Cristina, la gente y la trampa del fundamentalismo
Un par de años atrás, Ernesto Laclau, filósofo político de cabecera de la Presidenta, sugirió que el experimento político de Néstor Kirchner era valioso, pero insuficiente, porque no había llegado a lo que sí pudieron lograr Juan Domingo Perón o Hugo Chávez: dividir a la sociedad en dos campos enfrentados. Cristina Fernández de Kirchner pareció haber tomado al pie de la letra esa sugerencia. Tanto cuando dijo que a ella había que tenerle un poquito de miedo como cuando, horas atrás, luego de la multitudinaria movilización con cacerolazos, habilitó a grupos juveniles a organizar "contramarchas" y consintió que su jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, descalificara con duros términos a los manifestantes del posiblemente histórico jueves 13 de septiembre (S-13).
La respuesta que el gobierno nacional debía darle al S-13 derivó en intensos debates en el oficialismo. Hasta intelectuales vinculados a la agrupación Carta Abierta, como el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, invitaron a tomar nota de las demandas de quienes salieron a las calles sin subestimaciones. Ni qué decir del gobernador bonaerense, Daniel Scioli, quien instó a "escuchar e interpretar" aquellas voces "con respeto, humildad y seriedad". Pero la discusión se terminó rápidamente: en el modelo cristinista, no hay lugar para los "tibios"; sólo hay espacio para redoblar permanentemente las apuestas. Retroceder nunca, rendirse jamás.
Aun así, no es improbable que, en los próximos días, la Presidenta hilvane otras respuestas frente a la sorpresiva jornada de protesta que cubrió muchos de los principales centros urbanos de la Argentina.
- Su primera decisión sería ratificar la necesidad de desacelerar el vertiginoso ritmo que se le venía imponiendo a la movida reeleccionista. En rigor, tal determinación ya estaba tomada desde que las encuestas de opinión pública mostraron que dos tercios de la ciudadanía están en desacuerdo con una reforma constitucional que incluyera la posibilidad de un nuevo mandato consecutivo para la actual jefa del Estado. Nada de esto implicará que se sepulte el proyecto ni que Cristina Kirchner vaya a hacer público un renunciamiento a disputar el poder en 2015. Su esposo le enseñó que un buen dirigente político jamás debía negar una candidatura; en todo caso, podía optar por el silencio. La estrategia cristinista para la eternización de su líder pasaría por esperar el resultado electoral de los comicios legislativos de 2013.
- Otra determinación que se le ha sugerido a la primera mandataria es que modere sus mensajes públicos. Pese a las justificaciones que se le dieron a su ya tristemente célebre frase sobre el temor a ella y a Dios, es difícil encontrar un dirigente kirchnerista que juzgue esa ocurrencia presidencial como un acierto. Si la Presidenta morigerará sus discursos ácidos nadie lo sabe, porque dependerá de su tan particular estado de ánimo, que habitualmente la lleva a improvisar sin medir las consecuencias de sus palabras.
- Una tercera respuesta pasaría por enmendar de ahora en adelante algunos errores sobre la forma en que se adoptaron y comunicaron medidas vinculadas con el mercado cambiario y el turismo. Hay coincidencia entre hombres del oficialismo en que, a raíz del impuesto a los consumos con tarjeta de crédito en el exterior y de las medidas adicionales asociadas a los controles aduaneros, se está pagando un costo político cada vez mayor por no haber instrumentado todas las normas de una sola vez.
- Con respecto a uno de los reclamos más sensibles de los caceroleros, el de la inseguridad, se estudiarían nuevas medidas. Por el momento se seguirá tratando de cargar sobre las espaldas del gobierno de Scioli la principal responsabilidad por la ola de delitos que sacuden a buena parte del conurbano, al tiempo que se redoblará la presión del gobierno nacional sobre el ministro de Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, y la policía provincial.
Si alguien aguardaba otra respuesta, deberá seguir esperando. Sobre todo, después de que la Presidenta, desde San Juan, cuando se iniciaban las movilizaciones callejeras en rechazo a su gestión, señalara que los Kirchner, como los árboles, sólo mueren de pie.
Cristina Kirchner enfrenta varios riesgos en adelante si no intenta calmar las aguas y mostrarse como la presidenta de todos los argentinos. Corre el peligro de que cada vez que utilice la cadena nacional suenen las cacerolas. Y, peor todavía, que el país se encamine hacia una senda signada por antinomias y fundamentalismos.
La jefa del Estado, como quien sufre trastornos paranoicos, trata de convencerse y de persuadir a los demás de que detrás de todo cuestionamiento a su gestión hay una maniobra "destituyente", una conspiración. Su fundamentalismo le impide ver los errores de sus palabras y sus contradicciones. Hasta desprecia a quienes han intentado advertirle que su gobierno se está apartando peligrosamente en materia económica del modelo que defendió Néstor Kirchner.
Es difícil que la Presidenta se ponga del lado de quienes no quieren escuchar a una mandataria que habla todo el tiempo del futuro, pero que al mismo tiempo recrea en muchos los peores temores del pasado, tanto en materia económica como en cuanto a la utilización de dependencias del Estado para controlar a la sociedad.
Resulta absurdo señalar que la ciudadanía que protagonizó el S-13 hubiera estado motivada fundamentalmente por la situación cambiaria. Sobre todo porque hubo manifestaciones en zonas del conurbano y del interior donde no se ha visto un dólar ni en fotocopias. Sí parece correcto afirmar que hubo un repudio generalizado a un Estado policial que pretende controlar los movimientos de cada ciudadano que aspira a hacerse de unos dólares o a viajar al exterior, pero paradójicamente se muestra impotente para enfrentar a los verdaderos delincuentes y para frenar a los funcionarios corruptos.
Más allá de las descabelladas minimizaciones que desde el oficialismo se pretendió hacer sobre el S-13, algo de razón le asiste al encuestador oficial Artemio López cuando señala que "lo que más le duele a esa gente es que no aparezca nada nuevo para quebrar la tendencia". Es cierto que una mayoría de quienes salieron a las calles se sienten huérfanos de representación política. La oposición fue una principalísima destinataria del cacerolazo. Sus dirigentes captaron el mensaje. ¿Actuarán en consecuencia, abandonando la soberbia y los personalismos?
Claro que la responsabilidad de la oposición exige no caer en la ingenuidad. Las elecciones legislativas de 2013 no serán iguales que las presidenciales de 2015. En 2015, los dirigentes opositores no podrán cometer el mismo error que en los comicios presidenciales de 2011, cuando llevaron cinco candidatos de cierto fuste que se sacaron votos unos a otros, provocando una atomización que sólo favoreció a Cristina Kirchner.
Pero en 2013, una unificación del arco opositor podría terminar beneficiando al oficialismo, ya que polarizaría al electorado y lo ayudaría a obtener más bancas.
A la oposición no le conviene la atomización, pero tampoco el amontonamiento. En el medio, deberá encontrar fórmulas generosas que articulen la búsqueda de consensos y acuerdos programáticos al margen de los colores partidarios y de las apetencias personales. Fórmulas que no conciban, como los sectores más fundamentalistas del oficialismo, que el avance de un proyecto político precisa dividir a la sociedad en dos.
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