Confrontaciones estériles
Por Fernando Diez Para LA NACION
Hay en el público, y quizás en mayor medida todavía en los que toman las decisiones empresariales y de gobierno, la noción de que el cuidado del medio ambiente es antieconómico: una traba para el desarrollo. Se identifica la economía con el realismo, y la ecología con un idealismo loable pero gravoso, postergable para un momento de mayor abundancia.
Sin embargo, cabe preguntarse por qué, dado que todos desearíamos vivir en una ciudad más limpia, con su río no contaminado, con un transporte público eficiente y con el aire más limpio, el mercado no provee soluciones a estos problemas. Por qué no hay empresas que estén dispuestas a sacar ventajas comerciales de esta obvia inclinación del público.
El mercado funciona como un sistema informativo que transforma en un patrón común (el dinero) los deseos personales de miles de individuos diferentes. Estos deseos están relacionados con un ámbito temporal y espacialmente restringido por nuestros propios intereses. Evaluamos beneficios y perjuicios que son relativamente inmediatos, y pocas veces consideramos las consecuencias de largo plazo. Menos aún, cuáles serían las consecuencias que produciría la multiplicación de estas decisiones individuales. Sin embargo, la suma de las decisiones individuales rápidamente produce efectos generales muy vastos, por ejemplo la desaparición de la manteca o cualquier otro insumo, o la inutilización del sistema telefónico de comunicaciones (Los Angeles, terremoto de 1994). Pero la información necesaria para corregir los daños de esa suma de conductas tarda mucho en llegar a las personas que los causaron y, todavía peor, los mismos que rápidamente adoptaron la conducta a largo plazo perjudicial muy lentamente adoptarán la conducta correctiva.
Esta limitación existe porque, mientras que en las conductas individuales los beneficios son inmediatos, para las conductas correctivas de los problemas comunes emergentes (la escasez de un producto, la contaminación del aire, o cualquier otra consecuencia de la acumulación de decisiones individuales basadas en beneficios individuales) el efecto sólo se hace evidente cuando la conducta se multiplica: "Es obvio que el aire está contaminado, y comprendo perfectamente que el origen de ese mal es el exceso de automóviles, pero no soluciono nada con renunciar a conducir mi auto. Sólo habría una mejora si todos los demás hicieran lo mismo al mismo tiempo. Mientras tanto, seré el único que ha resignado su comodidad y competitividad".
Mientras los beneficios individuales son concretos e inmediatos, los perjuicios son difusos y mediatos. El problema es recurrente, pues tiende a haber una contradicción estructural entre los beneficios inmediatos y los perjuicios mediatos de la mayoría de las decisiones sociales. Las decisiones sobre dónde y cómo deshacerse de la basura típicamente contienen esta contradicción, lo mismo que las decisiones relativas a cuánto invertir en prevención, sea respecto de las inundaciones o de la salud. Lo que es más fácil, más barato aquí y ahora será lo más perjudicial después.
Control de calidad
Es el dilema que enfrenta el agricultor, que constantemente se ve tentado a abusar de los recursos disponibles y consumirlos apresuradamente, sea el heno para el invierno, el agua para el riego, o el suelo, agotada su fertilidad por el monocultivo de mayor precio en el mercado.
Parecería en este punto que el mercado no puede dar nunca satisfacción a la ecología, sino enfrentarla. Pero como el mercado no es un hecho natural, como ingenuamente nos proponen los fundamentalistas, sino una construcción de la civilización y la cultura, es perfectible, en la medida en que se perfeccionen las convenciones que lo regulan: derecho de propiedad, de transitar y comerciar, igualdad ante la ley, estabilidad de la moneda, leyes antimonopólicas, y así siguiendo hasta los mecanismos más sofisticados, como las agencias de control de la calidad (farmacia, alimentos, transporte, etcétera) o las reguladoras de los mercados de segundo orden (dinero, acciones, hipotecas, etcétera).
La libertad del mercado, de comprar y de vender, no surge por la ausencia de restricciones, sino precisamente por la imposición de garantías. Lo "natural" es la existencia de trusts, carteles, dumping , monopolios, oligopolios y toda suerte de asociaciones secretas de minorías en perjuicio de la mayoría. El funcionamiento de los taxis en los aeropuertos, dominados durante largo tiempo por sus mafias espontáneas, nos recuerda la evolución "natural" de los acontecimientos, completamente ajena a la libertad, igualdad de condiciones y competitividad, que hacen eficiente el funcionamiento de lo que llamamos economía de mercado.
Si aspiramos a mejorar los mecanismos del mercado para atender a las consecuencias ambientales de las decisiones económicas, sería mejor poder considerar la ecología y la economía no como disciplinas encontradas, sino como partes de un mismo ámbito de preocupación y conocimiento unificado, un ámbito más amplio que comprenda una economía informada de los beneficios en el largo plazo, y una ecología informada de la instrumentalidad y los costos del corto plazo.
lanacionar