[ Prisma ]. Crónicas terrestres
Al lanzar el proyecto para construir una base lunar que sirva a su vez como punto de partida para llegar a Marte, dijo desde la NASA el presidente Bush: "Queremos gente viviendo y trabajando en la Luna". Bush expresó el sueño norteamericano (amén de su deseo de reelección), y el deseo genérico de conquista del espacio exterior por parte de la humanidad. El sueño es atrayente, en parte, porque soñamos con introducir algo de calidez humana en esos espacios helados y, en parte, porque parecería que nos hemos comenzado a hartar de la Tierra, como lo demuestran los índices de deterioro provocados en nuestro hábitat.
La oposición demócrata y políticos republicanos han comenzado a criticar los costos astronómicos de la avanzada especial: un documento de la NASA estima que la misión a la Luna y Marte, más otros planes, costarían unos US$ 170.000 millones hasta 2020. Lejos está casi cualquier ser humano de no compartir la excitación --como aquella mirada extasiada de Gollum frente al anillo--, por los cohetes lunares y las estaciones marcianas (no por las reelecciones), pero no puede dejar de advertirse que estos recursos así gastados plantean simultáneamente un dilema, que podría expresarse parafraseando a Bush: "Querríamos, antes de conjugar el verbo vivir y trabajar fuera de la Tierra, que puedan conjugarse cabalmente en ella. Y que la Tierra misma fuera preservada".
La pobreza del planeta hace que el verbo vivir no pueda ser realmente conjugado por 2000 millones de individuos que sobreviven con menos de dos dólares al día. Tampoco el verbo trabajar, que en nuestras manos ha hecho un viraje de maldición divina a extraña bendición: se han globalizado los flujos del comercio, las finanzas, la cultura y la información, pero no existe aún la globalización laboral, y los inmigrantes son rechazados por los países con oportunidades como si fueran la peste. A su vez, en la Tierra estamos produciendo un saqueo de recursos naturales sin precedentes y le quedan, a este ritmo de devastación, sólo 50 años de vida, según la World Wildlife Fund.
El más allá está quieto y siempre estuvo lejos. Paradójicamente, es el más acá el que ha comenzado a alejarse ahora, a pasos vertiginosos y sin que lo advirtamos, y es el primero que hay que salir nuevamente a buscar. Porque a este ritmo podríamos quedarnos sin el uno y sin el otro.
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