No aprendieron nada
"La Secretaría de Derechos Humanos cuenta con interés legítimo en que se otorgue prisión domiciliaria a Ricardo Jaime"
(De Horacio Pietragalla.)
Cuarentena. Mi perra volvió a los baños quincenales.
Creí ver la imagen de mi madre en el espejo del baño, pero era yo misma sin peluquería.
Supe que mi cocina tiene pegadas 1072 cerámicas, que el limpiador de horno es útil para limpiar cualquier cosa menos el horno y que cada cumpleaños mi tía preferida me enviaba la misma cartita, pero con distinta fecha.
Me tuve que acostumbrar a que Zoom me tuviera zumbando de reunión en reunión y admitir que el "decí que no estoy" cuando alguien llama por teléfono era la más idiota de las excusas.
Nunca creí que el señor Li, del supermercado chino, iba a transformarse en la figura más convocante de mi vida, que la farmacéutica iba a ser mi doctora de cabecera, que el cajero de Carrefour se convertiría en mi proveedor exclusivo de dinero en efectivo y que el encargado del edificio tenía tanto carácter como para controlar a rajatabla que si alguien tenía que salir lo hiciera con barbijo y guantes, y después de que él hubiera desinfectado todo.
Por primera vez en los últimos 22 años de vida en mi actual vivienda confirmé la cantidad de metros cuadrados con que cuenta y para qué puede llegar a servir cada uno. Que una ducha era capaz de darme cierta esperanza de libertad, pero que a poco de secarme volvía al grillete de la cuarentena. Limpita, eso sí.
Estallé el WhatsApp. Fatigué la computadora. Y de los vinos que guardábamos solo quedaron los corchos. Pinté mandalas, zurcí hasta lo sano, recuperé muebles, limpié techos, lavé adornos. Hice yoga online, meditación online, compras online y hablé con casi todos los países de América Latina a través de los chicos del delivery. También mantuve un extenso diálogo con el robot del banco.
Y nunca creí que entrar en la página de la AFIP iba a ser una experiencia tan emocionante en medio de la nada diaria.
Hoy vuelvo a trabajar después de unas no vacaciones en las que aprendí más que estando en modo workaholic. Dejo atrás toda la casa limpia, la biblioteca ordenada y la ropa clasificada por color y a Linda, mi perra, estresada de tanto baño y ahogada en abrazos y besos.
Es así. Muchos aprovechamos para aprender. Otros, como el funcionario Pietragalla, para pedir que dejen la cárcel presos con graves condenas. No aprendieron nada.