Cómo logró Corea del Sur un lugar de privilegio en la música clásica
En el marco de una sociedad tan perfeccionista como respetuosa de los valores tradicionales, y sostenida por una decidida política de Estado, el país avanza hacia un nuevo liderazgo
Seúl.- El reciente premio del Concurso Chopin de Varsovia –uno de los certámenes más prestigiosos, exigentes y consagratorios del mundo–, adjudicado al joven pianista Seong Jin Cho, de Corea del Sur, puso de manifiesto el alcance de un verdadero fenómeno, el así llamado "boom coreano" que, con su onda expansiva, ha llegado al más elevado nivel de la música clásica.
Un fenómeno imponente por el cual, fuera de este afamado concurso quinquenal (que sólo distingue a dos pianistas por década o incluso menos, si resulta desierto, y que en 1965 se le otorgó por unanimidad a la brillante Martha Argerich), el país asiático ha logrado los primeros premios de las más rigurosas competencias musicales, aquellas que no sólo funcionan como una medida del talento, capacidad y formación de los jóvenes artistas sino, sobre todo, como una de las vidrieras de mayor visibilidad, una plataforma de lanzamiento extraordinaria para una carrera internacional.
Hoy, gracias a esos galardones (los primeros premios en las últimas ediciones de los Concursos Busoni, Ginebra, Cleveland
Casadesus, Queen Elisabeth y Tchaikovski, por mencionar algunos de los más apabullantes), y gracias también a un trabajo silencioso en la tarea de formar nuevas generaciones, Corea del Sur ha consolidado una posición de privilegio en el contexto de la música clásica.
¿Pero qué es lo más sorprendente de este fenómeno? No es por cierto el récord de medallas acumuladas; ni siquiera el surgimiento de una cantidad asombrosa de figuras potenciales. Lo admirable en este caso es el proceso profundo por el cual Corea –un país asiático que como tal no poseía tradición en esta música y que para imponerse debió batallar contra ese prejuicio– hizo posible este logro y se convirtió en un modelo de prosperidad y desarrollo también en la música.
¿Qué hay entonces detrás de esos triunfos? ¿Cuál ha sido la fórmula para alcanzar en tantas áreas un éxito notable (más allá del impactante milagro económico que colocó al país en el 13° lugar en el concierto de las naciones)? ¿Cuáles son los ingredientes que Corea ha sabido combinar en su receta de superación?
Educación y apertura
Existe en Corea la conciencia arraigada de que siendo un país pequeño (que cabe 28 veces dentro de la Argentina), sin recursos naturales, con un territorio mayoritariamente montañoso y una población de casi 50 millones de habitantes, las posibilidades de crecer se concentran de modo casi exclusivo en una solución: exportar inteligencia y conocimiento.
De allí que a menudo la presidenta Park Geun-hye se refiera en sus declaraciones a dos paradigmas en el milagro de prosperidad: la educación (uno de los valores más sólidos y unánimes de la sociedad coreana) y la apertura al mundo (superando el viejo perfil de "una óptica miope orientada al mercado doméstico", según la definición de la mandataria). Dentro de la visión que se resume en estos dos factores, que valen tanto para la economía como para la cultura y cualquier otro ámbito del crecimiento, se comprende el fenómeno de la conquista de premios y la rutilante presencia en el escenario clásico.
Pero a esa visión política que puso a Corea en el lugar que hoy ocupa, le correspondió un plan de trabajo que, desde la perspectiva musical, se explica en las palabras de uno de los grandes gurús en la materia: el maestro, pianista y director Dae-Jin Kim, profesor en la Universidad Nacional de Artes de Seúl del mayor número de ganadores de concursos. Dae-Jin Kim introduce el tema en diálogo con la nacion: "En Corea tenemos una enorme cantidad de prodigios y ganadores de certámenes, pero eso se entiende a partir de una necesidad: nosotros no contamos con ninguno de los recursos habituales para lograr que otros países se interesen en nuestros jóvenes artistas (orquestas de gran prestigio, directores muy famosos, agencias de peso internacional). Además, tenemos la dificultad de la distancia con respecto a Occidente, sobre todo a Europa y sus centros de gravitación musical. De manera que decidimos canalizar nuestra voluntad de darnos a conocer a través de la vía de los concursos de alta performance que son una fenomenal vidriera. Este canal es la puerta más cercana y factible para cumplir el objetivo de lanzamiento y difusión de nuestros músicos. Allí nos enfocamos y nuestro plan, que data de un proyecto a largo plazo, nos está dando resultados extraordinarios".
Si además se advierte que el conservatorio de música de la Universidad Nacional de Artes de Seúl cuenta apenas con veintidós años de vida en un país sin tradición clásica, el resultado de esa política de "ofrecer la visión de una nueva Corea entre los más prestigiosos centros en materia de formación en música clásica" tiene un efecto impactante.
No se trata únicamente de enumerar premios, que sólo son la punta del iceberg. Así lo explica Y. Y. Kim, vicepresidente de la Fundación Kumho Asiana (la institución cultural más relevante en la promoción de talentos, detección de prodigios y estructuración profesional de una actividad que en el medio coreano no admite amateurismo): "A este boom no se llega con dos o tres pianistas famosos; es necesaria una infraestructura absolutamente profesional en todas las áreas. Es como una película: no basta con tener a Tom Cruise. Es preciso un excelente guionista, un excelente director, un excelente editor, los equipos técnicos, los recursos, la voluntad, el trabajo".
