Cuando los editores se sientan a escribir
De tanto ponerse en el lugar del otro, editores como Ariel Bermani, Paula Pérez Alonso y Hernán Vanoli se lanzaron a la aventura de escribir
Los lectores entrenados tienen la capacidad, construida con el tiempo y la paciencia necesaria para sumergirse y estudiar mundos ajenos. De reconocer el valor de un buen libro escondido en un manuscrito. Pero también son especialistas en descubrir baldosas flojas o deslices innecesarios que pueden arruinar, incluso destruir, un gran texto con destino de futuro. Ahora bien, ¿qué pasa cuando los editores, de ellos hablamos, se ponen a escribir? ¿Puede un escritor sostener toda la sagacidad que lo sostiene cuando edita un manuscrito ajeno? Quizás el caso más notable a nivel internacional sea el de Ítalo Calvino que trabajó como editor de Giulio Einaudi Editore durante cuatro décadas y también publicó obras perdurables como El barón rampante, El caballero inexistente o Si una noche un viajero.
En nuestro país, el 2016 parece ser el año en el que varios editores decidieron mostrar lo que ocurre cuando dan un salto de fe hacia la escritura. Por ejemplo, Damián Tabarovsky, editor en Mardulce, acaba de sacar El amo bueno, donde continúa la experiencia literaria iniciada en El amor vulgar. Francisco Garamona, la cabeza editora en Mansalva, publicó recientemente Odio la poesía objetivista (Ivan Rosado), donde explora un método: dictar a sus amigos lo que encuentra en su mente y transformarlo en materia poética. Y el legendario editor Luis Chitarroni, que selecciona y descubre joyitas para La Bestia Equilátera, le dijo a La Nación que este año iba a publicar tres textos: La casa sin dueño, para Interzona; Pasado mañana, para EUDP, y La ceremonia del desdén, para Mardulce.
No son los únicos casos. Vale la pena renovar la pregunta del comienzo: ¿de qué manera sirve el combustible de un editor cuando se pone en funcionamiento la máquina de escritura?
La condición esencial de un editor es que no tenga afán de protagonismo, que esté dispuesto a ser invisible
La escritora y editora de Planeta, Paula Pérez Alonso, quien este año publicó la novela El gran plan (Tusquets), opina que editar requiere oficio. Escribir, en cambio, requiere imaginación, invención, inteligencia: “si al editar ponés demasiada imaginación, seguramente vas a pretender que el texto del otro sea como vos lo hubieras escrito, y ese es el error numero uno de un editor. La condición esencial de un editor es que no tenga afán de protagonismo, que esté dispuesto a ser invisible”. Cuando Paula habla de cómo eso le sirve para sus propios escritos cuenta que “siempre es más fácil ver en los textos de los otros, en la vida también, siempre digo una frase: “Para los demás somos todos genios”, quiero decir que cuando estamos ante un problema del otro vemos con claridad qué hay que hacer, ves la situación, tenés la distancia. Justamente editar me ayuda a poder tomar esa distancia cuando se trata de mis libros. No siempre lo logro. Pero sí puedo desdoblarme y leerlo como si fuera de otro, pero siempre la lectora soy yo, así que la distancia es relativa”.
