Coronavirus en la Argentina: una sociedad sin válvula de escape
En la vida de una familia, cinco cuadras parecen poca cosa; son solo 500 metros, poco más de una vuelta a la manzana. Sin embargo, después de 37 días de encierro forzoso, esa pequeña distancia marcaba una enorme diferencia. Ya no eran apenas 500 metros: eran un gran desahogo, eran la posibilidad de recuperar algo de nuestra rutina cotidiana, eran un espacio de libertad y, sobre todo, un paso hacia la normalidad. Para millones de familias que viven la cuarentena sin espacio verde, en pocos metros cuadrados, sin que sus hijos puedan patear una pelota ni jugar en la vereda, eran 500 metros de esperanza. Pero fue una ilusión vana. Fue una puerta que se cerró antes de abrirse. Y el cierre abrupto no solo potencia la ansiedad y la angustia que empieza a carcomer a muchísimas familias. También renueva interrogantes sobre el manejo de una situación tan delicada, extraordinaria y sensible como la que estamos viviendo.
La cuarentena –está claro- es una herramienta que ha ayudado a controlar la epidemia y que, según todos los expertos, ha sido clave para evitar un pico descontrolado de contagios. Pero no puede ignorarse que también es una medicina amarga, con múltiples efectos colaterales y con secuelas dramáticas en el plano económico, pero también en la psicología y el ánimo social. No es algo con lo que se pueda improvisar, mucho menos manosear las expectativas de la gente.
Una sociedad que ha debido resignarse al encierro y que, en aras de la salud pública, ha tenido que resignar su libertad, su trabajo, sus proyectos y su forma de ganarse la vida, lo mínimo que merece son explicaciones, respuestas y reglas claras. A ese deber de coherencia y claridad se ha faltado en las últimas horas. Los argentinos nos fuimos a dormir el sábado con la certeza de que ahora empezaba una nueva etapa, en la que la cuarentena admitiría pequeñas "salidas recreativas". Pero el domingo nos desayunamos con que eso no será así, al menos en los cuatro distritos que albergan a más de la mitad de la población del país.

¿Cuáles son los consensos con los que se disponen y administran medidas de esta envergadura? ¿No se había llegado al anuncio presidencial después de un diálogo intenso con los expertos y los gobernadores? ¿Quiénes y cómo toman las decisiones? ¿Cuál es el peso del comité nacional de especialistas? Y en todo caso, ¿qué lugar se le está haciendo a la opinión de psicólogos y psiquiatras, sociólogos y expertos en demografía y población?
Se nos ha impuesto un sacrificio de proporciones inmensas. Se ha dicho hasta el cansancio: no todos lo pueden asumir en las mismas condiciones, con la misma batería de recursos materiales y simbólicos ni en un marco de contención y serenidad familiar. Si hay una porción de la sociedad que atraviesa la cuarentena con comodidad, con posibilidades de trabajo intelectual y de esparcimiento y disfrute hogareño, se trata de una minoría. La mayoría lo hace con estrecheces y limitaciones que, a esta altura, empiezan a tornarse asfixiantes. Y no solo aquellos que viven en situación de pobreza; también millones de familias y de personas solas de clase media, a las que el encierro no les proporciona demasiadas chances de disfrute ni tranquilidad. Para esos millones de argentinos, las "salidas de esparcimiento" representaban una válvula de escape. Y por eso muchos se apuraron ayer, en un domingo otoñal, a dar una vuelta con sus hijos por las plazas y los barrios. ¿Cómo se les explica ahora que, en una situación como ésta, el anuncio fue equívoco, confuso, inconsistente, sin una base de consenso y, finalmente, impracticable?
La puerta que acaba de cerrarse impedirá mucho más que una vuelta a la manzana. Es un paso en falso que debilitará, probablemente, la confianza en las medidas que se tomen de ahora en más. Debilitará, además, la capacidad de resistencia de una sociedad que ya empieza a agotar sus reservas de paciencia. Potenciará dudas e interrogantes sobre la seriedad y la consistencia de restricciones que generan otros males: angustia, incertidumbre, ansiedad, ahogo. Acentuará los efectos adversos de una "tratamiento invasivo" que nos defiende contra el virus pero nos condena también a penurias dolorosas.
Se nos pide responsabilidad a los ciudadanos, y está muy bien. Tenemos derecho a exigir que los gobiernos sean, por lo menos, igual de responsables.