Corazón
Juan Carr, que conoce tan de cerca las heridas abiertas de la sociedad argentina, dice a menudo que este país es habitado por personas esencialmente solidarias. Aunque no siempre es así -la solidaridad se prodiga cuando sobrevienen el drama personal o la catástrofe colectiva, pero es menos consistente en términos estructurales-, hay ejemplos que estrujan el corazón. Sucedió hace pocos días: en medio del dolor indecible que sin dudas produce la pérdida de un hijo, en este caso brutalmente arrebatado en un episodio de violencia, los padres de Abril, la muchachita cuyo caso conmueve en estas horas al país, ofrecieron donar el corazón de la pequeña de 12 años a Justina, una niña que estaba a la espera de ese órgano para sobrevivir. El corazón no fue compatible y Justina sigue aguardando ese milagro de la ciencia y de la fe. Sus padres agradecieron el gesto.
Sólo los seres de luz (una expresión tan maltratada por cierta tilinguería, pero en este caso de una rara precisión, aunque más no sea poética) alcanzan ese estado de bondad y de entrega y son capaces de sobreponerse al drama íntimo en el que viven para pensar en el prójimo. El mundo en esos casos -sucedió ayer- se torna un poco más bello.