Desde la vereda de enfrente
Por Pedro Bordaberry Para LA NACION
"Sólo faltó la vereda de enfrente" (Jorge Luis Borges, Fundación mítica de Buenos Aires)
El conflicto entre la Argentina y Uruguay por la instalación de las plantas de celulosa en la ribera oriental del río Uruguay se ha asemejado a las peleas de familia. En puridad es lo que ha sido: una pelea entre hermanos.
Como toda pelea entre hermanos es peligrosa. Basta tener un poco de experiencia en los estrados para saber que los conflictos familiares son los de más difícil resolución. Involucran, además de intereses económicos, aspectos emocionales que muchas veces son difíciles de ver y, por ende, de resolver. En este caso, cada parte ha visto hasta el momento el asunto desde su perspectiva, desde su propia vereda.
Autoridades argentinas sostuvieron que las plantas contaminarían el río y que por eso no deberían instalarse. Las orientales expresaban no sólo que no lo harían, sino que no entendían cómo, quien poseía ya seis de esas plantas en su territorio, se oponía a que se instalen dos nuevas que contarán con la mejor tecnología disponible.
La controversia pasó por tres etapas. La primera estuvo impregnada por la pasión derivada del momento electoral que vivía la Argentina. El entonces canciller Rafael Bielsa y el gobernador Jorge Busti intentaron hacer del tema parte de su campaña. El gobierno de Uruguay le bajó el perfil al asunto y no contestó los agravios, consciente de que no le convenía convertirlo en una suerte de thema decidendum de la campaña.
Una segunda etapa llevó el asunto al plano técnico marcado por los informes del Banco Mundial y por la falta de entendimiento en la Comisión Bilateral que prevé el Estatuto del Río Uruguay.
La tercera etapa que estamos viviendo comenzó con cortes de ruta, piquetes y acciones de ONG. Finalmente, el asunto llegó al terreno en que debió manejarse desde un principio: el de los intereses y el relacionamiento entre los dos países. Hasta se llegó a cuestionar la permanencia en el Mercosur de Uruguay, que ya no es el destinatario de la mayor parte de su comercio internacional.
El cuestionamiento a que se instalen en territorio oriental estas inversiones llevó a un previsible alineamiento de todas las fuerzas políticas de Uruguay detrás de lo que entienden es ya una cuestión de soberanía. El uso de cortes de rutas para solucionar un diferendo internacional, generó, en sectores de la Argentina, inquietud y rechazo. Se cuestiona si todo esto no afectará la captación de inversión en el futuro. En Río Grande del Sur se están construyendo dos plantas de este tipo y en Chile una más. La provincia de Corrientes posee tres millones de áreas forestables. Es pensable que éstas u otras inversiones desean radicarse y beneficiar con su actividad a la Argentina. Lo sucedido en Entre Ríos no lo alienta.
Muchos se preguntan cómo fue posible llegar a este punto. No hace mucho, en ambas márgenes se decía que se abría un tiempo de entendimiento, fruto de la orientación política común (progresista) de ambos gobiernos. Hoy hay quienes hasta reclaman que Uruguay deje de lado el Tratado de Asunción. Al hacer lo primero olvidaron que los países no resuelven las cosas por signo político de sus gobiernos, sino por los intereses y la historia en común.
Como en los conflictos familiares es bueno tener presente, además de los intereses económicos, el pasado que unió a las partes. No sólo desde San Isidro partieron 33 a liberar la Banda Oriental del yugo luso brasileño. Ya antes, Liniers había peleado en las invasiones inglesas a Buenos Aires, y obtenido para Montevideo el título de "muy fiel y reconquistadora".
Mitre, Leandro Alem, Ellauri, Lucas Obes y muchos más fueron influenciados por las ideas que el argentino Esteban Etcheverría trajo de París al Río de la Plata. Muchas calles de Buenos Aires y de Montevideo rememoran a ésos y otros rioplatenses, lo que recuerda aquel cuento, surgido de un aula oriental, en el que un niño le preguntó a su maestra por qué antes a los niños se les ponía nombres de calles.
Ese trajín por el río se dio en todas las áreas de la vida de los dos países. A fines del siglo XIX, Domingo Sarmiento veraneaba en el pueblo de Santa Lucía y corregía los exámenes finales de la Escuela de Artes y Oficios de Montevideo. Escuela que era dirigida por Pedro Figari, el famoso doctor pintor oriental. Figari, antes de triunfar en París, precisamente comienza a desarrollar su obra pictórica en la estancia La Porteña, de la provincia de Buenos Aires, invitado por el padre del escritor Ricardo Güiraldes.
