Cuentos que se vuelven sueños
Los relatos que se inventan para alguien que los reclama suelen ser distintos de los que nacen por escrito. Surgen del encuentro. Tienen una vida más allá de la escritura. Provienen del traspaso imaginativo de una experiencia vital. Así ocurrió con Lewis Carroll y las niñas Liddell, cuando bajo insistencia de éstas, mientras paseaban por el río Támesis, el escritor y matemático les contaba las historias de Alicia. ¿Cuántos cuentos, la gran mayoría no publicados, provienen del deseo de la escucha? ¡Cuántos padres han contado historias a sus hijos por las noches como tobogán del sueño! Historias que se desvanecen antes de que amanezca.
Ahora aparecieron, como por arte de magia, las que Leonora Carrington, fantástica pintora y escritora, les contaba a sus hijos. El artista Alejandro Jodorowsky conservaba un cuaderno que ella le había regalado en uno de sus viajes. Hasta que un día, Jodorowsky se lo mostró a su hijo Gabriel, sorprendido por desconocerlo y feliz con la idea de publicarlo: "Era un cuaderno secreto. Ni nosotros sabíamos que existía. Cuando lo empecé a leer, mi memoria tuvo un reencuentro con una parte perdida. Las historias que me contaba mi madre". Ahí estaba el mundo surrealista inventado por Leonora. "La rebeldía de mi madre se transmitió a través de estos cuentos, estas historias fantásticas." Ahora los cuentos están al alcance de todos los niños. Atención: son feroces y risueños.
Con el título La leche del sueño , Fondo de Cultura Económica -en su selecta y bellísima colección A la orilla del viento- publica dos versiones de este hallazgo. Una facsimilar, con los nueve cuentos ilustrados, verdadero tesoro encuadernado en tapas que asemejan al cuero negro con que lo conservaba Jodorowsky, y uno más pequeño al alcance de la mano infantil, y del bolsillo. El primero es un libro de arte con cuentos; el segundo, un libro de cuentos con arte.
El título coincide con la sorpresa que manifestó su hijo Gabriel y revela una nueva sustancia propia de estos cuentos. Son cuentos nutrientes, como diría Gide, verdaderos "alimentos terrestres". Lo que se cuenta no sólo es una historia, sino también un ímpetu. El ímpetu del que está contando. En el caso de Carrington se destila su rebeldía creativa. Por eso hay niños a los que se les escapa la cabeza y salen decapitados a buscarla con un lazo; otros que les crece una casa por dentro por empacharse con caramelos "de pared"; caballos que arruinan un té de manzanillas; cocodrilos amistosos y, por supuestos, animales llenos de patas. Carrington (1917-2011) nació en Inglaterra, vivió un tiempo en París, donde fue amante de Marx Ernst, amiga de Miró, Breton y Péret; tuvo que refugiarse en la embajada de México en Lisboa, para escapar de una internación psiquiátrica durante la Segunda Guerra Mundial. Luego se radicó en México, donde su obra devino única, tanto la pictórica como la escrita. Otro libro permite complementar esta lectura visual: Leonora , de Elena Poniatowska, flamante premio Cervantes, publicado por Seix Barral, una biografía novelada de una artista que supo ilustrar el miedo con cuentos oníricos.
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