Cómo justificar la amarga medicina
En el poder como en la calle no se habla de otra cosa: la economía está sufriendo un fuerte ajuste. El sustantivo "ajuste" no es, sin embargo, una palabra neutral. Como cualquier término polémico está sujeto a múltiples y disímiles interpretaciones. El significado que se le atribuya dependerá de quién lo verbalice. Yendo a los opuestos, un trotskista convencido le adosará los adjetivos "salvaje" o "brutal"; si tomara la palabra, en cambio, un partidario de la economía de mercado, hablaría de un saneamiento fiscal indispensable. Cada uno juzgará el proceso según cómo afecte sus intereses materiales e ideales. Los ajustes consisten en transferencias relativas de ingresos entre sectores, con resultados dispares. Lo que pierden unos lo ganan otros. Así, un productor agropecuario o un banquero posiblemente estén hoy más satisfechos que un obrero industrial o un cuentapropista.
Entre los tomadores de decisiones que determinan la política económica, la situación es distinta. Se trata del gobierno, la oposición, el empresariado y los sindicatos. A diferencia del ciudadano común, la trayectoria de estos actores no se define por sus opiniones y creencias, sino por los relatos y estrategias que ponen en juego para conseguir sus objetivos. En estos días, acaso tengan un solo acuerdo tácito, que justifica tanto despliegue discursivo: hay que hacerle tomar al argentino medio una amarga medicina, tratando de convencerlo de que el sacrificio valdrá la pena. Convencer, en democracia, es un requisito clave para mantener el consenso, que es el fundamento de la legitimidad. Podría decirse que todo ajuste económico aceptado por la sociedad cumple la condición paradójica del capitalismo tardío que describe Habermas: asegurar el reparto desigual pero legítimo de los bienes.
Por cierto, conclusiones tan realistas les caben a los sociólogos, no a los gobiernos. Ellos no dependen de la ciencia sino de la creencia. Si el electorado cree que un sacrificio se justifica, les otorgará y renovará la confianza. Ésa es la intención estresante de Macri: desarrollar argumentos y acciones para que los votantes acepten sufrir sin restarle apoyo. Para ser exitoso, este objetivo tiene al menos dos requisitos. Primero, que la gente soporte el padecimiento actual y admita que es una condición para el bienestar futuro. Y, segundo, que el razonamiento presidencial prevalezca por sobre el de los demás actores decisivos: los sindicatos, la oposición y los medios. La creencia que el Gobierno quiere inducir deriva de una visión ecléctica, donde conviven a los codazos Hayek y Keynes: por un lado, reducir el gasto, el déficit y la emisión; por el otro, reactivar el empleo con obra pública e inversión.
Es ilustrativo recordar lo que José María Maravall llamó "las estrategias de supervivencia frente a políticas impopulares". En concreto, Maravall analizó el impacto de las decisiones económicas del PSOE en un libro imperdible, titulado El control de los políticos. La experiencia del socialismo español es particularmente interesante porque, en términos generales, refuta la teoría económica del voto, que sostiene que el elector no reelegirá a un gobierno que no le haya resuelto el problema de los ingresos durante su mandato. No fue eso lo que le sucedió a Felipe González, quien ganó varias elecciones en condiciones materiales adversas. La explicación de Maravall apunta a cuatro factores: la lealtad al PSOE como partido de los trabajadores, el liderazgo de González, la mala imagen de la oposición, y la pertenencia de España a la Comunidad Europea.
A la hora de justificar el ajuste se observan notables parecidos entre el PSOE y Pro. Maravall sostiene que el discurso socialista para justificarlo se basó en cuatro afirmaciones: el ajuste es inevitable por la herencia recibida, la economía mejorará como consecuencia de las políticas aplicadas, medidas sociales compensarán los recortes, no se puede confiar en la oposición. Suena muy actual a los oídos de los argentinos. Dos metáforas empleadas entonces son casi las mismas que las utilizadas ahora: "No debemos perder el tren de la modernidad", "Existe luz al final del túnel". Valiéndose de un refrán, Maravall enfatiza el carácter intertemporal de la propuesta socialista: "En vez de pan para hoy y hambre para mañana, la promesa consiste en «hambre para hoy, pan para mañana»".
Más allá de metáforas y refranes, las políticas impopulares no tienen por qué ser el epitafio de un proyecto de poder, como lo atestigua la experiencia del PSOE. Sin embargo, el Gobierno corre riesgos si no contempla ciertas debilidades mientras impulsa el ajuste. No son sólo problemas de comunicación, sino de concepción y procedimientos. Su política económica luce contradictoria y sus ejecutores carecen de una clara conducción; Pro, un partido nuevo de clase media alta, se empeña en ocultar al radicalismo, su aliado con historia social y arraigo territorial. Last but not least, muchos macristas no comprendieron todavía una obviedad, que por sensibilidad y experiencia asumen los partidos populares: antes que el mercado es el Estado el que asigna los recursos y establece los premios y castigos en una sociedad.