Los adolescentes y las fiestas de egresados. Con la prédica y el ejemplo
Por Horacio Sanguinetti Para La Nación
"EL hombre nace bueno, la sociedad lo pervierte", decía Rousseau. Voltaire, en cambio, creía que la educación debe aplacar la "mala levadura" que los humanos leudamos desde nuestra cuna.
Quizás ambos criterios contengan parte de la verdad. La escuela no puede abstraerse de la sociedad a la que pertenece. No se le puede exigir que por sí sola, y envuelta en la crisis que la agobia, combata eficazmente los disvalores que hoy campean: violencia, frivolidad, malos ejemplos, presión "mediática" muchas veces negativa, desentendimiento de tantos responsables...
Los jóvenes, para colmo convencidos de que no tienen futuro, asumen tales ejemplos. Algunos de éstos conforman ciertos rituales de despedida de una edad alegre y terrible: la adolescencia, que culmina junto con el ciclo secundario. A partir de allí, las responsabilidades crecen y, aunque toda etapa de nuestras vidas presenta dificultades, las verdaderas aumentan con la edad.
Regresión a Troglodia
Aquellos ritos asumen mil variantes: viajes de egresados, fiestas caóticas, "vueltas olímpicas"... Y muchos adquieren caracteres vandálicos. Los viajes liberan propósitos de transgresión e iniciación. La mocedad, hurtada a la vigilancia familiar (suponiendo que exista), debe "divertirse" obligatoriamente , con la complicidad de quienes deberían cuidarlos. En el mejor caso, estos desahogos representan una concesión a la sociedad de consumo.
Las fiestas, a su vez, derivan muchas veces en episodios peligrosos. Y, las "vueltas olímpicas" constituyen una regresión a Troglodia.
Podemos explicar estos excesos. El alma humana es compleja, sutil y misteriosa: "Amo a mi familia, a mi prójimo, a mi colegio, pero también los aborrezco". El amor y el odio conviven, ya lo sabía Catulo: "Odio y amo. Quizá preguntes cómo, y no lo sé, pero me atormento".
Los jóvenes, a los cuales se les enseñan sus derechos pero poco sus deberes, reaccionan contra lo que los limita y los contiene, los obliga a responsabilizarse, a esforzarse. En este mundo hedonista, el rigor obstinado no tiene consenso. Probablemente hemos adherido in totum al modelo norteamericano, incluidos su fenomenal estrés y su crisis en la relación entre padres e hijos. Quizá todo ello explique los excesos. Pero nada los justifica.
Recrear los valores
Y bien, salgamos al cruce. Todo cuanto hace a la conducta juvenil podemos discutirlo. Sin embargo, existe una regla de oro fuera de debate: no ofender a nadie, no destruir nada, no perder tiempo. Vale para todos, pero especialmente para los colegiales. Digámosles entonces que no se juega con comida, porque es inmoral: la comida tiene un destino sagrado. Y no se juega con animales, porque son nuestros hermanos. Y no se degradan ni rompen _¡por diversión!_ los bienes del pueblo. Y así...
A partir de esto, debemos recrear los valores permanentes: trabajo, honradez, esfuerzo, solidaridad. Fuera de ellos, no hay futuro posible. Y si el medio, el cine, el deporte, la política, la economía, etcétera, nos brindan solícitos tan malas muestras, es menester combatirlos, sin fatiga ni resuello, con la prédica y el ejemplo, la dialéctica y aun el rigor que no debemos vacilar en aplicar cuando cuadre.
No es una batalla nueva, ni imposible. Sócrates la sobrellevó. ¡Y Cristo!
Sociedad, Estado, familia, medios, Justicia, escuela, entre todos, pueden exaltar y sostener cuanto de bueno conlleva la condición humana.
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