Dormir, soñar y escribir
Años atrás, amigos que asistían a talleres de escritura me contaban que sus profesores les recomendaban un ejercicio sencillo. Debían tener a mano, en la mesita de luz, un anotador o un cuaderno, lápices o biromes para que, una vez despiertos, escribieran ideas, imágenes o palabras sueltas, las primeras que les venían a la mente. Entusiasmados, algunos de ellos lo aconsejaban a quien quisiera escucharlos. Me costaba decirles que, por cuestiones de espacio, no tenía mesita de luz hacía años y que mis sueños se parecían cada vez más a noticieros desvaídos del día anterior, hechos de imágenes, palabras y escenas -los famosos "restos diurnos"- desplazados y articulados con desgano en la góndola del inconsciente. Por ejemplo: si un conocido contaba que había visto viaductos en su primer viaje a Porto Alegre, esa misma noche soñaba con viaductos (que se parecían en verdad a acequias) a la vera de la avenida Figueroa Alcorta.
El sueño fue siempre un motivo literario. Títulos como La vida es sueño, Sueño de una noche verano y El libro de sueños lo convirtieron en un género autónomo dentro de la biblioteca. Mary Shelley, Robert Louis Stevenson y Jorge Luis Borges, como cientos de escritores, encontraron inspiración en los sueños. A comienzos del siglo XX, en El mundo de los sueños, Rubén Darío combinaba teorías psicológicas y espirituales, algunas extravagantes, con análisis de obras literarias del siglo XIX, casi siempre cuentos, más fascinantes que los abordajes científicos. La fascinación por los sueños ajenos prosigue: alucinaciones, pesadillas, quimeras, profecías y fantasías, volcadas en las páginas de libros, quitan y a la vez alimentan los sueños.
También para la poeta y psicoanalista Carmen Iriondo, el sueño es un tema literario. En Prosas de dormida (Huesos de Jibia), la ensoñación, la duermevela, la vigilia, el insomnio y otros momentos híbridos dan paso a reflexiones personales y literarias. Versos de Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik pueden despertar un recuerdo dormido, y la memoria de los temores infantiles (a la manera de restos diurnos de una vida), una reflexión sobre el método más conveniente para ahuyentar fantasmas en la madurez.
"Las profusas voces que aparecen acompañándome en los textos son de mis poetas más leídos, los que aparecieron iluminando mi imaginación, los que mirando la biblioteca, distraída, quitaba de golpe de un estante y en un instante estaba allí la cita, el encuentro, la sonrisa interior –cuenta Iriondo-. Escribí estas prosas en un lapso de tiempo que va de 2004 a 2005 y recuerdo que me sorprendió su particular fluidez siendo que era prosa y no poesía. Se convirtieron en serie con rapidez". Entre los poetas, además de las mencionadas, aparecen Mario Luzi, Constantino Cavafis y Anna Ajmátova.
El título, Prosas de dormida, ofrece la ambigüedad de los sueños. ¿Fueron escritas entre sueños y luego transcritas en la vigilia? ¿"Dormida" alude a la autora, como cuando decimos "¡estás dormida!"? ¿O se refiere a la acción, como cuando decimos "me eché una buena dormida"? ¿Las prosas, entonces, son propiedad de ella, la dormida, o la dormida es el origen? Convengamos que la preposición "de" permite estas y más (y mejores) hipótesis.
"Recuerdo con claridad que el titulo surgió temprano, cuando al tomar conciencia de que estaba escribiendo en prosa, lo relacioné con una búsqueda que forma parte de mi vida como escritora: hallar un estado alterado de conciencia que no fuera químico ni alcohólico, desde el que pudiera surgir de manera tranquila, y a la vez cargada de energía y deseo, una escritura veraz, libre de obsesiones, básicamente ligada a lo poético como forma y fondo", dice la autora.
El libro, cuya primera edición fue de Sudamericana en 2005, se agotó y no volvió a circular hasta ahora. Reúne veinte prosas de dormida, un prólogo de Luis Chitarroni (el primer editor) y un epílogo del segundo, Walter Cassara. "Con caligrafía nictálope y una sintaxis danzante, cantabile, que bordonea naturalmente los acertijos hiératicos -y a la vez tan laxos- que nos suelen atacar en nuestros diarios peregrinajes al más allá, la prosa de Iriondo se perfila sobre el envés de la trama onírica", se lee en el texto de Cassara. El género indefinido del sueño se escribe mientras dormimos.