Disfraz
Un hombre sentado en la orilla de un río. Deducimos que es un río de alguna ciudad por la escalinata que desciende hacia él y el viejo paredón, presumiblemente de alguna casa. Hasta aquí, nada más que una descripción lineal y aburrida. Pero un dato disruptivo (esa palabra tan en boga) se suma a esa enumeración redundante. Ni más ni menos que el disfraz, esa vestimenta que hace que quien la lleva simule ser alguien diferente de quien es, como si no fuera una cualidad de tantas otras formas de vestirse. Pero aceptemos el juego y hagamos foco en este rasgo distintivo. El disfraz que lleva esta persona remite a carnaval, a fiesta, a malicia, a liberación de los sentidos. Nada que transmita en sí la escena de esta imagen. Quien lo viste, por más que en su apariencia simule ser alguien más, no puede ocultar aquí que su esencia es otra, una que encuentra quizás en soledad, sentado en las escalinatas de un río manso de ciudad, junto a un muro enmohecido.