Yourcenar y Zambrano, dos mujeres de mirada certera
Cada tanto, también en la vida que ahora llamamos "normal" y parece tan lejana, internet muestra sus mejores galas y confirma que puede ser mucho más que la máquina de dispersión y agotamiento en la que a veces se convierte. Por caso, esos instantes en los que -ecos de la vieja ilusión postal- uno atiende un aviso de WhatsApp, o abre el mail o el Messenger de Facebook y se encuentra con un preciso regalo. Digo preciso porque suelen ser envíos de gente que nos conoce y que, al margen de coyunturas, trabajos y obligaciones, decide enviarnos una gema, algo que encontraron en el mar de contenidos digitales y que, lo saben muy bien, nos interpelará.
Por estos días disfruté de dos de esos regalos. Uno me llegó este fin de semana. Una amiga halló, vaya a saberse en el curso de qué indagaciones, la grabación de una entrevista que Bernard Pivot realizó a Marguerite Yourcenar en 1979, en el marco de esa gloria del periodismo cultural que fue Apostrophes. Entonces, el viaje en el tiempo. Pivot entrevista a Yourcenar en la casita blanca de madera y rodeada de verde donde la escritora, por aquel entonces de 76 años, habitaba en Estados Unidos.
Se dicen muchas cosas en esa entrevista. Pero, más allá de lo dicho, lo que a uno lo envuelve es la dulce magia de la conversación: la cadencia, lo agradable del ida y vuelta, el lujo de la palabra escrita cuando se vuelve profunda palabra hablada. Están, también, los ojos de Yourcenar, su mirada cristalina, risueña, fresca como el agua.
Pivot le pregunta si alguna vez pensó en cómo las fronteras marcaron su vida. No solo porque, francesa de origen belga, la autora de Memorias de Adriano se nacionalizó estadounidense, sino también por los temas de su escritura y sus recorridos vitales: sin estar estrictamente en la periferia, nunca gustó del centro; lo suyo siempre fue el recorrido por otras, múltiples, zonas. Marguerite asiente, rescata ese modo de estar en el mundo, señala la nobleza de quien busca ser "modestamente útil" en cada circunstancia. Y me viene a la mente el rostro de quien fue su contemporánea, la española María Zambrano.
Algunos días antes de recibir la entrevista a Yourcenar, me había llegado, a través de otra amiga, el documental de José Manuel Mouriño María Zambrano y el método de los claros, disponible en el espacio "A la carta" del sitio web de RTVE. Destino de fronteras: si la Segunda Guerra Mundial impulsó a Yourcenar a construirse una vida lejos del territorio europeo, el fin de la Guerra Civil Española expulsó a Zambrano de su país y la obligó a emprender un itinerario que incluiría México, Cuba, Italia y Francia. En la obra de esta filósofa y escritora, la figura del exilio sería decisiva y fundante, algo así como un aliento continuo, la condición de posibilidad de cierto ejercicio de la mirada. "El ver se da en un disponerse a ver", escribía. "Vuelve a mirar y mírate a la par, si es que es posible", agregaba. La trayectoria de su escritura también eludió unos cuantos lugares comunes. Zambrano escribía filosofía, reflexionaba sobre los sueños, el misterio y el tiempo, pero lo hacía como quien escribe poemas. La palabra poética era tan suya como la razón filosófica o la inquietud política, presente en su interés por el mito de Antígona.
Mientras Yourcenar se dejaba inundar por la naturaleza de la isla Mount Desert, en Maine, Zambrano se hundía en los bosques de Jura, región francesa en la que vivió entre los años 60 y 70. La delicadeza casi mística con que ambas llegaron a entender el mundo contrasta -o quizá no- con la oscura marca que el siglo en que vivieron les dejó. Yourcenar, que construyó personajes hijos de la antigüedad clásica y del siglo XVI, asegura que en realidad en todas sus obras siempre está hablando del presente. Y con la calma y la sonrisa de quien ya ha aceptado todo, le dice a Pivot: "La fatalidad del mal va a arrasar nuestra civilización".