Educación para todos
Durante esta semana, jóvenes de más de 100 países se constituyen en grupos de influencia para instar a sus respectivos gobiernos y parlamentos a que realicen más esfuerzos con vistas a proporcionar educación básica a más de 100 millones de niños sin escolarizar.
Se cumplen en estos días cuatro años del compromiso contraído por la comunidad internacional en el Foro Mundial sobre la Educación (Dakar, 2000), para lograr que la Educación para Todos (EPT) sea una realidad de aquí al año 2015.
En esos cuatro años se han realizado progresos considerables, aunque desiguales. En efecto, en el mundo hay 670 millones de niños que están recibiendo la enseñanza primaria necesaria para proseguir sus estudios o, con el tiempo, encontrar un trabajo.
Sin embargo, se necesita todavía hacer más en favor de los niños marginados del sistema escolar -cuyo número se calcula que asciende a 104 millones- para impedir que se malogre no sólo su porvenir personal, sino también el futuro de las sociedades en que viven.
Los niños que van a participar en la campaña El Gran Lobby, organizada con motivo de la Semana Mundial de la Educación para Todos 2004, tratarán de poner de relieve el despilfarro de talentos y capacidades que supone ese gran número de niños excluidos de la escuela. En Malawi, por ejemplo, los huérfanos del sida y los niños de la calle están presentando a los jefes tribales y miembros del Parlamento "mapas de los excluidos". En Gran Bretaña, los niños reemplazarán simbólicamente a los 659 miembros de la Cámara de los Comunes y centenares de legisladores en estos días están visitando escuelas.
Según el último Informe de Seguimiento de la Educación para Todos en el Mundo, publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el número más importante de niños sin escolarizar se concentra en las regiones del Africa Subsahariana y Asia Meridional y Occidental. Muchos de los niños excluidos del sistema escolar son niñas (60%, aproximadamente) y viven en zonas rurales pobres. Otras categorías de excluidos son: los huérfanos del sida, los niños que trabajan, los miembros de grupos minoritarios, los discapacitados y los niños que se ven envueltos en conflictos. Los jóvenes que han rebasado la edad de ir a la escuela primaria y han perdido la oportunidad de escolarizarse también necesitan que se les capacite para alcanzar un nivel de educación apropiado.
La experiencia demuestra que la supresión del pago de derechos de matrícula puede provocar un espectacular progreso de la escolarización. También puede surtir el mismo efecto la distribución de incentivos financieros a los padres necesitados, como se hace en Brasil, donde se entregan cada mes subvenciones a 10 millones de familias pobres. En algunos países como Níger, Guinea-Bissau y Bangladesh, la escolarización ha mejorado sensiblemente gracias a la adopción de una medida muy sencilla: ofrecer almuerzos en las escuelas.
Sin embargo, como esas medidas no son suficientes de por sí, es necesario replantearse el concepto mismo de escolarización cuando se dan determinadas circunstancias. En efecto, los niños no pueden recibir educación allí donde se carece de maestros en número suficiente, ya sea porque es demasiado costoso pagarlos o formarlos, o bien porque muchos de ellos están siendo víctimas de la epidemia del sida, como ocurre en algunas partes de Africa. Además, se plantean otros obstáculos: los docentes formados no suelen estar dispuestos a ejercer en zonas rurales, y los sistemas formales de educación excluyen a menudo de la escuela a amplios grupos de niños, por ejemplo los que trabajan o los que no hablan la lengua oficial del país.
Los gobiernos, organismos internacionales, donantes y organizaciones no gubernamentales deben tener presente dos cosas: que son acertadas todas las posibilidades por las que se opte en materia de aprendizaje, con tal de que no hagan peligrar la calidad de la educación; y que los métodos poco convencionales son dignos de respeto y estima.
Impartir ahora una educación a todos los jóvenes -sin excepción alguna- permitirá garantizar el día de mañana el desarrollo social y económico, al reducir el número de analfabetos adultos que, hoy en día, se calcula que asciende a unos 860 millones de personas. Además, la educación de las niñas, en particular, tendrá repercusiones positivas palpables en la salud y el crecimiento demográfico de los países.