Contra los pronósticos más pesimistas, la cumbre del G-20 fue un éxito
La Argentina exploró acuerdos comerciales y científicos y volvió a integrarse al mundo
El panorama político global no era alentador. Los desafíos eran múltiples, y los riesgos, altos. Los últimos encuentros entre líderes globales no arribaron a acuerdos, o terminaron con mayores tensiones y desconfianzas mutuas. Vale recordar lo sucedido en Canadá en junio pasado. La reunión del G-7 (Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Japón, Reino Unido e Italia) en La Malbaie concluyó en un fracaso. En un contexto de crisis, por el aislacionismo de Washington y sus políticas proteccionistas, la fractura se agravó cuando el presidente Trump, con el apoyo del primer ministro italiano, Conte, reclamó la reincorporación de Rusia, expulsada por la anexión de Crimea en 2014. Trump se retiró antes de que terminara la cumbre, rechazó la declaración final y profirió fuertes agravios contra el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Todos sabían que sería la cumbre "más difícil en años", pero el desenlace final fue aun peor.
El plano bilateral tampoco fue mejor: en los últimos dos años, las reuniones entre el presidente norteamericano y jefes de Estado de grandes potencias se alternaron entre la cordialidad y el destrato, la coincidencia y el enfrentamiento. Las dificultades en el diálogo y la negociación política comenzaron a volverse rutinarias en el plano internacional, debilitando todas las estructuras multilaterales. La reciente cumbre del G-20 se realizó además en el marco de otras dos tensiones políticas: la de los gobiernos de Turquía y Arabia Saudita por el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de este país en Estambul y la escalada entre Rusia y Ucrania por los incidentes en el estrecho de Kerch. Sumado a ello, el telón de fondo del enfrentamiento comercial y estratégico entre Estados Unidos y China y sus efectos en la estabilidad económica y política global.
Todo parecía estar encaminado hacia el fracaso. Turbulencias geopolíticas externas más crisis política y económica internas se combinaron justo en momentos en que el gobierno argentino se jugaba una gran carta internacional.
Sin embargo, aun con probabilidades altas de una frustración, el presidente Macri, como anfitrión de la cumbre, y los líderes de las grandes potencias se dispusieron al diálogo y evitaron la confrontación. Contra los pronósticos más pesimistas, y considerando las limitaciones de la diplomacia de cumbres, el encuentro resultó exitoso por varias razones. Se alcanzó un consenso básico sobre temáticas de interés para los líderes de las grandes potencias. Ese acuerdo, que representa un punto de equilibrio entre diferentes posiciones, se plasmó en un documento final que fija lineamientos sobre asuntos de la agenda global: comercio, futuro del trabajo, cambio climático, género, migraciones, corrupción y seguridad alimentaria, entre otros. Las diferencias y los desacuerdos entre los líderes no provocaron una ruptura. El multilateralismo en formato G-20 sigue en pie. Y, en palabras de varios líderes presentes, "fue una de las mejores cumbres, si no la mejor".
La reunión de Buenos Aires no va a cambiar el mundo ni el curso de la historia. Tampoco los Estados ni las organizaciones internacionales tomarán decisiones inmediatas como resultado de esas deliberaciones. No sería justo evaluarla en esos términos. Pero los jefes de Estado han dado una nueva oportunidad al diálogo y la cooperación en momentos en que el sistema mundial enfrenta retos complejos.
El encuentro fue propicio también para dos actos significativos: la firma del nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá, el T-MEC o Usmca, y la cumbre entre Donald Trump y Xi Jinping, que alcanzó una tregua en la aplicación de medidas arancelarias. Incluso la coalición de los Brics, aunque deslucida, aprovechó el momento para mostrarse con una reunión presidencial.
En estos días se ha preguntado con insistencia sobre beneficios y logros de este evento para la Argentina. En las 17 reuniones bilaterales que el presidente Macri tuvo a lo largo de tres días se exploraron acuerdos comerciales, inversiones y fondos para infraestructura; propuestas de cooperación científica y tecnológica, y otros convenios en diferentes ámbitos.
En el plano interno, la participación activa en los grupos de afinidad del G-20 (sobre negocios, trabajo, sociedad civil, grupos de reflexión, mujeres, juventud y ciencia) permitió la internacionalización de organizaciones no gubernamentales, sindicatos, cámaras empresarias, actores sociales e instituciones científicas. La sociedad argentina queda más integrada a redes transnacionales, lo que facilita el intercambio de experiencias e incorpora conocimiento que nos ayuda en la formulación de políticas públicas.
Esta sociedad también comprendió la importancia de la política exterior y de los vínculos con los Estados y sus líderes políticos. El Gobierno logró cambiar el eje discursivo de los medios de comunicación, que en las semanas previas se focalizaban en los riesgos sobre la seguridad y ponían en duda la capacidad del aparato estatal argentino para garantizar la cumbre. También se concentraban en la ecuación costo-beneficio de la reunión. Se notó el esfuerzo de las autoridades por explicar la importancia de este evento mundial. Los medios dejaron por un momento la agenda política y económica interna y pusieron el foco en los asuntos mundiales. Transmitieron el significado internacional de esta cumbre y su envergadura política. Fue todo un aprendizaje para la sociedad argentina sobre el arte de la diplomacia y la relevancia de las relaciones externas.
El Gobierno se puso a prueba y demostró que puede organizar eficientemente un evento de trascendencia mundial con las máximas garantías de seguridad. Precisamente, el éxito en la seguridad del encuentro fue otro gran logro del Gobierno, aunque haya sido con la colaboración de los otros Estados participantes. En este ámbito también quedan otros activos: materiales y equipamiento para nuestras fuerzas de seguridad, pero también el conocimiento en protocolos, procedimientos y operaciones.
El presidente Macri, como anfitrión, demostró estar a la altura del desafío, construyendo un ámbito de diálogo y concertación, buscando un compromiso político con una agenda global más orientada a los países en desarrollo.
Por último, cabe destacar la labor de los diplomáticos argentinos. No es que, de pronto, los presidentes cambiaron sus temperamentos o las grandes potencias suspendieron sus intereses nacionales. Se trata del oficio de la diplomacia. Durante el año de presidencia, y particularmente en las últimas semanas, desplegaron toda su experiencia en conciliación y negociación para alcanzar un comunicado de consenso. La diplomacia argentina puso a prueba su profesionalismo, fue superando distintos obstáculos y llevó a buen término este proceso. Ahora, como señaló el presidente Macri, hay un próximo desafío por delante: lograr el ingreso de la Argentina en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), una solicitud presentada meses después de iniciada la gestión. Mientras tanto, el Gobierno tratará de capitalizar el éxito de esta cumbre con vistas a las elecciones presidenciales. Veremos cuánto de este aire fresco lo acompaña en la contienda electoral.
Directora de Ciencia Política UBA
Elsa Llenderrozas