Las inundaciones y el bono, crueles metáforas de ayer y de hoy
Cerca en el tiempo, pero muy distantes en la agenda de temas, el bono salarial de fin de año y las inundaciones en el conurbano son retratos de múltiples realidades que convergen en un punto: la decadencia. En la decisión de la compensación de fin de año destinada a los trabajadores, como en la renovada versión del agua que anega la vida de miles de personas, se inscriben metáforas que representan el destino incierto, el desvío de objetivos elementales para cualquier sociedad y el dibujo cruel de incoherencias.
La Argentina parece condenada a la emergencia perpetua, reducida a maniobras tácticas para atender urgencias. Es la explicación para el bono obligatorio de 5000 pesos que el Gobierno impuso como paliativo a la pérdida de ingresos salariales por una inflación que desbordó dos veces y media la estimación presupuestada. Es un refuerzo monetario necesario que permite detenerse a mirar el universo de destrucción estructural de la economía y de sus protagonistas.
El bono difícilmente llegue a más de la mitad de quienes deberían ser sus destinatarios, teniendo en cuenta el casi 40% de trabajadores al margen de las leyes laborales y jubilatorias más la situación precaria de muchas empresas (en gran parte, pymes) que no pueden afrontar esos pagos. A ese cuadro se suma el hecho de que, en el ámbito estatal, algunos cobrarán el total, otros una parte y otros posiblemente nada. Llegamos hasta aquí sin mencionar el elemento político más significativo: la medida fue adoptada por un gobierno comprometido en permitir que las discusiones salariales se mantengan entre sindicatos y empresas de cada sector.
Frente a cada crisis, los gobiernos suelen olvidar sus principios en lugar de consolidarlos. Entre nosotros esa situación suele representarse con la administración bajando órdenes desesperadas desde la Casa Rosada.
Una vez más, lo excepcional es permanente y lo urgente es sinónimo de la repetición del mismo problema. Vale para describir la heterodoxia de una mejora salarial generalizada como para detenerse a mirar la secuela maldita que cada año dejan en época de lluvias las inundaciones de ciudades y campos.
Los anegamientos son tan viejos como problema social y económico que nacieron mucho antes de que el cambio climático, con la irrupción de fenómenos más virulentos, se convirtiera en un dato central de cualquier agenda global.
En la Argentina, las obras para remediar los desastres que provoca la acumulación de agua están pendientes desde cuando los registros de lluvia eran más estables. Durante un largo siglo se postergaron trabajos esenciales al mismo tiempo que se permitía la urbanización de zonas inundables.
El cuadro se completa con el uso siniestro de las desgracias. A pocos minutos de la Plaza de Mayo, durante gestiones que se prolongaron por 28 años consecutivos, el peronismo en sus distintas versiones hizo clientelismo con los inundados. Colchones sí, desagües no, fue la consigna implícita que cada cacique con más o menos poder respetó como forma de construcción política.
Los reclamos llegan ahora a los gobiernos de Cambiemos, que parecen no tener otra posibilidad que la de repartir más colchones. Los desagües prometidos no terminaron de hacerse en la mayoría de los casos y la crisis les puso un nuevo freno, otro más, que demorará su construcción. El viejo signo de lo urgente se repite al infinito, una vez más.