Desde aquel amigo de Augusto
YA hace dos milenios, en tiempos de Augusto, se sabía que las tareas culturales daban prestigio y hasta inmortalidad, pero no dinero. Así, aquel Gayo Mecenas, "rico en vicios y en virtudes", que dio su nombre a la noble institución del mecenazgo, prefirió dedicarse a la política, la guerra, los negocios y la buena vida, antes que a sus módicas aficiones poéticas. Del mismo modo, en el siglo XIX, Alfred Nobel (1833-96) logró obtener con su dedicación a la dinamita y otros explosivos una fortuna mayor que la que pudo reunir su casi contemporáneo Louis Pasteur (1822-95) con sus investigaciones científicas.
Pero tanto Mecenas como Nobel quedarían inmortalizados por el uso que dieron a sus fortunas: el romano, por su protectora generosidad hacia Virgilio y Horacio, y el sueco, por la creación testamentaria de los célebres premios que llevan su nombre.
Resultaría interminable la nómina de emperadores, reyes, papas, cortesanos y dignatarios que protegieron las artes y las ciencias con su munificencia.
Demos el ejemplo quizá más preclaro, el de Lorenzo de Medicis (1449-82), bien llamado el Magnífico o el Padre de las Musas, que más allá de sus interminables vicisitudes políticas y bélicas supo cobijar en Florencia a artistas de la magnitud de Miguel çngel, Botticelli, Lippi, Verrocchio, Ghirlandaio (por no nombrar más que a un puñado de aquella pléyade). También estableció una academia de escultura en su jardín, hizo recoger y transcribir manuscritos de toda Europa y aun de Asia, traducir la Ilíada , cobrar una deuda al rey de Hungría con libros para la Biblioteca Medicea, fundar la Universidad de Pisa, etcétera. Verdad que era contradictorio, capaz de escribir tanto poesías obscenas como religiosas, que estaba lleno de mezquindades personales y familiares, y pasiones ilícitas. Pero aquel ejercicio suyo del mecenazgo supo compensar con creces muchas de sus culpas, pues éstas se diluyeron en el tiempo, mientras que las obras perduraron para la humanidad hasta hoy.
Los sponsors de hoy
En la actualidad, el mecenazgo que ejercían las jerarquías reales, nobiliarias o pontificias es ejercido por los poderosos de la sociedad de hoy: las empresas y los millonarios, designados como sponsors (palabra inglesa, proveniente a su vez del latín, que ya reemplaza al castizo patrocinador en desuso). Fundamentalmente son las más importantes empresas internacionales las que se esmeran por aparecer financiando la cultura, los espectáculos artísticos, la salud, las investigaciones científicas, la beneficencia, el deporte, el medio ambiente, etcétera.
Claro que ya decía Moliére en pleno siglo XVII: "En el siglo en que estamos, nadie da nada por nada". Y hoy, a punto de comenzar el XXI, menos todavía. En suma, ese mecenazgo actual no es sólo por generosidad, sino que busca la publicidad institucional ante la comunidad. Esto le permite a la empresa una buena imagen y el reconocimiento social, más allá de su tarea intrínseca de dar utilidades y dividendos a sus accionistas. Así se busca estratégicamente el vínculo con actividades no lucrativas pero socialmente prestigiosas como las científicas y culturales, o multitudinarias como las deportivas. Por cierto que los casos son muy distintos entre sí: un futbolista puede aparecer luciendo la marca de su sponsor en la casaca, pero la bailarina clásica no la podrá exhibir en su atuendo de Giselle , pues sería negativo hasta para la imagen de la empresa. De ahí que ese patrocinio tenga características tan diversas.
Las principales naciones han estimulado el mecenazgo privado con exenciones impositivas. En el caso de los Estados Unidos, los particulares pueden deducir hasta el 50 por ciento de sus ganancias, y las empresas hasta el 10 por ciento, por sus donaciones a organizaciones sin fines de lucro. Y esto sin olvidar que el gobierno federal norteamericano organiza sistemas de apoyo directo con fondos públicos, a través del National Endowment for the Arts (NEA) y el National Endowment for the Humanities (NEH).
En Europa, ya en 1985 el Parlamento Europeo recomendó estimular el mecenazgo privado mediante exenciones fiscales. En Francia, las empresas deducen hasta el dos por mil de su cifra total de negocios, por erogaciones efectuadas en "obras u organismos de interés general, que tengan carácter filantrópico, educativo, científico, social, humanitario, deportivo, cultural, de patrimonio artístico, difusión de la cultura, defensa del ambiente, etcétera". También hay mecenazgo artístico para la adquisición de obras de arte, libros, objetos de colección y documentos de alto valor histórico que sean donados al Estado, del mismo modo que la adquisición de obras de artistas vivos. Podríamos dar el caso de otros países europeos (España, Italia, Gran Bretaña, entre otros), pero sería fatigoso y reiterativo.
En nuestro país, como en tantos otros aspectos, estamos muy atrasados en el tema del mecenazgo. Es verdad que muchas instituciones culturales sobreviven gracias a sus sponsors (las asociaciones musicales, por ejemplo). Pero falta el instrumento legal que otorgue beneficios impositivos como los del income tax norteamericano, y esto impide un mayor estímulo a las actividades culturales, tan necesario ante nuestra crisis económica, que ya nos transmitimos de padres a hijos como una "deuda eterna" y hereditaria.
Palabras, palabras
En el Congreso ya ha habido varios proyectos de ley, como el Nº 1882/98, de los senadores De la Rosa y O´Donnell, de "Fomento de la participación privada en actividades culturales", que permite deducir el 20 por ciento del impuesto a las ganancias, y el 30 en el caso de las donaciones (con un límite del 5 por ciento de la ganancia neta del ejercicio fiscal). Los beneficiarios serían las fundaciones y las asociaciones sin fines de lucro, una vez obtenida la calificación de "interés cultural". También se crea un Consejo Nacional de Mecenazgo, integrado por veinticuatro miembros, una cifra que es casi una invitación a la burocracia.
Otro proyecto parlamentario (Nº 1634/00, de los senadores San Millán y Cantarero) propone una deducción del 33 por ciento de la base imponible del impuesto a las ganancias para el "rescate, preservación, promoción o difusión de la cultura", y hasta un ciento por ciento en el caso de la donación de bienes al patrimonio histórico cultural de la Nación.
El mismo Mario O´Donnell, ahora como legislador de la ciudad (junto con Jorge Argüello), ha propuesto la deducción del 20 por ciento del impuesto porteño sobre "ingresos brutos" (30 por ciento en donaciones), lo que es lógico porque el impuesto a las ganancias es de jurisdicción nacional. También disminuye la cifra de los componentes del Consejo de Mecenazgo a ocho, especificando además su carácter ad honórem.
También hay otro proyecto en la Legislatura porteña, mucho más limitado, que no habla de una deducción del impuesto a los ingresos brutos, sino de un impreciso "premio dinerario que resultará de una alícuota determinada anualmente por la Legislatura en la Ley Tarifaria, en relación directa con la categoría alcanzada por el monto anual donado". Este mismo proyecto propone una "mención honorífica" como "protector de la cultura de Buenos Aires", que es muy sonante pero poco contante.
En suma, los proyectos se van poniendo menos audaces y más temerosos, ante la perspectiva de tener que atravesar las horcas caudinas de la Comisión de Presupuesto, no muy dispuesta a disminuir la insaciable recaudación fiscal. ¿Qué saldrá de todo esto? Hasta ahora, sólo proyectos y más proyectos, como las "palabras, palabras" de Polonio. ¿Será siempre éste el destino de los temas culturales en nuestro país?