Convivencia
OMSK, Rusia.– Una primera hilera de construcciones bajas que podrían ser viviendas o galpones. Luego ascienden los edificios de departamentos, con algunas ventanas iluminadas. Tras ellos, construcciones más imponentes, coronadas por luces rojas que, junto con el friso que remata las edificaciones, rompen la monotonía plomiza de las estelas de humo que se elevan hacia un cielo color gris. Nieve negra recubre el suelo, producto del hollín que despiden las chimeneas de la central termoeléctrica de Omsk. Es el retrato de una convivencia tóxica. Los habitantes de la zona probablemente sepan a qué se exponen y tal vez estén habituados a vivir así. Por acostumbramiento, naturalizamos entornos cuya toxicidad puede darse por sustancias contaminantes o por situaciones de la vida, mucho menos evidentes quizá, pero no por eso menos nocivas.