Delirios de campeón
Son horas de frenéticos preparativos para reunirse con la familia. Algunos siguen dando vueltas por los comercios para cumplir con los pedidos a Papá Noel. Otros deciden si el matambre arrollado con ensalada rusa queda para mañana al mediodía para comer algo más que las tradicionales sobras de Nochebuena. Muchos siguen con la camiseta del seleccionado nacional puesta y tararean emocionados “Muchachos” como si la cantaran por primera vez y el Mundial de Qatar recién arrancara.
Pero entre las situaciones más insólitas de estas horas, nadie supera a Alberto Fernández, que se ha autotitulado “el Presidente de las tres copas” y no por las que por protocolo deberían ponerse esta noche en la mesa y las que quizás sí se hayan presentado en Olivos, para el cumpleaños clandestino de su “querida Fabiola”, sino porque cree tener algún vínculo directo entre la coincidencia temporal de su gestión y el éxito del seleccionado argentino en los campeonatos por la Copa América, la Finalissima y la Copa del Mundo.
Subirse a un éxito deportivo, y más si se trata del fútbol, es el sueño húmedo de los políticos de acá y del mundo. Pueden refutarme en público, pero en la intimidad admitirán que hacer propio ese éxito, más en la Argentina, puede ayudar a calmar angustias, despejar desilusiones y ganar tiempo para tratar de resolver los problemas que quedaron suspendidos durante casi un mes como los corazones de todos los que no queríamos ver el domingo pasado si Dibu Martínez atajaba los penales o si Gonzalo Montiel convertía el gol clave para que Messi se abrazara finalmente a la más que merecida Copa.
Quizás en el desorden de su gobierno, Fernández no haya podido encontrar ni el megáfono con el que intentó contener a la multitud que pugnaba por entrar al velorio de Maradona en la Casa Rosada el 26 de noviembre de 2020, para acercarse a la Scaloneta y tratar de encauzar la caravana mágica que, casi como el país, no pudo llegar a ningún lado. Paradojas de la historia argentina, los jugadores terminaron subidos a helicópteros mientras la multitud que los veía pasar los aplaudía y lloraba de emoción, no como aquel otro 20 de diciembre, pero de 2001, en que la multitud había salido a la calle a protestar por las agónicas medidas del gobierno de Fernando de la Rúa, que lo llevaron a sobrevolar la ciudad camino a su renuncia. La única coincidencia entre estos dos 20 de diciembre es que quienes manejan el Estado creen que el éxito de los demás es propio y que el fracaso propio es ajeno. Feliz Navidad.