Para el poeta Mariano Blatt, que recientemente publicó toda su poesía bajo el nombre de Mi juventud unida (Mansalva) y es uno de los editores de la independiente Blatt & Ríos, editar es una tarea que puede sistematizarse, y aporta un matiz económico: “hay método, procesos, un sistema. Para escribir poesía (yo escribo poesía) no, o menos. En ese sentido, editar sería más fácil, o podría serlo. Por otro lado, para escribir no necesitás nada. Para editar necesitás muchos recursos (plata, tiempo, mano de obra)”. Ahora bien, cuando Blatt pone sus textos bajo la mirada de un editor trata de ubicarse en el rol de autor y trabaja en conjunto: “dejo que tome las decisiones que tiene que tomar un editor. No por eso voy a dejar de discutir algunas cuestiones, si las creo necesarias. También trato de aportar, cuando creo que vale la pena, con mi experiencia como editor. ¿Cuándo creo que vale la pena? Cuando veo a un editor sobrepasado de trabajo y yo tengo la posibilidad de facilitarle algo (resolver una tapa, un título, una corrección). Porque soy editor y también muchas veces estoy sobrepasado. O cuando mi editor es un editor amateur (en el sentido de que no busca o no tiene a la edición como su profesión, sino más bien como un pasatiempo) y noto que está cometiendo algún error propio de un amateur. Ahí trato de brindarle mi experiencia como editor profesional y ver si así evitamos que cometa un error que perjudicaría al libro y a la editorial.”
Un editor es un lector particular que trata de adaptar una obra a un público o a unos criterios de legibilidad, y uno no puede pensar en eso cuando escribe
Narrador, sociólogo y uno de los editores en Momofuku (y antes en la recordada Tamarisco), Hernán Vanoli dice que el trabajo de editor no aporta específicamente nada al de escritor: “porque un editor es un lector particular que trata de adaptar una obra a un público o a unos criterios de legibilidad, y uno no puede pensar en eso cuando escribe. Si uno escribe como editor es un animal en el zoológico, tiene cierta comodidad pero se aburre, no hay chispa, y puede ponerse muy triste. Así que más bien diría que resta. Al contrario, ser escritor sí que aporta para editar y siento que aporta mucho si uno puede entrar y salir de ese rol, porque ser escritor es ser un lector diferente al lector que es un editor, entonces son dos ángulos de mirada que pueden sumar.” Vanoli, que publicó a comienzos de este año la novela de ciencia ficción Cataratas (Literatura Random House) y también edita en la revista Crisis, es contundente cuando se trata de dejar sus textos en manos de otros: “Salvo que esté diciendo una barrabasada, acepto bastante. Quizás no resuelvo en la exacta forma en la que se sugiere, pero soy sensible a los ruidos en la oreja ajena, me parece que suma muchísimo. A nadie le gusta que le marquen cosas, pero es necesario, y tiene que ver un poco con dejar ir y abrirse al mundo. El autor que no acepta sugerencias o que se empaca es un obtuso.”
Ariel Bermani, actualmente una de las cabezas editoras de Conejos y que, publicó en varias casas editoriales mainstream como Interzona y Planeta, por lo tanto sabe cómo es el trabajo en todos los niveles del arco editorial argentino. Sienta una posición y explica que, ante todo, es un escritor. "Un escritor que también edita y coordina talleres de escritura y lectura. Poner mis textos en las manos de otros me causa mucho placer. Pido que me sacudan un poco, que me ayuden a tomar distancia de mí mismo. Si mis textos no son leídos con rigor por otros escritores, editores y amigos -primeros lectores- no puedo considerarlos terminados.” Esta clase de atractivas reflexiones sobre el oficio de la escritura y la edición también se pueden leer en su más reciente libro que acaba de salir: Procesos técnicos (Paisanita Editora).
Tomar distancia del propio texto, para poder corregirlo, lleva tiempo y oficio
Por último, Bermani cuenta que ver los problemas en el texto de otros le resulta más fácil porque “uno adquiere un compromiso sentimental un poco distinto. Lo que no funciona en el texto de otro parece remarcado con fibra azul cuando lo leés. Tomar distancia del propio texto, para poder corregirlo, lleva tiempo y oficio. Para mi propio texto necesito la mirada de otro. No encuentro “defectos” en los textos que edito, “defectos” que no estén en mis propios textos”. En definitiva, parece decir que los problemas de la escritura y de la edición se parecen entre sí y no son tantos, y concluye Bermani: “lo que es cierto e inevitable, que para trabajar el propio texto tenemos que corrernos de nosotros mismos.”