Coronavirus: cuando los aplausos se acallen…
Al principio, cuando los medios y las redes sociales nos contaban que con epicentro en la ciudad Wuhan, en China, estaba ocurriendo una epidemia con un virus llamado SARS-Cov-2 perteneciente a la familia de los coronavirus, nos pareció algo muy lejano. Frente a nosotros veíamos imágenes típicas de las películas catástrofe sin saber que días después el mundo viviría la mayor emergencia sanitaria que ya lleva más de 125 mil muertos y casi 2 millones de contagiados hasta hoy.
Recién cuando las cifras comenzaron a aumentar y la OMS lo catalogó como pandemia se comenzaron a encender las alarmas en el mundo, aunque algunos líderes de las principales potencias siguieron dudando de la gravedad del tema. Podemos decir que también hubo dos tipos de reacciones entre la gente, los dirigentes y los médicos en general que fueron bastante similares al resto de los líderes de Occidente: aquellos que pensaron que sería algo muy similar a lo que había pasado con otras epidemias de gripe o, en el peor de los casos, como la pandemia del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) en el 2003 y el MERS (Síndrome Respiratorio de Oriente Medio) de 2012, que había golpeado más a esa región del planeta; y por otro lado, aquellos que empezaron a darle la trascendencia que hoy tiene el tema.
Sin embargo, cuando la pandemia estalló por los aires en Europa con su tremendo y letal impacto, inicialmente en Italia y luego España, produciendo un descalabro jamás imaginado en los sistemas sanitarios, entonces todo fue tomando una dimensión dramática y sucedieron cosas que jamás imaginamos. A algunos incrédulos como el Primer Ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, la necesidad de los días de terapia intensiva seguro lo hicieron recapacitar, lo mismo que al presidente norteamericano Donald Trump; ambos estaban viendo cómo se enfermaban y en muchos casos morían sus ciudadanos, el sistema de salud colapsaba, su personal, sin elementos de protección suficientes, en muchos casos se enfermaba y moría.
Fue así como el mundo casi se detuvo y aún no ha reiniciado su normal actividad. Vimos imágenes que no conocíamos y que jamás imaginamos: ciudades desiertas, la gente escondida detrás de la trinchera de su casa para protegerse de un enemigo invisible -pero letal-, los animales que se animaron a visitar las calles frente a ausencia de gente, Venecia con aguas transparentes y el mundo que comenzó a aplaudir a los trabajadores de salud que ya casi no recordaba que existían, ni para qué servían.
Si no se hace todo lo que hay que hacer para revalorizar nuestra profesión, y la salud en general no se vuelve un tema prioritario para la sociedad y la clase dirigente para hacer cambios profundos, ni los muertos, ni los mártires, y mucho menos los aplausos habrán servido de nada y seguiremos como antes
Los hospitales modelo de grandes ciudades del primer mundo se desbordaron y observamos enfermeros enfundados con bolsas de residuos porque no hay materiales suficientes para protegerse; la gente fue más rápido que la OMS y entendió que debía usar tapabocas y entre memes y tutoriales fabricaron barbijos caseros. Los gobiernos descubrieron que el sistema de salud necesitaba más profesionales y llamaron a jubilados, aceleraron trámites de acreditación y validación de títulos, y procedieron con urgencia a la compra de insumos médicos que estaban descuidados.
¿Alguien recuerda en qué lugar de importancia estaba la salud en las plataformas políticas? Nunca en los primeros, nunca pude escuchar una propuesta. ¿Alguien recuerda que desde la crisis del 2001 continúa la emergencia sanitaria? ¿Alguien se preguntó por qué no podemos salir de esa emergencia? No, porque la salud no es noticia y resulta que hoy nos transformamos en héroes. No somos héroes, somos trabajadores de la salud cumpliendo con nuestra tarea.
La clase dirigente argentina que tuvo algunas señales iniciales de temprana madurez, que parecía perdida, quizás pueda unirse para reformular el sistema de salud
Cuando todo esto pase, cada uno de nosotros, nuestras entidades médicas y científicas, los colegios profesionales y la sociedad en general deberán reflexionar acerca de la salud. Los aplausos se acallarán y el temor se habrá ido. Si no se hace todo lo que hay que hacer para revalorizar nuestra profesión, y la salud en general no se vuelve un tema prioritario para la sociedad y la clase dirigente, para que se hagan todos los cambios que hay que hacer por más profundos que sean, ni los muertos, ni los mártires, y mucho menos los aplausos habrán servido de nada y seguiremos como antes. Con la salud muy alejada en el orden de prioridades sociales y, por ende, políticas, a la espera de que otra tragedia nos azote y mientras tanto muchos más profesionales y potenciales profesionales seguirán el camino que ya otros tantos emprendieron, el abandono de esta noble profesión olvidada y descuidada.
La clase dirigente argentina que tuvo algunas señales iniciales de temprana madurez, que parecía perdida, quizás pueda unirse para reformular el sistema de salud. Mientras tanto, debemos mantenernos unidos para paliar la pandemia lo mejor posible sin que se produzca un colapso, e insistir a nuestros pacientes que aún ante la falta de certeza no duden en consultar acerca de sus problemas de causa cardiovascular u otras que les parezcan urgentes. Que usen la tecnología que en muchos casos puede evitar la necesidad de movilizarse o ir al hospital.
Pero debemos mantenernos alerta porque que la cantidad de angioplastias por infarto cayó un 40% y la mortalidad aumentó por el llamado tardío a emergencias y consultas.
A todos mis colegas les pido que mantengan la templanza y el espíritu en alto, con la esperanza de que esta pandemia -y la crisis que ha provocado- nos permita resurgir fortalecidos y genere el estímulo en la sociedad y en los dirigentes para realizar los cambios necesarios para el bien de todos.
* El autor es el director del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro