
"Contra los medios gané; con los medios, perdí" (Perón)
La frase de Perón que encabeza este artículo no fue la expresión de un pensamiento teórico, sino el resultado de una experiencia personal. En 1946, Perón ganó las elecciones que lo llevarían a la Presidencia pese al disenso de los principales medios de prensa. De ahí en más, dejándose llevar por la embriaguez del poder, Perón expropió La Prensa y tejió una vasta red de medios oficialistas atraídos por el auxilio financiero del Estado. Sin embargo, Perón cayó en 1955 en medio del clima adverso que su deslizamiento hacia el despotismo durante los años 50 había provocado en vastos sectores de la opinión pública. De esta doble experiencia, el último Perón extrajo en los 70 la paradójica conclusión que resume su famosa frase del comienzo porque, cuando tenía a casi todos los medios en contra, ganó y, cuando los dominaba casi a todos, perdió. Así fue cómo, provisto de este aprendizaje, el último Perón abrazó a Balbín en los años setenta, dijo que "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino", en vez del sectario "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista" que lo había acompañado por años, y al fin fue enterrado como el gran pacificador, rodeado por el homenaje póstumo de la gran mayoría de los argentinos.
Pero, siendo como fue el fruto de su experiencia práctica, la frase de Perón que consignamos aquí encerraba una poderosa intuición: que el factor que decide el rumbo de un país no es la concentración en el Estado de los medios de opinión sino más abajo, casi en el nivel del inconsciente colectivo, la opinión profunda de lo ciudadanos . Este es el factor decisivo en una sociedad. Los medios de opinión que saben interpretarla reciben el favor de los lectores. Los que no saben interpretarla quedan afuera, por más que cuenten con una lluvia de subsidios estatales. ¿De qué le vale entonces al Estado acumular medio tras medio, si pierde en el camino la opinión auténtica de los ciudadanos?
La actitud que han tomado los Kirchner respecto de los medios de prensa los ubica, empero, por debajo de la ruta ascendente del último Perón. En 2009, perdieron rotundamente a manos de la oposición, pero sacaron una conclusión contraria a la del caudillo. En ese año, grandes medios que hasta aquel momento los apoyaban, revisaron su posición al notar que la opinión profunda de los argentinos se les estaba alejando. Al percibir la nueva situación minoritaria en la que habían quedado, los Kirchner apostaron entonces a una ecuación contraria a la frase de Perón: no era según ellos que los medios de prensa seguían la posición de la gente, sino que la gente estaba siendo manipulada por los medios de prensa. Despreciaron de este modo la sabiduría popular y, siguiendo esta otra lógica, concluyeron que había que dominar a los medios de prensa para que éstos, a su vez, manipularan a la opinión pública. Detrás de esta persuasión acuñaron la nueva ley de medios y la urgente promoción de una vasta red de medios oficialistas con la esperanza de que, gracias a ellos, la opinión de los argentinos volviera a bendecirlos.
Se nos dirá: ¿pero no es acaso que, pese a este error de interpretación sobre el papel de los medios, Cristina Kirchner ganó ampliamiente las últimas elecciones? ¿Cómo explicar entonces esta contradicción, que en tanto que los medios kirchneristas, pese a los subsidios, encuentran escasos oyentes o lectores, los votos, por su parte, han apoyado ampliamente a Cristina? Ella se encontraría entonces en una disyuntiva entre dos procesos divergentes: gana votos, pero sus medios no ganan oyentes o lectores. ¿Cómo entenderlo?
Porque los votos se le multiplicaron a Cristina por factores diferentes de la irradiación mediática, entre ellos la bonanza consumista de los últimos años. El kirchnerismo debería sacar por lo tanto esta conclusión: no es el hecho de que se haya apoderado de tantos medios lo que le ha atraído el apoyo popular, sino un factor externo a ellos, ya que aquellos medios oportunistas que ahora la acompañan no han ganado por hacerlo ni siquiera una audiencia considerable.
¿Qué pasará entonces en el mediano plazo? Que la euforia del Gobierno por la victoria electoral del 23 de octubre podría llevarlo a una nueva embriaguez del poder como la que experimentó Perón antes de que lo alcanzara la sabiduría, una embriaguez que ya se ha manifestado en su abrupta reacción ante el desabastecimiento del petróleo y en el acto eufórico de anteayer en Vélez Sarsfield. Quedamos a la espera de que, cuando se aquieten las aguas de la exaltación, quizás el kirchnerismo vuelva a recordar con prudencia la aridez de 2009. La respuesta final a la estéril política de medios de Cristina llegaría a nosotros, según esta observación, recién en el mediano plazo.
Clásicos autores liberales como David Hume y John Stuart Mill han enseñado que los gobiernos deben obedecer a la opinión pública y que esto les pasa hasta a los tiranos porque ellos dependen, finalmente, "de la opinión de sus jenízaros", de su férrea guardia pretoriana, para sostenerse. Esta verdad, oscurecida por un tiempo, en el corto plazo, por los engañosos fulgores del populismo, finalmente vuelve con la desilusión del pueblo ante los demagogos. En la Argentina, entonces, la opinión pública volverá a su quicio tarde o temprano. Esta es una esperanza fundada por el hecho de que desde el momento en que, aún en medio de la euforia del kirchnerismo, los lectores, los oyentes, los televidentes, siguen rehuyendo a sus portavoces mediáticos. En un artículo que LA NACION publicó anteayer, el escritor mexicano Enrique Krauze lamenta que "el populismo parece haber inoculado en muchos argentinos la servidumbre más triste, la servidumbre voluntaria ". En muchos argentinos, pero no en todos porque aún quedan en nuestra opinión pública grandes reservas de valores que, cuando llegue el momento, resurgirán. Y aún si el Gobierno intenta apilar radios con la intención de volcarlas al oficialismo, también aprenderá, como lo hizo Perón en su momento, que los ciudadanos son más independientes de lo que supone y que, si llega a despojar a dichas radios de sus emisiones tradicionales, su audiencia se evaporará. Quizá llegue un momento en que nos sintamos tentados de dudar que, en la democracia, la verdad llega. Quienes luchan por su advenimiento deben recordar que lo que hacen los periodistas independientes no responde a un cálculo mezquino, sino a una convicción que se encuentra más allá de él, y sin que pretendan imponer su visión de la verdad a la visión de aquellos que piensan de otro modo porque, aun en la disidencia, adhieren a la famosa profesión de fe de Voltaire cuando dijo: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo".
Entre aquellos que luchan por preservar su vocación, ya sea en el periodismo o en otros terrenos, y los que militan en la temblorosa legión de los aplaudidores, media una distancia moral , porque aquellos creen en el acceso de cada uno a la verdad tal como honestamente la conciben y al aprendizaje que surge de sus propios errores, ya que nadie es infalible. Aunque sea sin saber si su actitud necesariamente prevalecerá, igual se nutren de antiguos valores. En cuando a los otros, confiamos que les llegue a tiempo el reconocimiento de estos valores, una vez que resistan el canto de sirenas del oportunismo, una tentación que, aunque parezca fuerte, termina por rendirse ante la búsqueda de la verdad en el único ambiente en que ella resulta posible: el ambiente de la libertad.