Cooperación con Brasil, pero sin olvidar a Europa y Estados Unidos
La Argentina no debería subordinar su política exterior a los dictados de Itamaraty, sino estrechar en armonía sus vínculos con el país vecino
La Argentina está en América. Hay que volver a esa comprobación elemental para aceptar que el gobierno de Néstor Kirchner deberá definir rápidamente su relación con los Estados Unidos y Brasil, los dos países más grandes del continente.
Otra evidencia básica es que la Argentina está en América del Sur y que, a diferencia de América Central o el Caribe, esta parte del continente ha tenido históricos y muy estrechos lazos con Europa. El país es, además, uno de los principales productores de alimentos del mundo. Los mercados por explorar son, entonces, infinitos y atraviesan América, Europa, Asia y Oriente. Kirchner se ha manifestado, hasta ahora, enamorado sólo de la relación con el Mercosur y con América del Sur, que es una manera de privilegiar, por sobre toda otra concepción, los vínculos con Brasil, el vecino más poderoso de la región.
Hay dos maneras de acercarse a Brasil. Una constituye ya una política de Estado. El Mercosur fue una idea de Raúl Alfonsín y de José Sarney, los presidentes argentino y brasileño de la década del 80, que ninguno de los gobiernos posteriores, de cualquier lado de la frontera, quiso destruir. En la década del 90, el entonces canciller Guido Di Tella logró -junto con la diplomacia brasileña- que Estados Unidos aceptara la fórmula del "cuatro más uno" para negociar el tratado de libre comercio del ALCA. Esto es: tal negociación se haría entre Estados Unidos y los cuatro países del Mercosur y no incluiría, en principio al menos, a los otros dos países del Nafta, Canadá y México.
El Mercosur y el "cuatro más uno" son, así las cosas, políticas de Estado de la Argentina. Pero otra manera de relacionarse con Brasil es la de aceptar su condición de potencia regional y subordinar la política exterior argentina a los dictados de Itamaraty. Es lo que sucedió con la votación argentina en las Naciones Unidas por la violación de los derechos humanos en Cuba. La abstención -que fue la decisión de Duhalde- es la política histórica de Brasil y la condena al régimen de Fidel Castro era la política de la Argentina durante los gobiernos de Carlos Menem y de Fernando de la Rúa. La subordinación total a la política exterior de Brasil condenaría a la Argentina a la insignificancia absoluta en el escenario internacional.
Tanto Kirchner como su canciller, Rafael Bielsa, han adelantado muy poco sobre la relación que imaginan con Estados Unidos. Decir que "no habrá relaciones carnales" es lo mismo que no decir nada. Las "relaciones carnales" de la época de Menem fueron una mala metáfora, pero formaron parte, al mismo tiempo, de un mundo que ya no existe. Ni el Washington liderado por Bill Clinton es el mismo de George W. Bush ni la Argentina optimista y confiada de mediados de los años noventa es el país postrado y receloso de ahora.
Necesidades diferentes
Sin embargo, la primera pregunta que corresponde hacerse es quién necesita a quién. Si Estados Unidos pudo aplicar una política exterior, indiscutiblemente cuestionada desde las más elementales normas del derecho internacional, contra la voluntad de Francia, Alemania y Rusia, puede deducirse que de la Argentina necesita más nada que poco. En cambio, a la Argentina la urge la necesidad de restablecer su relación con la comunidad financiera y económica internacional; requiere normalizar su situación con los acreedores del exterior y renovar la confianza más allá de sus fronteras para atraer las inversiones esenciales para su reconstrucción.
Las llaves para ese reacceso al mundo (o algunas de ellas, pero imprescindibles) están en manos de Washington. Se trata, en última instancia, de una reformulación, seguramente con nuevos parámetros y nuevos protagonistas, de la relación con la única hiperpotencia del mundo. De hecho, durante los meses dramáticos de la última crisis argentina, el gobierno de Duhalde encontró más comprensión en Estados Unidos que en muchos países de Europa, con las excepciones de Francia, Italia y España.
Pero tampoco Europa debe ser olvidada. Está en proceso un tratado de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea mucho más avanzado que el ALCA. Los tiempos corren demasiado rápidos. Europa es más refractaria que Estados Unidos para liberar sus barreras aduaneras y lo será más aún cuando ingrese la nueva camada de socios de la UE, muchos de ellos con economías competitivas con el Mercosur.
Duhalde usó la relación con Estados Unidos para polarizar con Menem en la campaña electoral, pero el propio presidente saliente está convencido de que ese vínculo debe reconstruirse cuanto antes. Europa está curando las heridas con Washington tras la guerra en Irak. Sería patético que sólo la Argentina quedara como una patrulla perdida de una guerra diplomática que ya terminó.
La alusión a las "relaciones carnales" era también una muletilla electoral. Es necesario que la política exterior del nuevo presidente hable en términos más comprensibles, menos ideologizados en un mundo que sólo responde, más tarde o más temprano, a razones prácticas.
El ministro
Constitucionalista
Rafael Bielsa nació el 15 de febrero de 1953 en Rosario. Hermano del director técnico de la selección de fútbol, es un prestigioso abogado constitucionalista. Entre sus hobbies, se cuentan la poesía y la música.
De la Sigen a la Cancillería
En su juventud adhirió al movimiento Montonero. Durante la gestión de Fernando de la Rúa fue síndico general de la Nación. Antes de su designación como canciller era candidato a jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por el partido Gesta y desde allí se había acercado a Kirchner.