Algunos años antes, Jorge Luis Borges pasaba sus vacaciones en la quinta de sus primos, los Haedo, ubicada en el Paso Molino, en Montevideo. Un Borges que luego elegiría como escenario de muchos de sus cuentos parajes del Uruguay, como es el caso de El duelo, en cerro Largo, La forma de la espada, en Tacuarembó, y Funes el memorioso (¿en un juego del destino?) en el Fray Bentos en que hoy se cuestiona la instalación de las plantas.
Fue por esos años, también, que el cuentista Horacio Quiroga dejó las orillas del río Uruguay, en su Salto natal, y luego de pasar por Montevideo y Buenos Aires se instaló en Misiones, donde desarrolló su magistral obra. Quiroga pasaba largo tiempo en una casa que poseía en el Tigre. El mismo Tigre en que hoy Carlos Páez Vilaró tiene una pequeña réplica de su Casapueblo de Punta Ballena. El argentino Nicolás García Uriburu, a su vez, ha instalado, en el cuartel de Dragones de Maldonado, una formidable obra de arte que refleja el cariño que siente por el pueblo oriental.
Fue a ese cuartel de Dragones al que, por primera vez, ingresó como blandengue el héroe máximo oriental, el general José Artigas. Un Artigas que también cruzaba a un lado y otro del río, sin problemas, y cuyo sueño era federal.
En la otra vereda, el propio general José de San Martín reconocía un antecedente oriental, puesto que su padre, el capitán Juan de San Martín, fue el administrador de la estancia Nuestra Señora de Belén, también conocida como La Calera de las Huérfanas, en las cercanías de Carmelo, en Colonia. Los habitantes del lugar aún repiten con orgullo que fue concebido ahí, puesto que nació al tiempo en que sus padres dejaron el suelo oriental.
La historia, las artes, la política se entremezclan entre ambas riberas y no dejan afuera ni la música ni el teatro ni el deporte. La eterna controversia sobre Carlos Gardel, quien para nosotros nació en Tacuarembó pero nadie duda que triunfó en Buenos Aires, es otro ejemplo. El himno de los tangos, La cumparsita, obra del uruguayo Gerardo Matos Rodríguez, fue interpretado por primera vez por el maestro argentino José Firpo, en el café La Giralda, de Montevideo, quien lo repitió cinco veces esa noche.
Walter Gómez, Elbio Pavoni, Enzo Francescoli, Antonica Alzamendi, son algunos ejemplos de ese honor que significa para un futbolista oriental el sentir a la tribuna premiarlo con el grito de ¡u-ru-guayo! ¡u-ru-guayo! En la vereda de enfrente resultaron inolvidables Juan Eduardo Hohberg, un argentino que llegó a defender a Uruguay en el Mundial de 1954; Luis Artime, goleador del Nacional de Montevideo, y Ermindo Onega, de Peñarol, que no pudieron escapar al mote cariñoso de porteños. Irineo Leguisamo, nacido en el mismo Salto de Quiroga, fue el precursor de ese camino que hoy en el turf sigue con singular éxito Pablo Falero, y recuerda los tiempos en que a algunos se les ocurrió que los caballos orientales no podían competir en la Argentina. El escritor Carlos Reyles trasladó en ese entonces su haras El Paraíso a la provincia de Buenos Aires para así poder hacerlo.
Hoy Víctor Hugo Morales, China Zorrilla, Natalia Oreiro, Jaime Roos y muchos más se cruzan con Maitena, Dolina, Dotto, Norma Aleandro, Marcelo Tinelli y tantos que van hacia el Uruguay. Los presidentes orientales tienen su lugar de descanso en una estancia, en la Barra de San Juan, Colonia, que fue donada por un argentino, Aarón de Anchorena, con ese fin.
Toda esa historia en común termina empequeñeciendo la controversia que se generó por la instalación de las plantas. Como en las rencillas familiares, privilegiar eso pone en la dimensión adecuada el conflicto que se resuelve recordando el pasado como lo hacía el memorioso fraybentino Funes, en la ficción borgiana, o rememorando la milonga que don Jorge Luis nos dedicó a los de esta vereda, que terminaba así:
"Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras, por algo tienen los mismos colores las dos banderas".
lanacionar