Presidente delegado, anomalía institucional
C uando el líder y el candidato no coinciden en una misma persona, al peronismo le cuesta mucho ordenarse. Siembra desorden y contraórdenes hacia adentro y confusión hacia afuera en el espacio más sensible: el electorado. La anomalía institucional que significa que por primera vez en la historia mundial la persona destinada formalmente a secundar a un presidente nomine al candidato al cargo principal no es una rareza inédita en el justicialismo.
Ya en 1973, Juan Domingo Perón había hecho algo parecido al candidatear a presidente a su gris delegado personal, Héctor J. Cámpora. Si bien el odontólogo de San Andrés de Giles ganó con el 49,5% de los votos, la cosa no funcionó, se sostuvo apenas 49 días en el poder y el verdadero dueño de los votos, el viejo general, triunfó unos meses más tarde con un porcentaje bastante más alto (62%) al clarificarse la propuesta.
Algo parecido sucedió en 2015, pero el experimento en ese caso fracasó de movida. La presidenta Cristina Kirchner consintió sin muchas ganas que el candidato presidencial de su fuerza fuese Daniel Scioli. Pero ya entonces comenzó a juguetear con el cargo del vice y nominó a un hombre de su extrema confianza, Carlos Zannini, su garante para impedir cualquier desvío. La propuesta nuevamente era confusa e intrigante. Corrían alocadas versiones sobre conspiraciones que auguraban el desplazamiento de Scioli si pretendía cortarse solo. En las PASO y en la primera vuelta ganó Scioli, pero para el ballottage, una mayoría ajustada lo pensó mejor y ganó Mauricio Macri.
Alberto Fernández -que volvió a tener una agarrada fuerte con un connotado periodista cordobés en la semana que pasó- viene expresando públicamente disidencias con respecto a varias acciones del gobierno anterior, y Cristina Kirchner calla y no las retruca (y si lo hace, no trasciende). ¿Será una mera estrategia para pescar votantes incautos por fuera del redil K? Probablemente.
Ariel Sribman Mittelman, profesor de Ciencia Política en la Universitat de Girona, se pregunta en una reciente columna en el diario El País, de España, qué ocurriría si ganan y comienzan a chocar. "Con toda certeza -puntualiza- se pondrá de manifiesto una gran anomalía: que la vicepresidenta tendría más poder que el presidente", quien "vería artificialmente jibarizado su poder". Remata que "Cristina abona una idea muy arraigada en la política argentina: que quienes ocupan las instituciones pueden hacer con ellas y desde ellas lo que quieren".
Ahora, analicemos la hipótesis del eventual triunfo: Alberto es elegido presidente, Cristina no dice ni mu desde el Congreso y lo deja hacer. Aun así, a cada decisión que el primero tome, y pueda ocasionar controversias en el seno del ultrakirchnerismo, todo el periodismo, en automático acto reflejo, girará su mirada hacia la jefatura del Senado en busca de la reacción de la viuda de Kirchner. Será inevitable.
Como la líder natural del espacio funciona hasta el momento en modo atemperado en su cómodo formato de presentación de su libro (siempre con el mismo periodista itinerante, Marcelo Figueras, anteayer, por ejemplo, desde Mar del Plata), el rígido verticalismo unipersonal tan característico desde siempre en la historia del peronismo no se viene expresando en toda su intensidad, sino que, por el contrario, se yuxtaponen líneas variadas, y hasta divergentes, comenzando con el discurso del candidato delegado que suele sonar más amplio, siempre y cuando no se le cruce ningún periodista que lo saque de las casillas (en este sentido, vale repetirlo una vez más, supera con creces a sus jefes Néstor y Cristina Kirchner, que, por lo menos, nunca intentaron hacerse los buenitos).
Luego, en paralelo, la multiprocesada senadora y el candidato a gobernador bonaerense Axel Kicillof proponen visiones más dogmáticas. Cada uno de los tres cuenta con sus propios equipos de comunicación que funcionan en vasos comunicantes entre sí.
Los "cristinistas" no discuten la nominación al cargo máximo de Alberto Fernández y se cuadran ante la decisión de su jefa por más que aquel en declaraciones y algunos spots reivindique como mucho mejor la etapa "nestorista", como si una y otra fuesen tan diferentes y no se hubiera echado en esa primera etapa los sólidos cimientos de lo que sería el hegemonismo autoritario encarnado por la autora de Sinceramente.
Santiago Cafiero, hijo de Juan Pablo y nieto de Antonio, gran contrafigura del presidente Raúl Alfonsín, que tuvo un intento fallido de establecer un peronismo republicano, coordina el equipo de Alberto Fernández. En dicho staff revista Juan Pablo Biondi, como jefe de prensa; Juan Manuel Olmos, que suma su experiencia en la ciudad, y el Chino Navarro, para cuestiones de política territorial. Juan Courel (exsecretario de Comunicación bonaerense de la era Scioli) asesora con su expertise en la materia con perfil bajo.
La idea es hacer una campaña de contrastes -hoy empiezan a salir nuevos spots- que apunte más al futuro y esquive mejor aquellos temas del pasado que no les son convenientes. Buscar ser menos agresivos es un objetivo a conquistar que no siempre logran. Es que lo esencial -siento disentir con El Principito-, tarde o temprano, si se mira con atención, termina haciéndose bien visible a los ojos.
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