: visitar la biblioteca del Institut de France, creado en 1795 para albergar las academias nacionales de Ciencias (fundada en 1666), de Letras, de Bellas Artes y de Ciencias Morales y Políticas, e intentar ver los doce códices de Leonardo que allí se guardan, un tesoro invalorable del genio del Renacimiento, de cuya muerte se cumplen muy pronto cinco siglos.
Oliver Sacks, neurólogo y prolífico escritor, contó más de una vez que siempre llevaba una libreta encima (llegó a tener unas mil) e incluso dejaba alguna al costado de la pileta cuando iba a nadar por si se le ocurría una idea que podía desvanecerse antes de llegar a su escritorio. A la distancia, uno imagina a un atareado Leonardo asaltado por un cosmos de inspiraciones que intentaba atrapar a toda velocidad. Escribiendo "en espejo" (de derecha a izquierda), el icónico científico-artista reunió apuntes, reflexiones, curiosidades, dibujos y bocetos en más de 2000 páginas de cuadernos, que tras su muerte fueron reunidos por su amigo y discípulo Francesco Melzi.
Los códices, escritos con pluma y tinta, revelan en todo su magnífico esplendor los engranajes de un talento fuera de serie y tienen en sí mismos una historia apasionante (que recorre en detalle el Atlas Ilustrado de Leonardo da Vinci, de Editorial Susaeta), ya que se distribuyeron arrastrados por acontecimientos fortuitos y por el fervor de los coleccionistas.
Una parte de ellos, los manuscritos A-M, se encuentra en el Institut de France, frente al Sena. Son 401 hojas agrupadas en 12 libretas llenas de dibujos, croquis y notas registradas aproximadamente entre 1487 (cuando Leonardo tenía unos 35 años) y 1508. Algunos son de un formato que debe haber cabido en un bolsillo y contienen bosquejos para un tratado de la pintura, bocetos de arquitectura civil y militar, y de máquinas voladoras, observaciones ópticas aplicables a la forma en que se ve un objeto según cómo esté iluminado, estudios sobre el ojo y la visión, sobre el agua y la hidráulica, y notas de gramática latina, botánica, geometría y física.
Tal como ocurre cuando se asiste al montaje de una coreografía, con bailarines sin maquillaje y zapatillas gastadas, los códices permiten atisbar el prodigio de esa mente que no reconocía divisiones entre disciplinas en puro movimiento. La maravilla de lo humano en todas sus facetas. Según cuenta Frank Zöllner (en Leonardo, de Taschen), los entendidos no le perdonan su tendencia a no terminar sus obras por su carácter "veleidoso e inconstante" y porque "su talento aspiraba de tal modo a la perfección y era tan exigente consigo mismo que comenzaba muchas cosas y después las abandonaba".
A muchos de sus admiradores, sin embargo, eso es lo que nos resulta más fascinante: discernir los pasos del talento creativo que avanza hacia un horizonte que se divisa, pero no se alcanza, más que la obra terminada, sin resquicios.
Lamentablemente, mi pequeña misión quedó trunca: para acercarse a los manuscritos de Leonardo es necesario gestionar con antelación un permiso especial. El premio consuelo es que pueden consultarse en línea en el sitio http://www.bibliotheque-institutdefrance.fr/content/les-carnets-de-leonard-de-vinci. Para viajar con la mente. Algo es algo...