Como en el cine
Cámaras de seguridad. De vigilancia. De tránsito. Privadas y públicas, fijas o robotizadas, terrestres o en drones. Cámaras en los teléfonos. Y teléfonos en las manos de medio mundo, literalmente (se calcula que hay unos 3500 millones de smartphones hoy). Ninguna novedad hasta acá. Hace años que en noticieros y en internet asistimos a escenas escalofriantes de accidentes, asaltos, explosiones y hasta acciones supuestamente encubiertas, que, sin embargo, quedan registradas por alguna retina electrónica.
Pero el otro día pasó algo que ya es, digamos, el colmo. Una clásica coreografía de violencia callejera fue registrada no ya por una cámara, sino por varias. El resultado fue casi cinematográfico, con la misma acción tomada desde varios puntos de vista y, por supuesto, con sonido, porque los teléfonos también graban, y con muy buena calidad. Al final de este pequeño corto de furia urbana, solo faltaron los créditos, mire.
Dejando de lado la utilidad de las cámaras en la resolución de crímenes e incidentes de tránsito, la realidad está siendo de nuevo distorsionada por las máquinas. La violencia no es una película y, en mi opinión, tratarla cinematográficamente es una forma de trivialización.