Cristinismo y albertismo
Si bien todas las miradas durante la transición hasta el 10 de diciembre se centrarán principalmente en las señales que dé Alberto Fernández en materia económica y respecto de la integración de su gabinete, no pocos observadores estarán pendientes de cuán diferente se muestre el presidente electo de su mentora, Cristina Kirchner, y de la medida en que la exmandataria intentará marcarle la cancha a quien oportunamente decidió ungir como su candidato.
La llegada al gobierno de alguien que seis meses atrás no estaba en la imaginación de nadie no deja de ser sorprendente. Sin embargo, tras el contundente triunfo logrado en las primarias abiertas de agosto, cuando cosechó el 49,49% de los votos positivos, Alberto Fernández no pudo ver cumplido su sueño de alcanzar el 50%, ni mucho menos de superar el histórico 54% conseguido por Cristina Kirchner cuando fue reelegida presidenta en el año 2011.
Uno de los dirigentes de mayor confianza del futuro presidente, Leandro Santoro, no ocultó cierta decepción anoche, en el programa Terapia de Noticias, en LN+, por no haberse alcanzado aquellos porcentajes soñados, aunque no relacionó esto con una competencia particular con la flamante vicepresidenta electa, sino con otra cuestión. "No tenés el mismo poder ni te sentás de la misma manera con cualquier factor de poder habiendo ganado con más del 50 por ciento", se sinceró.
Durante los festejos en el búnker del Frente de Todos en Chacarita, los primeros discursos de Cristina Kirchner y de Axel Kicillof (incluido su acto fallido refiriéndose como "Presidenta" a la exjefa del Estado y actual vicepresidenta electa) evidenciaron diferencias no menores con respecto al mensaje de Fernández. El del futuro gobernador bonaerense fue un clásico discurso de barricada, en el que habló de la provincia como "tierra arrasada" por la gestión de Cambiemos, olvidando tal vez que el peronismo gobernó el distrito a lo largo de los 28 años anteriores. Y la futura vicepresidenta de la Nación fue fiel a su tradicional estilo, pretendiendo transmitirle al presidente saliente, Mauricio Macri, lo que tendría que hacer en los poco más de 40 días que le restan de mandato. Fernández optó por una línea discursiva distinta: puntualizó, antes que nada, que "este es el Frente de Todos y nació para incluir a todos los argentinos".
Muchos habrán visto esa primera declaración de Fernández como una positiva y necesaria señal de apertura. Desde sectores internos, sin embargo, se la pudo ver como un gesto dirigido a ampliar desde el vamos su base de sustentación para ganar autonomía frente al cristinismo.
Se inicia a partir de ahora una nueva etapa política en la Argentina, con el regreso al gobierno de un frente peronista donde el kirchnerismo conserva un importante peso específico, pero cuya cuota final de poder dependerá de la capacidad de maniobra del presidente electo.
Fernández no solo deberá administrar la compleja situación socioeconómica del país, sino también el poder interno y la contradicción que supone afirmar que los peronistas "vuelven mejores" y señalar casi al mismo tiempo que Cristina Kirchner y él son "lo mismo".
Ayer, el presidente electo dio una interesante señal de diferenciación en materia de política exterior. Al agradecer por Twitter un saludo del presidente venezolano Nicolás Maduro por su victoria electoral, Fernández le señaló que "América Latina debe trabajar unida para superar la pobreza y la desigualdad" y que "la plena vigencia de la democracia es el camino para lograrlo", algo que puede ser interpretado como una elíptica crítica al régimen de Venezuela.
No obstante, también dejó un mensaje implícito al responder el saludo del presidente chileno, Sebastián Piñera. "Nuestros pueblos merecen que trabajemos por la integración de nuestra América Latina y por un desarrollo que atienda a quienes más padecen este presente de desigualdad", escribió en Twitter.
Aunque todo indica que, en los primeros meses de gestión, Fernández gozará de una autonomía importante frente al núcleo duro del kirchnerismo, es difícil imaginar cómo serán los siguientes meses, si cunde la desesperación de distintos sectores internos de la coalición peronista ante una situación socioeconómica que no dará respiro.
No faltan quienes piensan que no sería improbable que, en el mediano plazo, si no antes, Fernández busque seducir a algún grupo de la nueva conformación opositora para ensanchar su base de sustentación política.
En ese sentido, no está de más recordar sus guiños al alfonsinismo durante la campaña electoral, con sus reiterados elogios a la figura de Raúl Alfonsín, en cuyo gobierno ocupó su primer cargo público: director de Sumarios del Ministerio de Economía, en tiempos de Juan Vital Sourrouille.
¿Podría buscar el futuro Presidente una nueva transversalidad, parecida a la impulsada en su momento por Néstor Kirchner, con el fin de dividir a una oposición que ha hecho una mejor elección que la esperada y para agrandar el espacio del "albertismo"? No sería descartable.