Desafíos colosales para un ministro que hereda lo que él postergó
Recuperar la inversión, negociar el pago de la deuda y no sucumbir a tentaciones keynesianas serán las mayores dificultades por venir
Néstor Kirchner probablemente estará agradecido a Eduardo Duhalde, que lo ungió como su delfín. Y fastidiado con él por la enorme cantidad de tareas pendientes que le dejó. Toda una tradición en los presidentes argentinos, que suelen comenzar su gestión protestando por la "pesada herencia". Kirchner seguramente lo hará en público, pero culpará a Menem, quien en 1995 no pudo quejarse del legado porque había sido él mismo quien se lo dejó cuando resultó reelegido. Algo parecido a lo que le pasa hoy al ministro de Economía, Roberto Lavagna.
Entre los rivales de Kirchner en la primera vuelta, Menem y López Murphy anticipaban que de resultar elegidos acometerían de inmediato con una batería de medidas. El nuevo presidente no quiere hacerlo y promete gradualismo, aunque la agenda de temas por resolver es no sólo enorme sino, además, de una inusitada complejidad.
En el de tarifas y obras públicas, por ejemplo, se distingue un principal problema cabal, estructural, que crece sin pausa desde que la economía dejó de hacerlo en 1998: el de la inversión. Desde hace demasiado tiempo la economía argentina -pública y privada- no invierte siquiera lo necesario para compensar la obsolescencia de instalaciones y equipos. Es decir, el país se come el capital que acumuló en momentos de los noventa en que la inversión alcanzó niveles altísimos.
El discurso oficialista dice que gracias a la devaluación la Argentina se tornó competitiva. Lavagna dice que el dólar a tres pesos está bien para exportar. ¿Cuál será el tipo de cambio necesario para vender a Brasil si colapsan los puentes del complejo Zárate-Brazo Largo? ¿Qué política cambiaria será conveniente si se cortan las principales rutas por deterioro o inundaciones? No es un delirio. Una de las dos principales vías que unen el país en dirección este-oeste a la altura de las regiones más ricas y que la conecta con Chile está cortada, junto con el ferrocarril, desde hace años porque se los tragó una laguna.
Los técnicos del menemismo estaban alarmados antes de la primera vuelta -cuando perjuraban que volverían al poder de la mano de su jefe- porque los estudios les decían que aun con incremento de las tarifas los servicios públicos se deteriorarían inexorablemente el año próximo.
Otro frente con un tema colosal es el fiscal, que engloba el de la necesidad de sanear las cuentas públicas y renegociar la deuda pública. Para la deuda externa lo espera la más compleja y enmarañada negociación que se haya planteado jamás en la historia moderna. Es el peor default de la historia y la única gran ventaja es que desde que se declaró hasta ahora el mundo no ha hecho más que empeorar, con lo cual la posición relativa de la Argentina mejoró.
Jubilaciones en peligro
Acecha a Kirchner la tentación de apoderarse nuevamente de todos los aportes jubilatorios y recrear un colosal sistema estatal de jubilaciones, lo que mágicamente le haría meter bajo la alfombra el verdadero déficit, fingir un superávit y pagar la deuda externa. El precio sería, por supuesto, dejar sin jubilaciones a los actuales aportantes, que se encontrarían dentro de 20 años con que sus ahorros fueron entregados a los acreedores extranjeros en nombre del "neokeynesianismo" y el "progresismo". Más peligroso todavía sería que esos aportes no se usaran ni siquiera para pagar la deuda sino para producir una nueva generación de jubilados de privilegio -al estilo de las insólitas prestaciones para los riojanos- para compensar en la vejez a los ñoquis y punteros rentados de hoy.
En la negociación con el FMI se cruzan casi todos los temas. El de una reforma de la coparticipación, por ejemplo, la compensación a los bancos por la pesificación asimétrica y el rediseño del sistema financiero. Y el de la misma relación con los organismos multilaterales, que condicionará las otras soluciones.
Y en el mercado de trabajo lo espera el más alto nivel de desempleo de la historia, con cifras comparables sólo a las que existían antes de la aparición del peronismo. Nada en la historia reciente puede compararse y para encontrar similitudes en la memoria cultural tal vez haya que remontarse hasta los grotescos de Armando Discépolo, escritos en plena depresión del treinta.
El titular del Palacio de Hacienda, además, señala que la prioridad es la recuperación del empleo y no la del salario, que sufrió una caída de su poder adquisitivo idéntica a las de la hiperinflación de 1989 y, por lo visto, tardará más que en aquella oportunidad en recuperarse.
El ministro
Con Alfonsín y Duhalde
Roberto Lavagna se define como peronista, aunque fue Raúl Alfonsín quien, en 1985, lo llevó al gobierno para que se hiciera cargo de la Secretaría de Industria y Comercio Exterior. Tras desempeñarse como embajador ante la Unión Europea y ante la Organización Mundial de Comercio, volvió al gobierno con Duhalde.
Reconocimiento
A mediados de 2002 asumió como ministro de Economía, y gracias a la estabilidad lograda en su área, Kirchner lo ratificó en el puesto.