De cara a las elecciones, el año que vivimos en peligro
Lograr un crecimiento económico sostenible y estable es un objetivo deseable de toda sociedad. Adam Smith, el padre de la economía, ya se preocupaba por esto, a fines del siglo XVIII, en su catedra de jurisprudencia en la Universidad de Edimburgo, donde argumentaba que poco más se necesitaba pare transitar el camino entre "barbarie" y "opulencia" que una sociedad en paz, con bajos impuestos y con una administración eficiente de justicia.
Dice la teoría que el crecimiento se produce ya sea como consecuencia de un aumento de los recursos utilizados en el proceso productivo (trabajo, capital humano, capital físico o recursos naturales) o de una mejora en la tecnología.
El crecimiento basado en la incorporación de nuevos trabajadores explica la vigorosa expansión de algunas economías asiáticas (China, por ejemplo, está moviendo trabajadores con bajísima productividad en actividades tradicionales, directamente a un sector industrial que produce con tecnología de punta). Aumentos en el nivel educativo de la población han sido importantes en el desarrollo de economías como las de Corea e Israel (en este último caso, por la inmigración de profesionales de la ex Unión Soviética), lo que les ha permitido adquirir una ventaja competitiva en la producción de bienes con un mayor componente de tecnología.
Un alto nivel de inversión explica el crecimiento de economías como la de Singapur, que invirtió durante los 90, en promedio, un 35% del producto. Respecto de la tecnología, o eficiencia en la utilización de los recursos, se puede verificar que cuanto más globalizado e integrado está un país con el mundo, más rápida es la absorción de la tecnología mundial. Estudios para Corea indican que la demora en utilizar patentes de avanzada es mucho menor en sectores que están activamente involucrados en el comercio internacional.
Así como hay factores que son conducentes al crecimiento, también se han identificado aquellos que lo deterioran. Entre éstos son importantes la inestabilidad política y económica y las altas tasas de inflación. Según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), desde la década del 70 América latina ha crecido un 2,8% por año menos que lo que correspondía a su verdadero potencial. Esta diferencia se explica por menores niveles de educación y de inversión, pero sobre todo como consecuencia de una mayor volatilidad de nuestras economías.
Mirando al Sur
¿Por qué son las economías latinoamericanas tan volátiles? La tabla obtenida del mismo estudio del BID responde a este interrogante, mostrando la contribución de algunos factores a la volatilidad observada en los países latinoamericanos desde la década del 70. Fijar el tipo de cambio, una política que ha sido muy exitosa en la Argentina, está asociado en general con una mayor volatilidad del producto, así como el tener un sector financiero pequeño, ya que éste actúa como amortiguador de los shocks que enfrenta una economía (ver infografía).
Claro está, no todos estos factores son independientes. Un sistema de tipo de cambio fijo aumenta los efectos sobre el producto de cambios en flujos de capitales (recordemos el tequila). A su vez, la volatilidad de los flujos de capitales está íntimamente ligada a la inestabilidad política. El sistema monetario-financiero actúa entonces como caja de resonancia de los shocks políticos y externos. Economías con tipo de cambio fijo y con un sector financiero pequeño tienden a magnificarlos.
Los factores exógenos seguirán volátiles durante el próximo año. Así lo atestiguan los coletazos de la crisis asiática que estamos observando, los riesgos de un reajuste importante de la Bolsa americana, la posibilidad de cambios en la tasa de interés por parte de la Reserva Federal y las incertidumbres asociadas al proceso de unión monetaria europea. Es importante que, ante este escenario internacional, las opciones de política económica doméstica muestren coherencia y estabilidad institucional. En el futuro inmediato debemos ser particularmente cautelosos, porque los mercados financieros naturalmente tienden a poner a prueba la voluntad de los gobiernos al final de sus mandatos o al comienzo de una nueva gestión. El año que enfrentamos estará signado por este peligro.
Pero, ¿por qué es que algunos países sufren tanto esta volatilidad, mientras que otros, inmersos en el mismo escenario internacional, parecen no acusar recibo? La respuesta reside en que son sólo algunos los países que generan un consenso básico sobre las reglas de funcionamiento de la economía y de sus instituciones políticas. Sólo ante consenso claro sobre estos dos aspectos puede el inversor externo sentir confianza sobre el mantenimiento de las reglas del juego en una situación de crisis.
Dado que desde el año último la Alianza ha apoyado consistentemente los pilares de la reforma económica implementada en la Argentina, es claro que el mayor factor de riesgo que existe hoy en la economía es el posible resquebrajamiento de la institucionalidad política que lentamente hemos construido en estos últimos años. Esta institucionalidad se solidifica con el respeto de las reglas de juego del sistema político, así como con la concreción de traspasos ordenados de poder. Chile consolida su posición como país confiable cuando la transicion del gobierno de Pinochet al de Aylwin se produce de manera ordenada y sin cambios importantes en materia económica.
Las aspiraciones "re-reeleccionistas" del Presidente constituyen hoy la señal más preocupante a la hora de determinar nuestro riesgo país, ya que pone en juego no sólo la definición de los mecanismos de traspaso institucional del Poder Ejecutivo, sino también la seguridad jurídica de todo el sistema. Los intentos "re-reeleccionistas" también preocupan porque la resistencia a dejar el poder advierten al inversor sobre riesgos, conflictos o problemas asociados a la transición que quizá no anticipaba. Considerando lo traumáticos que han sido los traspasos de poder en la Argentina durante las dos últimas décadas (la de Isabel a la dictadura estuvo asociada a una fuerte escalada de violencia, la de la dictadura aI gobierno de Alfonsín fue el corolario de la Guerra de las Malvinas, y la de Alfonsín a Menem estuvo ensombrecida por el flagelo de la hiperinflación), no extraña la preocupación del mercado ante las perspectivas de un año con gran incertidumbre institucional y mayor conflicto político.
Hoy se puede contribuir a la estabilidad económica con el respeto por las instituciones constituidas y el acatamiento a las reglas de juego que uno mismo ha establecido. Si se dan estas condiciones probablemente viviremos una transición no traumática a un nuevo gobierno en 1999, y así mejorar la posibilidad de que continuemos con el exitoso proceso de crecimiento que experimentamos durante los noventa. El autor es director de la Escuela de Economía Empresarial, Universidad Torcuato Di Tella.
(*)El próximo domingo: el columnista invitado será Jorge Campbell