Curiosidad y decencia, una terapia para la grieta
Todas las guerras se desatan por interés. También, por prejuicios y malosentendidos. La ignorancia y el desprecio a veces pueden más que la estrategia o la maldad. Tanto en brutales campos de batalla como en la frívola arena virtual.
En una semana en la que la parecieron volver viejos tristes tiempos, nadie salió indemne. Compitieron para tuitear los dedos más rápidos del Oeste con las frenos inhibitorios más lentos de la ciberautopista. Los de ciudadanos comunes y de altos funcionarios. Hasta llegar al (¿previsible?) ataque a trabajadores de prensa en un acto contra el Gobierno. De poco sirvió un discurso presidencial con pretensión pacificadoras, relativizado de urgencia por sus más estrechos colaboradores.
En un presente de zozobra, la historia puede enseñar. Antes de que sea tarde y debamos admitir que los enemigos de hoy "jamás tuvieron la curiosidad de conocerse ni la decencia de respetarse". Lo dijo el emperador Adriano (o Marguerite Yourcenar). Había vivido la guerra como para querer el poder para restaurar la paz". Ah, no había twitter.