Si algo se destaca como denominador común, es la valoración a ultranza del poder de la educación. Sobre esa certeza principal fueron sentadas las bases de la reconstrucción y del progreso luego del desastre de la guerra civil que en 1953 acabó por dividir el país en las dos Coreas. "Esa difundida imagen de una Corea arrasada es la imagen que decidimos cambiar frente al mundo", explica una de las profesoras de Seong Jin Cho en la renombrada Yewon School (el primer colegio de arte que en 1977 fundó una educación musical estructurada y que hoy se considera un establecimiento de élite en la formación de talentos especiales). "Nuestros mayores esfuerzos como sociedad estuvieron y continúan estando dedicados al estudio porque cada padre, aunque tenga que pasar hambre para sostenerlo, siente que en el talento de cada uno de sus niños Corea está levantándose más alto."
Instinto competitivo
Otro aspecto llamativo en este proceso de revolución educativa es la vocación por la competencia ligada al principio del mérito. Esta noción unánime, que implica una de las principales fuerzas motoras del crecimiento y tiene raíces profundas en el ser nacional, es la herencia de generaciones que sufrieron la guerra, el hambre y la ocupación extranjera.
Kim Joo Young, profesor de piano del Sejong Center of Performing Arts de Seúl, afirma: "Los alumnos son disciplinados en el estudio porque está acendrada la idea de que uno se supera por la pasión propia. Cada uno debe establecer su meta y encontrar la alegría en ese camino. Nuestra tendencia a competir es algo natural, que está en nuestro ADN y actúa como una motivación porque es una fuerza del instinto de supervivencia. Dado que la capacidad de dedicación de los maestros no es infinita, la competencia ayuda a seleccionar los mejores estudiantes. Aquí los entrenamientos son muy estrictos y los chicos se acostumbran. Asimismo, los padres acompañan y son los primeros en involucrarse en la tarea, pues buscan que sus hijos tengan mejores oportunidades que las de ellos".
Por otra parte, esta tendencia de una sociedad tan altamente competitiva se enmarca en otra tradición: el respeto por los mayores. "Para nuestros jóvenes, el consejo y la experiencia sigue siendo lo más valioso, de modo que –sostiene el maestro– ese principio equilibra la carga negativa que puede generar la ambición por llegar a un lugar determinado."
Jong-Ki Lee, director de la Yewon School (de la cual egresó el laureado del célebre concurso Chopin), señala que las exigencias no parten de las instituciones sino, en primer lugar, de la vocación de cada persona. "La escuela no es tan exigente excepto en sus exámenes de ingreso, que sí son verdaderamente muy difíciles (entra uno de cada tres o cuatro postulantes para asegurar el nivel de formación que reciben). El colegio luego crea los ámbitos para que se desarrollen, organiza competencias ‘no drásticas’ para que se entrenen en su desempeño profesional, pone a disposición doscientos maestros para que se perfeccionen más allá del estándar, les enseña a dominar sus nervios y estar listos para situaciones futuras, pero jamás obliga… El rendimiento se mide con calificaciones y si las notas no son altas, el alumno pierde su beca. Pero como con el talento solo no se llega a ningún lado, la práctica es decisiva, y el coreano siente pasión por ser el mejor. No quiere ser el número uno, quiere ser el mejor. Ésa es la fórmula con que se avanza aquí: pasión más competencia. Y en ese camino cada uno trabaja según la altura de sus propias metas."
Dae-jin Kim, el maestro de los prodigios en la Universidad de Seúl, agrega respecto de la seguridad en sí mismos que han desarrollado sus discípulos: "Hemos creado ‘la generación de los niños sin miedo’. Desde el punto de vista de la gente de mi edad, que ha crecido con el temor a ser diferentes, eso es esencial en un arte de exposición pública como es la música".
Los valores del humanismo
Otro de los pilares de la exitosa receta coreana es el que está sostenido en la conciencia de "devolución a la sociedad".
Existe un principio tácito por el cual quien recibió, devuelve.
Así, alrededor del 80 por ciento de los profesores más importantes son graduados de la institución, que tuvieron la posibilidad de un perfeccionamiento en el extranjero y regresaron para retribuir formando a las nuevas generaciones. Eso sucede en todos los ámbitos, sin la instrumentación de estímulos extra. "Esta conciencia no obedece a un plan del Estado. Es algo personal e interior, es una suerte de resistencia individual, una necesidad de repartir lo que uno ha ganado", explica Lee.
Esta fórmula del éxito, que más allá de ganar la visibilidad de los concursos, trasciende en una sociedad desarrollada en la cual prevalece el mérito, podría resumirse, aunque no agotarse, en un conjunto de valores que ofrecen una saludable lección a Occidente.
"Así como Japón tiene su cultura Samurai, nosotros tenemos nuestra filosofía Seonbí –explica a la nacion Choi Kang, una de las directoras del Servicio de información del Ministerio de Cultura de Corea–. Es una representación muy abstracta, que estamos tratando de condensar en una imagen única porque luego de nuestra apertura al mundo hemos descubierto que representa una formidable reserva espiritual en la cual nos identificamos como coreanos. Allí concentramos la idea de la solidaridad aprendida de nuestros ancestros, el respeto, la cultura, la tradición y el humanismo. Hemos triunfado en la música y en otras áreas como la tecnología (en la que somos líderes), porque en cada familia coreana existe la noble creencia de que la educación nos aporta honorabilidad, eso que finalmente todos queremos. En nuestra filosofía el hombre honorable es lo más parecido al hombre ideal." ß