Desde Ecuador, el universo bolivariano parece crujir
El líder bolivariano Rafael Correa ya no es más presidente de Ecuador. Hoy vive, semi-exiliado en Bélgica en una suerte de sospechoso paréntesis, disfrazado de académico. Lo ha reemplazado Lenín Boltaire Moreno Garcés , de 64 años de edad, que es el único Jefe de Estado del mundo que se mueve en silla de ruedas.
Hijo de una familia humilde, Moreno gobierna a Ecuador desde el 24 de mayo pasado. Quedó paralítico cuando, en 1998, con motivo de un robo a una panadería le quisieron robar el auto, sufriendo lamentablemente un disparo hecho a quemarropa que le hizo perder la movilidad para siempre.
Con una buena formación académica y profesional, antes de sumergirse en el mundo de la política militando en la izquierda, Moreno se dedicó esencialmente a trabajar la industria turística. Fue dos veces vicepresidente de Rafael Correa y luego residió brevemente en Ginebra como enviado especial del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, en materia de discapacidad.
Se coronó presidente, recordemos, con el 51,16% de los votos, derrotando por escaso márgen al empresario Guillermo Lasso. Siempre predicó la necesidad de diálogo en busca de la unidad nacional y mantuvo un perfil de corte conciliador, aunque firme y austero. Es autor de algunos libros interesantes en los que, entre otras cosas, medita sobre el humor.
Sorpresivamente, Moreno parece haber comenzado a distanciarse lentamente del evangelio marxista y del discurro populista bolivariano. Esto es, a despegarse de la sombra de Rafael Correa, adquiriendo posiciones propias en las distintas cuestiones de gobierno. Incluyendo ahora en materia de política exterior.
Tan es así, que se ha pronunciado críticamente sobre la situación de Venezuela . Sin mantener el endoso en blanco a Nicolás Maduro propio de sus “compañeros de ruta” Evo Morales o Daniel Ortega. Y sin márgenes para la duda. Ocurre que acaba de condenar explícitamente la violencia del régimen de Nicolás Maduro y de repudiar la preocupante situación de los más de 600 presos políticos que Nicolás Maduro mantiene privados de libertad. Ha fracturado así la cínica homogeneidad discursiva bolivariana y asumido una posición propia. Clara y distinta. Valiente, además.
El frente bolivariano, es evidente, se ha resquebrajado. Moreno expresa ahora su solidaridad con el pueblo ecuatoriano, lo que por cierto es distinto de hacerlo respecto del lamentable gobierno de Nicolás Maduro.
Actitud que naturalmente supuso tener que enfrentarse con su propio vicepresidente, Jorge Glas, un cuestionado bolivariano, absolutamente incondicional respecto de Rafael Correa que ahora aparece asediado por acusaciones de corrupción que estallan -una y otra vez- en torno a la actividad ecuatoriana de la constructora brasileña Odebrecht.
Además su cambio de posición derivó en la necesidad de proceder a remover, de inmediato, a los embajadores de Ecuador ante Venezuela, Cuba y los Estados Unidos. Queda por ver qué sucederá en adelante con la recalcitrante canciller ecuatoriana, María Fernanda Espinosa, que aún mantiene un discurso oficial diferente al de su presidente, o sea agresivamente bolivariano.
Espinosa hasta estuvo recientemente de visita en Caracas para apoyar allí a la ilegal asamblea constituyente con la que Nicolás Maduro espera poder consolidar su autoritarismo en Venezuela. Y concentrar todo el poder en sus manos, dejando absolutamente de lado a la Asamblea Nacional que fuera electa libremente en las urnas y está dominada por la oposición.
Para alarma de Rafael Correa, Lenín Moreno le ha retirado además todas las facultades, funciones y atribuciones a su vicepresidente, Jorge Glas, incondicional de Correa. No puede cesarlo en su cargo, facultad que pertenece a la Asamblea Nacional, pero lo ha dejado como un mero adorno constitucional. Un cero a la izquierda.
Si alguna vez Rafael Correa creyó que Lenin Moreno le iba a “cuidar” el sillón presidencial para permitirle regresar en algún momento a la política de su país, se equivocó. Es obvio que eso no es precisamente lo que está sucediendo.
Moreno parece asimismo estar tratando de armar una base política propia, para lo cual hasta está intentando un acercamiento con los movimientos indígenas, aquellos que en su momento se habían distanciado abiertamente de la gestión de Rafael Correa.
Lejos de pensar que heredó una situación económica confortable, Lenín Moreno es realista y sabe que la pinza cruel que conforman el endeudamiento externo excesivo que ha heredado, la fuerte caída de los precios internacionales del petróleo crudo y los daños provocados por el terremoto de Manabí del año pasado, es complicada. Agobiante, más bien.
Cuando el nuevo presidente ecuatoriano cumple sus primeros cien días de gobierno, tiene una aceptación popular bien aceptable. Del 76% de los encuestados.
Su tono, generalmente moderado y firme a la vez, así como su tendencia a puntualizar los errores heredados sin para ello caer en la tentación fácil de descalificar a los responsables de los mismos, le han ganado una aparente simpatía mayoritaria.
El riesgo político latente es ciertamente el de la fractura o división del oficialismo ecuatoriano, o sea de la llamada “Alianza País”. Con una oposición que hoy sabe que amalgamada tiene fuerza, la fractura del oficialismo aumentaría la dimensión del interrogante sobre el futuro de la izquierda en Ecuador que parece haberse abierto.
Como el oficialismo tiene una mayoría frágil (de apenas cinco bancas) en la Asamblea Nacional, la situación política ecuatoriana podría, de pronto, complicarse muy rápidamente. Y entonces su gobernabilidad también.
Esto juega también respecto de la posibilidad de blindar, o no, con fueros e inmunidades al vicepresidente Glas, quien dice querer limpiar su nombre en la justicia
defendiéndose allí de las acusaciones que se le hacen y, liberado por el parlamento local, podría hacerlo.
No obstante, para América latina toda, lo que parece haber comenzado a suceder en Ecuador puede abrir la posibilidad de que el nefasto entramado político bolivariano pierda viento y posibilite que, tanto sus embates contra la democracia como sus frustrantes e ineficaces fórmulas colectivistas, dejen de ser un obstáculo para el crecimiento regional.