Coronavirus. Cavilaciones empresariales a la hora del Covid-19
Si pudiéramos leer la mente de un empresario medio (haciendo caso omiso de los exabruptos que aparecen cada tanto) nos encontraríamos con algo así:
- Tengo la fábrica cerrada. Me vinieron rebotados el 80% de los cheques que desconté. No puedo despedir ni suspender a nadie (y yo sé bien que soy de esos empresarios que se desgarran cuando tienen que prescindir de su gente). No estoy pagando impuestos y Dios sabrá qué pasará con ellos. Solo porque mi contador me lo pidió "por mis hijos" pago aportes y retenciones. Este mes al menos. Mi gerente estuvo llamando a todos los que nos deben facturas. Uno de veinte dijo que iba a arrimar algún manguito y aprovechó para pedir tiempo para pagar el resto. Los demás o lloraron o lo insultaron o confraternizaron en la desdicha.
- ¿Tendré una causa penal algún día por no pagar impuestos o por haber entregado cheques sin destino? No. No es posible. Seguro que cualquier fiscal va a entender.
- ¿Me tendré que concursar? Pero podría ser caro y además los tribunales van a estallar de concursos, ¿Me dará el juez las medidas de protección que le pida mi abogado? Él se tiene confianza, pero me aterra pensar que los tiempos no me alcanzarán. Aunque, perdido por perdido...
Uno de los dramas de esta pandemia y la imprescindible cuarentena, según los profesionales de la salud, es que las empresas han tenido que cerrar. No venden o prestan servicios. Ergo no cobran y por tanto, no pagan. El Estado ayuda, pero no se sabe si alcanzará.
La actual legislación obligacional, societaria, concursal, está pensada para otros tiempos. Para crisis individuales. No para cuando el sistema es lo que cruje. Es imprescindible –y muchos países del mundo la están ensayando- una legislación de emergencia. Un desafío adicional a los muchos que exige este duro momento, que Borges hubiera llamado "hora de angustia y de luz vaga" (El Golem en El otro, el mismo).
Y si es época de epopeyas – lo digo porque en lo particular me gustan- y dado que está vigente aquello de "no pregunten qué puede hacer el país por ustedes, sino lo que pueden hacer ustedes por su país", me pregunto si no es hora de generar las ideas desde el ciudadano, asistiendo a un Estado muy exigido y al filo de quedar desbordado. Y así como el respirador artificial es imprescindible para los enfermos graves de coronavirus, el concurso preventivo lo debe ser para las empresas perjudicadas por las consecuencias nefastas de esta enfermedad.
Sin embargo, no hay suficientes respiradores artificiales en el país, como tampoco la actual legislación concursal es suficiente frente a la pandemia.
La legislación de emergencia se impone, global, abarcativa y multisectorial, ya no frente a nuestros problemas internos habituales – que son muchos- sino frente a un suceso de tipo universal.
Necesitamos medidas de emergencia sobre el efecto de los concursos, su duración, su flexibilidad, sobre la posibilidad de replantear aquellos que parecerían ya intocables y que se han vuelto incumplibles, sobre la urgencia de nuevas rondas de negociación en lo que se debatía antes, lo era bajo términos que han caducado.
Necesitamos medidas societarias que no conviertan en un calvario potenciado el rol empresarial. Que los empresarios salgan con barbijo y cuidando las distancias pero que no teman a la ley –que hoy al menos les manda hacer múltiples acciones, disímiles y contradictorias-.
También necesitamos, pero esto está en curso, intensas medidas de asistencia fiscal y de apoyo crediticio. Y que la reglamentación que llega a los hombres y mujeres de a pie y a las empresas "ponga en acto" generosas y lúcidas decisiones macro.
La legislación de emergencia a dictar, dada la masividad de los perjuicios económico financieros, su duración, su profundidad y su salida –los que ocurren en un territorio inexplorado- requiere de la asesoría de especialistas y que no puede ser tratado a la "usanza 2001". Entra aquí a tallar el talento, las ganas de encontrar soluciones donde los otros no las ven y demás características de la dogmática nacional, que no se caracteriza por bajar los brazos.
A tal virtud debemos recurrir. En ella tenemos que apoyarnos.
Si uno mira demasiado a un abismo, como decía Nietzsche, es el abismo quien termina mirándote –y poseyéndote- y alejándote del sentido común y de las soluciones prácticas.
Buena razón para –figuradamente- unirnos y darnos la mano en pos de un camino que nos aleje de este abismo a cuya vera, aunque resulte aterrador decirlo, estamos en esta hora.
Abogado