¿Cuándo fue que la humanidad lo arruinó todo?
Filosofía, geología y matemática, entre muchas disciplinas, se cruzan en la búsqueda de atrapar el incierto proceso al que hemos dado lugar y que provocó el avance del calentamiento global en todo el planeta
Grandes debates apocalípticos se mezclaron con los módicos avances formales en el cierre, días atrás, de la última cumbre ambiental COP26. La imperiosa necesidad colectiva de detener el calentamiento global –la ya célebre meta de no subir más de 1,5° Celsius– o las más concretas y medibles intenciones de reducir las emisiones de carbono, el uso de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo o su derivado, el plástico, se convirtieron en una declaración explícita y consensuada, pero algo frustrante y modesta para las ambiciones de los más pesimistas sobre el nivel de deterioro del planeta Tierra.
Desde las ciencias, miradas más amplias ofrecen nuevas perspectivas. Fue un químico, Paul Crutzen, quien bautizó el impacto humano sobre el espacio que habitamos con el nombre de era geológica: antropoceno, adoptado recientemente de manera oficial por la geología como una etapa o, mejor, como una capa, un estrato nuevo producido esta vez por el hombre y sus actividades. Pero ¿cuáles? ¿Desde cuándo? Las hipótesis van del tecnodivulgador Kevin Kelly a Maristella Svampa, quien desde la sociología prefiere hablar de “capitaloceno” por tratarse de efectos de los procesos económicos acelerados tras la Revolución Industrial. Filosofía, geología y matemática, entre muchas disciplinas, se cruzan en la búsqueda de atrapar el incierto proceso al que los humanos hemos dado lugar.
"La evolución de tecnologías de la alimentación, de la salud o de la construcción tienen como reverso la extinción de especies animales y vegetales"
En un libro de edición reciente, Tecnoceno, Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida (Taurus), la investigadora argentina y doctora en Ciencias Sociales Flavia Costa aporta una visión aguda. “Lo nuevo del momento actual es que nos hemos convertido en un agente geológico: desarrollamos tecnologías que impactan en el Sistema Tierra que hasta hace poco era apenas un telón de fondo de la historia humana”.
La evolución de tecnologías de la alimentación, de la salud o de la construcción tienen como reverso la extinción de especies animales y vegetales. Así, cabe la pregunta: ¿cuándo se malogró todo al punto de que las discusiones más urgentes proyecten situaciones irreversibles para todos los habitantes de la Tierra? Es decir, el consumo de carne animal, la agricultura, el establecimiento en ciudades (su desarrollo fue un foco específico en las jornadas de discusión en el cierre de la cumbre de Glasgow), la deforestación, los automóviles, la revolución de las vacunas y la prolongación de la vida funcionaron como respuestas a problemas concretos del mismo modo que engendraron otros nuevos, hoy juzgados en su conjunto y por sus efectos imprevistos como mayores, incluso agravados por la dificultad colectiva a nivel de la especie (expresada justamente por los especialistas reunidos en la COP26) de frenar la inercia de su uso. Soluciones cuyas consecuencias distan de observarse en un primer efecto; un análisis que hoy aterra, pero que puede ir asociado a la creación de, por ejemplo, sistemas avanzados de inteligencia artificial. ¡Bienvenidos al digitozoico!
"El contexto del tecnoceno permite, entre otras cosas, asumir la pandemia del coronavirus que aún transitamos, tal como Chernobyl y sus fugas de radiaciones, apenas como un “accidente normal”"
Es que, efectivamente, todas esas soluciones problemáticas son, diríamos hoy, algoritmos, homenajeando al matemático, físico y filósofo persa Al-Juarismi que, no casualmente, habitó la Edad Media, cuando la integración de Oriente y Occidente, la ruta de la Seda y del conocimiento, cruzaban de China a Europa.
“No sé si malogró todo”, explica Costa a LA NACION. “Por un lado, el filósofo Andrew Freenberg define el código técnico, que es algo así como una racionalidad o un ánimo del modo de desarrollo industrial moderno, una matriz bastante sólida en Oriente y Occidente. Por otro, hay puntos de inflexión. El inicio del antropoceno se fechó en la Era Atómica, en 1952, por los isotopos de los ensayos nucleares cuyo rastro duró 4500 millones de años. Y en los años 70 se dio un doble salto de escala: la máxima potencia mortífera y también la capacidad humana de diseñar vida; el punto de Mutua Destrucción Asegurada (MAD) de la Guerra Fría junto a la posibilidad inédita, a partir de la ingeniería genética, de crear nuevas especies de manera técnicamente controlada”.
El contexto del tecnoceno permite, entre otras cosas, asumir la pandemia del coronavirus que aún transitamos, tal como Chernobyl y sus fugas de radiaciones, apenas como un “accidente normal”.
“Un informe de 2019 establece que un millón de los ocho millones de especies que existen podrían desaparecer en un par de décadas y hay tecnologías que amenazan a la nuestra propia”, agrega Costa. El contexto es al menos paradójico: se debate como nunca en ámbitos académicos pero también cotidianos, nuestra relación con especies no humanas.
La cita de Günther Anders que abre el libro, de 1959, suena tan adecuada como oportuna: “Podríamos llamarnos utopistas invertidos: mientras los utopistas son incapaces de producir realmente lo que imaginan, nosotros somos incapaces de imaginar realmente lo que estamos produciendo”.