Cristina y los de a pie
"No le ponemos bombas nucleares a nadie ni amenazamos con misiles nucleares a nadie."
(De Cristina Kirchner, al reinaugurar Atucha II.)
Oíd, mortales, por si quedaran dudas. Oíd a Cristina: "Nuestro país es líder en materia de no proliferación nuclear. No le ponemos bombas nucleares a nadie ni amenazamos con misiles nucleares a nadie". ¿OK? Que nadie se asuste entonces y que quede bien clarito. Acá no hay amenazas como tampoco hay odios, ni grietas. No puede ser que la Presi tenga que inaugurar Atucha II por tercera vez para machacar sobre eso.
Parece mentira verse obligada a repetir todo el tiempo que las cosas andan bien, como si la mujer no tuviera nada más importante que hacer. De hecho, el miércoles pasado -al que algunos amantes de lo exótico llamaron el 18-F-, para poder reinaugurar la central nuclear Cristina tuvo que dejar solito a Máximo, procesando la resaca de su cumpleaños, en el complejo hotelero presidencial de Chapadmalal.
Menos mal que Cristina pudo regresar allí antes de que se largara a llover. La calle se puso fatal el miércoles: se llenó de miles de personas con paraguas y justo ella se había olvidado el suyo en El Calafate. Miren si la agarraba de a pie semejante paro de transportes y, para colmo, con el tobillo todavía en recuperación.
¿Que fue una marcha de silencio y no un paro de transportes? Es comprensible. ¿En qué otro tono de respeto iba a discurrir una movilización en agradecimiento al Gobierno por tanta paz, buen trato y respeto por la opinión ajena?
No hay caso. Seguimos desatendiendo lo importante. No nos quejemos después cuando Cristina revienta las redes sociales con cartas larguísimas, retándonos porque somos incapaces de anteponer el amor al odio. ¿Preferimos esos sermones? ¿No es más agradable que la Presi haya enganchado la fiesta de Máximo con la de su propio cumple y contado por Twitter que ella es serpiente en el horóscopo chino?
Después de todo, la gente que deambulaba por la calle el miércoles pudo volver en paz a sus casas. De haberse extendido el paro silencioso, seguramente Cristina habría ofrecido llevarla en los trenes archiinaugurados de Randazzo, o a través del recontraanunciado soterramiento del Sarmiento.
Somos como adolescentes rebeldes: las cosas nos entran por una oreja y nos salen por la otra. Oídla con atención porque, si no lo hacemos, un día se va a cansar, se va a sentar frente a una computadora y nos va a declarar la guerra.