Cómo confiar la democracia al voto electrónico
NUEVA YORK
Las reñidas elecciones de 2000 nos han dejado una cicatriz psicológica persistente. Hace poco, una encuesta de Zogby reveló que hasta en los estados deficitarios (que dieron su voto a Bush) el 32% de la gente cree que hubo fraude. En los no deficitarios, lo cree un 44 por ciento.
Imaginemos este escenario: en noviembre, el candidato que ha ido a la zaga en las encuestas obtiene un triunfo imprevisto, pero en todos los distritos donde su ventaja es mucho mayor que la esperada se usan máquinas de votación electrónica al tacto. Entretanto, trascienden e-mails internos de sus fabricantes que indican la existencia de errores generalizados y un posible fraude. ¿Qué efecto causaría esto en la nación?
Por desgracia, esta historia es enteramente creíble. (De hecho, podemos aplicarla a algunos de los resultados de las elecciones parlamentarias de 2002, sobre todo en Georgia.) La revista Fortune señaló, con razón, al voto electrónico sin boleta como la peor tecnología de 2003. Pero no sólo es mala: también amenaza el sistema republicano. Ante todo, ha fallado en varias elecciones recientes. En una, realizada en Broward County (Florida), 134 votantes se vieron privados de su derecho electoral porque las máquinas no mostraron su sufragio, y la elección se decidió por sólo 12 votos. En Fairfax County (Virginia), las máquinas se paraban a cada rato o se empacaban en el momento de registrar el voto. En las primarias de 2002, no dieron ningún voto para gobernador en varios distritos de Florida.
¿Cuántas otras fallas pasaron inadvertidas? Los e-mails internos de Diebold, el mayor fabricante de estas máquinas (aunque no de las utilizadas en los fiascos de Florida y Virginia) revelan la desesperación de los programadores ante la falta de confiabilidad de los sistemas. "Espero que alguien me explique por qué la Circunscripción 216 dio 16.022 votos contra Al Gore al cargar las máquinas", dice uno. Y otro expresa literalmente: "Para una demostración, les sugiero adulterarlo".
Los expertos en computación dicen que el software de Diebold y otros fabricantes está plagado de fallas de seguridad. Cualquier persona del medio podría manipular fácilmente una elección. Pero la gente de las empresas que fabrican máquinas de votación electrónica no lo harían, ¿verdad? Preguntémosle al programador Jeffrey Dean, que fue vicepresidente senior de Global Election Systems antes de que Diebold la comprara, en 2002. Bev Harris, autor de Black Box Voting (www.blackboxvoting.com), le dijo a The Associated Press que Dean, antes de asumir dicho cargo, había estado internado en un correccional de Washington por hurtar dinero y alterar archivos de computadoras.
Pero dejemos a un lado a los programadores dudosos. Hasta un simple vistazo al comportamiento de los principales fabricantes revela su desprecio sistemático por las normas de seguridad electoral. Han modificado software sin la supervisión del gobierno. Han reemplazado componentes de las máquinas sin someterlas a pruebas ulteriores. Y ahora viene el punto crucial: aun habiendo fuertes motivos para sospechar la existencia de errores en el escrutinio electrónico, nada se puede hacer. La ausencia de comprobantes impresos impide todo rastreo o recuento.
¿Qué deberíamos hacer? El representante Rush Holt ha introducido un proyecto de ley según el cual cada máquina deberá producir un comprobante impreso que, una vez verificado por el votante, se archivaría para cualquier auditoría futura. El nuevo sistema tendrá que estar listo para las elecciones de este año. Los distritos que no puedan cumplir el plazo usarán boletas. Además, habrá auditorías sorpresivas en cada Estado.
No le veo ninguna objeción posible. Dejemos a un lado las inevitables acusaciones de la "teoría conspirativa", aunque algunas conspiraciones son reales. The Boston Globe informó: "Miembros del cuerpo de asesores republicanos de la Comisión de Asuntos Judiciales del Senado de Estados Unidos se infiltraron durante un año en los archivos informáticos de la oposición, leyeron memorandos secretos sobre estrategia partidaria y, periódicamente, pasaron copias de ellos a los medios". Pero volvamos al sufragio verificado. Para apoyarlo, no es necesario creer que los fabricantes de máquinas de votación electrónica han manipulado elecciones o las manipularán. ¿Cómo puede haber quien objete unas medidas que colocarán el sufragio por encima de toda sospecha?
¿Y el gasto? Presentemos la cuestión de este modo: estamos gastando, como mínimo, 150.000 millones de dólares en promover la democracia en Irak. O sea, unos 1.500 dólares por cada voto emitido en las elecciones de 2002. ¿Cómo podemos ser reacios a gastar una pequeña fracción de ese monto en asegurar la credibilidad de nuestra democracia?
The New York Times