Crónicas de la selva. Delicias, angustias y chistes involuntarios
Fundación Proa. Primer piso. Una pesada cortina negra cerraba el acceso al recinto que ocupaba la instalación Las puertas, de Leandro Erlich, una de las obras que forman parte de la muestra Latin America. Colección Daros. Una amable señorita, empleada de Proa, se ocupaba de que la cortina no se corriera. Nadie debía saber lo que había del otro lado. La señorita hacía pasar de a uno a los integrantes de una fila de espectadores. Apenas salía un visitante, entraba otro. ¿Qué había adentro? Un espacio que, al principio, parecía completamente a oscuras. Sus límites sólo se podían descubrir a tientas. Apenas los intrépidos visitantes se habían resignado y acostumbrado a la ceguera, uno descubría un hilo de luz que se filtraba por el ojo de una cerradura; de ésta uno pasaba al descubrimiento de la puerta correspondiente. Los comentarios eran variados. Por ejemplo, una joven entusiasta salió diciendo: "¡Fabuloso! ¡Me encantó!" Después entró un señor menos joven. Su comentario fue: "Pasé delicias y angustias más intensas en los dark rooms".
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Uno de los videos más comentados de la exposición de Proa es Mugre, de Rosemberg Sandoval. En la primera escena, se ve al artista que charla en la calle con un mendigo sucio. Rosemberg Salcedo carga el cuerpo del pordiosero como si fuera un peso muerto, sobre el hombro derecho, y entra en las salas impolutas de un museo. Refriega el cuerpo del mendigo contra las paredes blancas para marcarlas con la suciedad, después lo coloca acostado sobre una tarima, lo toma de los pies y lo empuja y arrastra de un extremo al otro del estrado para que la roña deje sus huellas. El mendigo se incorpora y los dos ¿performers? se van. Cómo no recordar La familia obrera, la "obra" de Oscar Bony, que se exhibió en el Di Tella en 1968: un padre, su esposa y el hijo de ambos se mostraban en vivo sobre una tarima. No hacían nada, "sólo" miraban al vacío.
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En apoyo de Pablo Katchadjian, autor de El Aleph engordado, acusado de haber plagiado el cuento "El Aleph", de Jorge Luis Borges, se realizó el debate "Borges: ¿qué hacer?" en el Museo del Libro y de la Lengua. Hablaron César Aira, Jorge Panesi y María Pía López. Aira dijo que estaba bastante cansado de esa fantochada y calificó todo el asunto de "cómico". La fascinación de un escritor por la obra de otro puede llevarlo a la parálisis, comentó, y para salir de ella no queda sino parodiar, imitar, glosar aquello que la produjo. Panesi, por su parte, introdujo un nuevo concepto cultural: "la viuda", que puede ser también un viudo, es decir, un heredero que decide cuál debe ser la recta lectura de la obra heredada. Dentro del concepto "viuda", Panesi reservó para Kodama una categoría especial: la de "viuda litigante".
María Pía López encaró el tema del debate de un modo más ajustado. Coincidió con Panesi en señalar los problemas que pueden desencadenar los herederos. Citó el caso de Mirta Arlt, hija del autor de El juguete rabioso, que se obstinó en reemplazar las palabras "feas" u "obscenas" en Los siete locos y Los lanzallamas. López se refirió al efecto asfixiante que puede tener la escritura de Borges por su perfección. Frente a esa prosa precisa, un lector -escritor llega a sentirse tentado de "engordarla" en busca de aire. En ese sentido, la herencia se convierte en una "pelea", en aquello a partir de lo cual se hace otra cosa. López citó "Pierre Menard, autor de El Quijote", el cuento de Borges. En él, éste dijo que algo había que hacer con el Quijote, convertido en ocasión de brindis patrióticos y de obscenas ediciones de lujo. Del mismo modo, concluyó López, "algo hay que hacer con Borges".
Entre tanto, ¿qué hacer con Kodama y Katchadjian? Tanto ajetreo judicial amenazante, tanto despliegue teórico por un episodio menor y olvidable de obesidad literaria parece tan excesivo como un chiste de revista estudiantil que termina en expulsiones.