Del amor y otros demonios
En las novelas de Hayes siempre hay algún tipo de muerte, por lo general metafísica. Y mucho más aplastante que la que provocan los tiros
Hoy ya son muchos menos los que preguntan quién es Alfred Hayes, y muchos más los que preguntan cuándo aparecerá el próximo libro de Alfred Hayes. Como pasó hace algunos años con el húngaro Sándor Márai, en muy poco tiempo sus novelas han construido una apreciable comunidad de lectores, mucho más apreciable si tenemos en cuenta que Hayes murió en 1985 y sus libros no tenían, hasta hace tres años, traducciones al castellano. Todo comenzó con la aparición, en 2010, de esa pequeña obra maestra que se llama Los enamorados, a la que siguió en 2012 Que el mundo me conozca. Desde entonces este escritor inglés (británico de origen pero tan neoyorquino como el Río Hudson) ha logrado llegar a los lectores argentinos en impecables traducciones a cargo de Martín Schifino. Ahora se edita Mi perdición, su anteúltima novela, que Hayes escribió en 1968, y la buena noticia es que aquella pregunta del comienzo volverá a ser formulada otra vez: quedan todavía dos novelas inéditas suyas, y un libro de relatos.
¿Qué es lo que hace a los libros de Hayes tan singulares? No se lo puede atribuir todo a la ambientación de sus historias, que suelen estar fijadas, como tantas otras, en Nueva York o en Los Angeles. Tampoco al contexto histórico, atrapado entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Vietnam (Hayes combatió, como Hemingway, Salinger y otros escritores americanos, en la Segunda Guerra). Ni a los personajes, hombres que atraviesan una crisis de mediana edad encandilados por chicas a las que les llevan años, cuando no décadas. Tampoco podría decirse que es porque el lector salga del libro reconfortado: sus novelas son melancólicas y crepusculares, el amor nunca salva a nadie, y el sexo, más que satisfactorio, suele ser escabroso. Ni siquiera puede pensarse en cierta empatía o identificación con los protagonistas: uno nunca sabe si ponerse del lado del varón que sufre, con sus manías, su machismo y su aplastamiento moral, o del de las mujeres, irresistibles pero engañosas, ingenuas y dulces, inteligentes pero siempre abismales.
¿Qué es lo que hace a los libros de Hayes tan singulares?
Quizá lo que haga que uno espere los libros de Hayes con ansiedad y los lea en una tarde es que contienen muchos de los elementos de las novelas de género (la aparente sencillez del policial, por ejemplo) sin llegar a serlo nunca. Hayes escribe algo así como novelas de amor negras: no hay un detective pero sí un personaje masculino, por lo general recio y conservador, que debe elucidar un dilema existencial. No hay rubias o pelirrojas de pelo abundante y piernas largas, que engañan a su esposo mafioso con ese detective, pero sí hay mujeres fatales que llevarán a la perdición a un hombre que ya dejó atrás su juventud hace rato. No hay cadáveres, pero no podría decirse que no haya fatalidad: siempre, en las novelas de Hayes, hay algún tipo de muerte. Por lo general es metafísica. Y mucho más aplastante que la que provocan tiros y ahorcamientos.
Después, claro, está la maestría en la composición, la seducción de una voz. Hayes trabajó en Italia como guionista, al momento del auge del neorrealismo italiano, y lo hizo junto a Roberto Rossellini y Vittorio De Sica, por ejemplo en el guión de Ladrón de bicicletas. Se comprende entonces el talento para la construcción de personajes, la destreza en los diálogos, la narración que se sucede sin pausa en breves capítulos que son casi como escenas de una película. En el caso de Mi perdición quien lleva la voz narrativa es Asher, un guionista que huye de Los Ángeles hacia Nueva York después de haber sorprendido a su mujer con otro hombre. Mientras se hospeda en un hotel, espera la llegada de la nieve y camina por la calle tratando de recuperar su pasado ("El clima de hace mucho. Los menús de chefs muertos. Citas en taxis convertidos en chatarra. Cosas desaparecidas de las vidrieras de tiendas que no existían en calles donde vagaban otros camiones de basura") y a una ciudad que ha cambiado demasiado en su ausencia, conoce a Michael y a Aurora, la joven pareja que lo arrastrará a un opaco triángulo de seducción. ¿Cómo no prestarle atención a un escritor que hace que su personaje se conmueva por la manera de comer de una chica, más que por sus atributos físicos? "Llevarla a un restaurante era un placer en sí mismo", escribe: "Yo miraba fascinado mientras un par de anchas costillas de cordero a la francesa eran despojadas de grasa, mientras las papas desaparecían, la ensalada se acababa, el postre se esfumaba. Pensé en sus jugos gástricos con admiración. Sus dientes se celebraban a sí mismos como dientes. Dios mío: qué agradable era ver a una mujer que no se limitaba a picotear".
Hayes escribe algo así como novelas de amor negras: no hay un detective pero sí un personaje masculino, por lo general recio y conservador, que debe elucidar un dilema existencial
Para cuando estas líneas se publiquen la Academia Sueca estará anunciando el nuevo Premio Nobel de Literatura. Los favoritos son los de siempre. Tal vez, como cada tanto, incluso se equivoquen y haya alguna sorpresa agradable. Por lo que se pudo leer en los últimos días, el agente de Haruki Murakami volvió a imponer el nombre de su representado entre los favoritos. Bueno, Hayes jamás podría haber ganado el Nobel. Pero hay algo seguro: escribe cien veces mejor que el japonés.